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El matrimonio es un camino de «ires y venires», en el cual es natural que surjan momentos de dificultad. Por eso, una vez se presenten, es importante atenderlos de forma oportuna y adecuada.
En la revista Hacer Familia señalan los 9 momentos más comunes en que los matrimonios son especialmente vulnerables y requieren una atención extra.
1. Cuando, novatos, ¡descubrimos que somos distintos!
Es una de las crisis más frecuentes de los primeros compases de la pareja. Surge al iniciar la convivencia. El enamoramiento que versa sobre los grandes temas posiblemente no se ha parado a mirar en esos detalles mínimos que se perciben en el día a día. Aunque parezca mentira, no son pocas las crisis que los matrimonios tienen que superar por tópicos tan clásicos como la pasta de dientes abierta o si los platos de la cena se recogen o se dejan en la pila. Es entonces cuando descubrimos que cada uno es «de su padre y de su madre». Las educaciones recibidas durante todos los años precedentes son distintas y se nota.
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Para enfrentarse a esta situación necesitamos trabajar especialmente la empatía. Es importante ponerse en la piel del otro para juzgar adecuadamente cada situación. La valoración incluye saber si realmente la otra persona es consciente de que determinada actitud nos molesta. En ocasiones, posiblemente, ni sepa que hay otro modo de hacer las cosas porque en casa de sus padres se hacían así. El diálogo tiene que ser muy fluido porque si no se comentan los detalles, se pueden enquistar. Pero al mismo tiempo, nunca se puede perder la perspectiva de que se trata de cuestiones de una importancia solo relativa.
2. Cuando se meten las familias políticas
Aunque ante el altar solo están los novios, no cabe duda de que a la familia llegan también los suegros, los cuñados, los sobrinos y todo un séquito con el que no contábamos. La injerencia de la familia propia y la política en los asuntos que conciernen al matrimonio puede provocar serias tensiones en determinadas circunstancias. Además, los cónyuges tienen la sensación de estar entre la espada y la pared, puesto que se deben tanto a sus mayores como a su pareja.
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En estos casos, el diálogo es el arma más eficaz para solventar los problemas. Pero no se debe entender como un diálogo destinado a que el contrario entienda a la familia política, puesto que es poco probable que ocurra, sino a que el matrimonio acuerde unos principios básicos mínimos que no se podrán transgredir. Como las situaciones son dispares y se presentarán muchas veces a lo largo de la vida, conviene hablar de cada caso en concreto, como las vacaciones, el cuidado de nietos o las fiestas navideñas. En cualquier caso, es imprescindible no atacar nunca al cónyuge por los comportamientos de su familia.
3. Cuando el bebé no llega
Ese deseo por tener hijos en común que es positivo y afianza la relación, se puede convertir en un foco de conflicto cuando, mes tras mes, ese hijo no llega, cuando se frustran los embarazos. La tristeza se puede hacer presente en la vida de ese matrimonio. Y de esa tristeza surge fácilmente la distancia puesto que, para no provocar más dolor, se evita mencionar un tema que sigue latente en los dos. En ocasiones, deriva en reproches, más o menos explícitos, hacia el otro, y puede acabar incluso con un matrimonio si no se sabe gestionar.
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La mejor manera de evitar esta grave crisis matrimonial es no retrasar el momento de la boda y de la paternidad por causas como la necesidad de crecer en el trabajo o de alcanzar un determinado nivel económico. Pero si esa circunstancia ya no se puede soslayar y si el problema persiste, resulta fundamental entender el valor del matrimonio en sí mismo. Aunque los hijos supongan una riqueza para la pareja, el amor de los cónyuges no está supeditado a tener descendencia. Con esta perspectiva en mente, el vínculo matrimonial no flaqueará a pesar de la ausencia de hijos.
4. Cuando nacen los bebés
La llegada de un hijo suele ser un momento de extrema felicidad para un matrimonio y, sin embargo, también es un momento de tremenda crisis. Lo que pasa es que las parejas suelen adaptarse a los cambios que supone la paternidad con enorme alegría porque para ellos pesan más en la balanza los aspectos positivos. Pero no cabe duda de que supone un cambio radical en la vida de un matrimonio acostumbrado a ser dueño de su tiempo, a tenerse el uno al otro sin interrupciones, a tomar decisiones con bastante libertad. Todo cambia con los niños: ritmos, horas de sueño, planes posibles, tiempo disponible, gastos del hogar, prioridades. Puede que al matrimonio le cueste adaptarse, que tarden en comprender cuáles son sus nuevos roles y que los sincronicen.
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Serán necesarias grandes dosis de comprensión por parte del padre y de la madre para que cada uno vaya tomando posiciones en el nuevo escenario. Aunque un niño reclame gran parte de nuestra atención, el matrimonio no debe descuidarse porque será la piedra angular de esa familia que acaba de crecer. Por eso, mirar las cosas desde la perspectiva del otro limará muchas asperezas. Conviene poner distancia sobre los problemas y entender que algunos se van resolviendo solos con el paso de los meses, como la falta de sueño o la atadura que supone la etapa de la lactancia. También es importante dejar de mirar hacia el recuerdo de lo que ya no se puede hacer y centrarse en las posibilidades que ofrece la nueva vida.
5. Cuando hay que decidir cómo educar a los niños
Las parejas mejor avenidas encuentran en muchas ocasiones puntos de fricción en temas que se refieren a la educación de los hijos. Si aquello de proceder «de su padre y de su madre» se hace patente al inicio de la convivencia, la sensación vuelve a escena cuando los problemas con los niños llegan a casa. Como en la educación no existen recetas, cada miembro de la pareja planteará ante cada circunstancia la forma de educar que considere más oportuna. Y tendrá que ver con su experiencia personal, con sus vivencias familiares, con su forma de ser y con otros elementos con los que tenemos que ser particularmente comprensivos.
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La comunicación en el seno del matrimonio será la clave para resolver estas crisis puntuales. La negociación permitirá acercar posturas en vías de solución que no son ni buenas ni malas, solo diferentes. Pero lo imprescindible es tener presente en todo momento que los acuerdos son necesarios por el bien de los niños. No se trata solo de pensar en qué opción de las dos es la más beneficiosa sino que, una vez tomada una decisión, los padres deben actuar al unísono para que los hijos tengan un referente moral claro.
6. Cuando escasea el dinero
El dinero no da la felicidad pero la falta de dinero genera más de un quebradero de cabeza. En muchos hogares, situaciones como el desempleo de larga duración han servido para unir más a los matrimonios, que buscan juntos soluciones imaginativas para sacar adelante el hogar. Pero no cabe duda de que un cambio radical en el nivel de ingresos supone una crisis a la que hay que hacer frente. Adaptarse a las nuevas circunstancias es complicado y se puede caer en errores comunes tales como comparar los esfuerzos de unos y otros o culpar al otro de la falta de recursos.
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Cuando el dinero escasea, mirar hacia lo importante es el paso indispensable. Sin embargo, acto seguido es importante que el matrimonio se ponga a buscar modos de resolver una situación que puede ser coyuntural o alargarse en el tiempo. Aunque la meta pueda estar puesta en recuperar determinado nivel de ingresos, será imprescindible que la pareja sepa adoptar medidas a corto plazo que den un poco de oxígeno a las cuentas y tranquilidad a la familia. Las decisiones en este sentido tienen que ser consensuadas para que ambas partes sientan que están aportando. Si los hijos tienen la edad suficiente, conviene hacerles partícipes, sin alarmismos, de la situación, para que entiendan y colaboren en el programa de ajustes.
7. Cuando todo es rutina y el matrimonio se resiente
La conciliación de la vida laboral y familiar sumado al reparto de tareas en el hogar provoca que muchos matrimonios vivan inmersos en una vorágine en el que se comunican con meros mensajes utilitarios y no pasan tiempo juntos. El engranaje funciona, pero los cónyuges viven en soledad incluso aunque pasen buena parte del tiempo acompañados por los hijos o en el trabajo. El matrimonio se va resintiendo porque no se detiene a charlar sobre lo importante sino que se centra únicamente en lo urgente. La vida de pareja se puede convertir en un mero intercambio de anotaciones de tareas en la agenda común.
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La pareja necesita tiempo para crecer y fortalecerse, tiempo de calidad que no tiene por qué implicar viajes incosteables o románticas cenas que se salgan del presupuesto familiar. Lo importante es reservarse tiempo para dedicar al otro, para que pueda explayarse contando aquello que le preocupa y no estemos nerviosos intentando saltar a la siguiente tarea, para compartir los temas comunes y debatir sobre los problemas que vislumbramos en el horizonte. Se puede fijar en esa apretada agenda un rato en común, quizá sea solo un café tranquilo los viernes antes de ir a buscar niños al colegio, o una cena casera especial después de que se vayan a la cama. Pero es fundamental no sentirse solo.
8. Cuando nos atrae una tercera persona
Las infidelidades están a la orden del día. El matrimonio avanza por su complicada cotidianidad marcada por los problemas y, de pronto, surge una tercera persona que no genera complicaciones, que no aturde con quejas y que siempre pone buena cara. La tentación existe y muchas veces la salida posible no estriba en huir de ella, puesto que puede tratarse de alguien con quien estamos obligados a tratar.
Si en un matrimonio uno de los cónyuges mira hacia fuera es imprescindible que vuelva la vista hacia dentro para saber dónde está la fuga que no detiene su mirada. Si se deja llevar por un emotivismo que está a flor de piel, es posible que acabe inmerso en una pendiente deslizante con mal final.
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Es muy conveniente hacer autocrítica del matrimonio, es decir, analizar qué parte del matrimonio nos corresponde y no estamos haciendo bien y qué parte no hace bien el otro, qué parte no podemos tolerar y qué parte tenemos que aprender a superar. Solo si percibimos que existe un problema estaremos en condiciones de atajarlo. Si no conseguimos atajar el problema o incluso descubrirlo, la ayuda de un experto es la mejor de las opciones antes de que la situación empeore.
Lo importante es no caer en el error de pensar que una atracción física por un tercero significa que el matrimonio esté acabado y que, por tanto, se puede dar rienda suelta al deseo. La tentación es como la señal de alarma que salta en el coche y que nos indica que tiene que ir al taller. Si se hacen bien las cosas, el matrimonio saldrá fortalecido.
9. Cuando llegan problemas serios
En el camino del matrimonio pueden surgir problemas graves que afecten a la familia en su conjunto. Una enfermedad de alguno de sus miembros, el comportamiento inadecuado de alguno de los hijos, tenerse que hacer cargo de algún mayor, una discapacidad… Son situaciones en las que, aunque la pareja deba permanecer especialmente unida, es probable que los estados de ánimo se vean afectados por los acontecimientos.
Ante estas situaciones hace falta mirar el nuevo escenario desde la distancia, tomar en consideración cuáles son todas las circunstancias, determinar si el cambio de situación va a ser circunstancial o definitivo. Hace falta ser pragmático y buscar soluciones a aquellas cuestiones del día a día que necesitan ser resueltas. De lo contrario, pequeños problemas cotidianos se pueden convertir en cargas inasumibles que acaben por deteriorar el matrimonio. Los esposos tienen que pasar juntos los momentos propios del duelo que implica la aceptación de todo problema. Solo así serán capaces de salir juntos de esa crisis y afrontar la vida tal como viene dada.
*Por Marina Berrio de Hacer Familia. Publicado por ReL