Desde tiempos antiguos, los filósofos y los santos han intentado describir la belleza. No se trata solo de lo que agrada a los ojos, sino de algo más profundo: la belleza es el reflejo de la verdad, el bien y el amor. Como decía Platón, «La belleza es el esplendor de la verdad». No hay verdadera belleza en la mentira o en la falsedad, porque lo bello no solo atrae, sino que ilumina y despierta el alma, como afirmaba Ralph Waldo Emerson.
Pero la belleza no es solo verdad; también es bondad. Sócrates la llamaba «la expresión sensible del bien», y San Agustín nos recordaba que «Dios es la Belleza misma, y a Él nos dirigimos cuando anhelamos el bien». Si algo parece hermoso, pero en su esencia es injusto o dañino, es solo una apariencia vacía, como advertía León Bloy. La auténtica belleza no solo agrada, sino que transforma y eleva.
Finalmente, la belleza está profundamente ligada al amor. San Juan Pablo II decía que «la belleza es el reflejo visible del amor invisible», y Saint-Exupéry nos enseñó que «solo se ve bien con el corazón». No se trata sólo de formas y colores, sino de la luz que brota de lo que es amado y digno de amor. No es casualidad que Dostoyevski afirmara que «la belleza salvará al mundo», porque donde hay verdadera belleza, hay verdad, bien y amor.
La belleza, entonces, no es un lujo ni un simple placer: es un camino hacia lo más alto. Cuando descubrimos la belleza en la verdad, en la bondad y en el amor, comprendemos que no es solo algo que vemos, sino algo que nos transforma. Y esa transformación nos acerca a Dios, que es la Belleza en su plenitud.
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Regino Navarro Rivera
Fundador y Director de LaFamilia.info. Español de nacimiento pero colombiano de adopción. Coach profesional, especialista en Ciencias del Comportamiento, estudios en Orientación y Consejería, profesor, conferencista y autor de varios libros.