Pablo J. Ginés/ReL – 17.08.2018
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La idea de casarse sin antes convivir con la pareja es minoritaria entre los jóvenes españoles: según el más reciente estudio de la Fundación Santa María, en el cual sólo declaraban esa intención uno de cada diez jóvenes.
Sin embargo, años atrás (encuestas de 2016), uno de cada tres declaraba «pienso casarme, pero antes convivir con mi pareja». La idea de vivir en pareja sin ningún plan de casarse la tienen uno de cada cinco (un 20%). Y un gran cambio se nota en los absolutamente indecisos: casi un 30% que declaran «no sé lo que haré», mientras que diez años antes esos indecisos eran un 17%.
Los absolutamente liberales («pienso formar una pareja abierta con total libertad sexual») son en la teoría menos de un 2%… pero en la práctica es evidente que las parejas sexuales se pueden ir sucediendo una tras otra allí donde no hay una voluntad clara de exclusividad y unión indisoluble «hasta que la muerte nos separe».
Cohabitar para «probar»: una superstición popular
En España, como en otros países, muchos jóvenes (y sus padres) creen en una superstición absolutamente contraria a los datos científicos recopilados durante décadas: la superstición de que es bueno y prudente cohabitar antes de casarse «para probar nuestra convivencia» o «para probar la compatibilidad».
Así, hemos visto que uno de cada 3 jóvenes menores de 25 años quiere cohabitar con la idea de pasar luego al matrimonio. Y según esta encuesta de Fundación Santa María, un 31% de todos los jóvenes declara que cohabitaría «para probar como es la convivencia», casi un 19% lo hace para ahorrar papeleo en caso de ruptura y un 16% lo hace porque no se siente seguro con la pareja que ha escogido.
¿Cómo les va a los que cohabitan «para probar”?
Un estudio norteamericano de Stanley y Rhoades se centró en analizar qué tal les iba a los que declaraban que cohabitaban «para probar la convivencia» (distintos a los que lo hacen «por conveniencia»).
Los resultados sugieren (como en muchos otros estudios y países) que este «probar» no ayuda nada a la pareja:
– los hombres que cohabitaban «para probar» tenían mayores índices de síntomas depresivos, ansiedad generalizada, problemas para depender de otros y ansiedad por temor al abandono.
– las mujeres que declaraban «probar» tenían mayor ansiedad de temor al abandono.
– tanto hombres como mujeres, declaraban un menor nivel de confianza en la relación, peor interacción y más agresión psicológica.
– entre los varones que «probaban» se detectaba más agresividad física y menos niveles de dedicación a la relación.
Stanley admite que muchos de esos factores negativos estaban ahí antes de empezar a cohabitar… pero los cohabitadores se «enganchan» a ellos, los aceptan y piensan que cohabitando más «mejorarán» (o, más bien, que «el otro mejorará»).
Cohabitar ciega y dificulta cortar cuando habría que cortar
«Lo que la gente ve menos en el cohabitar es que hace más difícil el romper», insiste. No es que se rompa menos: se rompe más que en las parejas de novios que sólo quedan y salen. Pero, además, se rompe más tarde y peor.
Los sociólogos llaman a esto «la inercia de la cohabitación». Esa inercia no solo implica que puedes alargar una relación tóxica o mala por la dificultad de «empezar de nuevo saliendo de esta casa», sino que hay parejas que pasan de cohabitar a casarse «por inercia». La ruptura llegará más tarde.
No hay estudios sociológicos que demuestren que cohabitar antes de casarse disminuye el riesgo de ruptura. Ni que los que cohabitan rompen menos que los que se casan. Los estudios muestran siempre lo contrario.
Solo recientemente hay algunos estudios que señalan que cohabitar no empeora (aunque tampoco mejora) los índices de ruptura del matrimonio, y se da solo cuando se suman estos factores:
– Haber cohabitado solo con quien luego es tu cónyuge
– Haber empezado a cohabitar teniendo los dos muy claro, y haberlo declarado, que el objetivo era luego casarse
– Empezar esa cohabitación con más de 23 años de edad
Pero «cohabitar con el objetivo firme y declarado de casarse después» no es muy común, en realidad. Normalmente, uno de la pareja lo desea, o espera, o le gustaría… y el otro prefiere no pensar mucho en ello, hasta que, quizá, «se desliza».
¿Tienen los dos voluntad declarada y firme de envejecer juntos?
Stanley insiste que esa voluntad declarada de compromiso, de querer vivir siempre juntos, expresada, es lo que da firmeza frente a la ruptura. Esa voluntad declarada y firme es lo que debe haber en un noviazgo. Y el ritual de una boda y el apoyo público de la comunidad tiene, entonces, una eficacia real y da una fuerza real en esos casos a la pareja.
Lo peor es que en la cohabitación uno queda «enganchado» y tarda en ver esas cosas y dar el paso a dejarlo. Cohabitar dificulta ambas cosas: detectar los problemas y cortar la relación: un piso que pagar, un coche compartido, quizá incluso hijos, etc…
«Hay muchas formas mejores de probar una relación que hacer algo que dificulta el romper porque te lo has imaginado todo. Es mejor tomar un curso sobre relaciones (por ejemplo, los cursos prematrimoniales anteriores incluso a prometerse en matrimonio), hablar de cómo será el futuro juntos y ver si sois compatibles saliendo en el noviazgo. Tomad el tiempo de ver a vuestra pareja en distintos ámbitos sociales», propone Stanley.