ReL – 14.01.2019
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Daniela Maria Augello, es psicóloga de la escuela de la gestalt y psicoterapeuta, ha publicado el libro «Reconstruir a partir del amor. Cómo gestionar los cambios en la vida de pareja» el cual trata sobre la protección y cuidado del amor de pareja a medida que pasan los años y suceden cambios inevitables.
Este librito, de algo más de cien páginas, explica lo que puede suceder después de la fase inicial de enamoramiento, cuando llegan los hijos, las rutinas, cuando desaparecen algunos impulsos de la juventud. La autora cita a varios autores y estudios, que comprueban que el amor de pareja hay que cuidarlo, hay que hacer la decisión intencional de protegerlo y de hacerlo crecer. Si no, como una planta desatendida, sin abonar ni regar, se muere, asaltada además por las zarzas hostiles de nuestra sociedad. Una pareja con problemas puede llegar a mejorar mucho y resolverlos, pero siempre lo conseguirá por decisión de hacerlo, nunca por inercia.
Compartimos aquí 9 párrafos del libro que pueden ayudar a crecer y prevenir a muchos matrimonios.
1. Hombre y mujer son distintos: eso nos impulsa a abrirnos
El psicoterapeuta Giovanni Salonia, propone un fascinante viaje hacia el descubrimiento de las diferencias entre sexos. Ser hombre y ser mujer nos obliga y nos da la posibilidad de experimentar toda la riqueza del intercambio y del diálogo.
2. Amar requiere conocer los defectos del otro… y saber vivir con ellos
Amar no significa ignorar los defectos del otro, sino conocerlos y saber que podemos tolerarlos. Significa ser conscientes de que, más allá de unos comportamientos distintos de los nuestros, es posible el encuentro. Creer en el amor duradero no implica que podamos vivir con cualquiera. Hay una premisa indispensable que debemos atender: si en lo concreto el otro no ha estado nunca presente, las cosas no cambiarán por arte de magia.
3. Las relaciones «provisionales» no funcionan: se eligen peores parejas
La idea general de que «la cosa va bien mientras funciona, y luego ya se verá» perjudica la voluntad de la persona, que desde el principio ya está perdiendo. Lo ideal no es vivir con el otro y tener las maletas preparadas al lado de la puerta: así se transmite cierta sensación de inestabilidad y desconfianza. Si nos viésemos más capaces de esto, quizá en la elección de pareja pesaría una dinámica más consciente, o nos fijaríamos en otra cosa, quizá elegiríamos más sensatamente a quien ha de ser nuestro compañero de viaje.
4. Con los años, somos toscos con nuestra pareja y obsequiosos con los «de fuera»
Dentro de la pareja pasamos por alto el dar las gracias, el pedir disculpas y cierta formalidad que podría subsistir en la pareja cual amable y benévola costumbre. Estas carencias crean un vacío, y puede que influyan en que busquemos experiencias extraconyugales, que en cierta medida hacen que volvamos a sentir la emoción de sentirnos cortejados y queridos. Sin duda, es triste lo que ocurre en esos casos. Las figuras familiares pueden convertirse en motivo de estrés, mientras que los extraños resultan ser «dispensadores» de consideración. A los primeros les dedicamos nuestros peores desahogos, y a los segundos les regalamos dulzura.
5. La pasión no es para siempre, el amor no se mantiene solo
Las parejas que esperan que la pasión dure para siempre o que la intimidad no se vea nunca amenazada, ya han preparado el camino hacia la desilusión. La teoría nos lleva a entender que nunca debemos cansarnos de comprender, de construir y reconstruir nuestra relación amorosa. No podemos pensar que una relación amorosa se mantenga viva por sí sola: somos nosotros los que hemos de asumir la responsabilidad de hacerla cada vez mejor.
6. El afecto y el sexo requieren darle prioridad: busquemos momentos
«Podemos vernos por la mañana, mientras los niños están en el colegio; podemos pedirle a la cuidadora que se los lleve a la ludoteca; podemos dejar para otro momento ese compromiso de trabajo; pidamos ayuda a los abuelos o digámosle a la tía que se los lleve al cine, o también se lo podríamos pedir a estos amigos que tienen hijos de la misma edad que los nuestros». Si la relación de pareja es prioritaria, hay que cuidarla renunciando a alguna otra cosa. Si la pareja no logra hallar tiempo para estar juntos, si las atenciones disminuyen, toda la dimensión de la corporeidad se resiente, lo cual afecta a la sexualidad, la afectividad y el apego. Sabemos, por ejemplo, que la disminución de las relaciones sexuales determina una reducción en la producción de oxitocina, la hormona que nos hace sentir que pertenecemos al otro.
7. La pareja cambia y está en movimiento: eso debe fortalecer el amor
Es hermosa la lección del Cantar de los Cantares, donde ella y él están siempre en movimiento. Después de encontrarse, se pierden de nuevo, para que nunca puedan pararse y decir: estamos a resguardo. Precisamente este juego de encontrarse y perderse una y otra vez, es un crescendo de celo y confianza, de presencia y ausencia, es la tensión que mantiene viva la fidelidad (G. Salonia).
8. Habrá momentos de apatía: combátelos con intereses comunes
Si no tengo mucho de qué hablar con mi pareja, si no tengo grandes cosas que compartir, me encerraré en mis intereses, en mis lecturas, en mi ordenador, en mi deporte… Un momento inicial de apatía -que sin duda todas las parejas experimentan antes o después-, si no se le presta atención y se afronta, puede elevarse al grado dos, tres, seis, diez… y convertirse en un vacío imposible de colmar. Ogden y Bradburn (1996) observan que el número de actividades placenteras de la pareja es una señal importante para prever el éxito o el fracaso conyugal. Lo cual no significa que ir a clases de tango vaya a salvar el matrimonio: lo que cambia las cosas es la experiencia de compartir intereses.
9. Ni rigidez ni estancamiento: deja entrar a tu cónyuge
Habrá muchas veces en que cometeremos errores, y en otras ocasiones sentiremos desgana; no estaremos exentos de sufrimiento de vez en cuando nos veremos compensados por alegrías; nos perderemos y nos volveremos a encontrar. Lo importante es no crear torres de acero en las que refugiarnos, donde el otro no tiene posibilidad de entrar. El amor no casa bien con el hielo, ni con la rigidez, ni con el estancamiento.