ReL – 28.05.2018
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“Para ser santos ‘no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosos o religiosas (…). Todos nosotros, todos, somos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo cada uno su propio testimonio en las ocupaciones de cada día, ahí donde se encuentra’”
Así lo señala el Papa Francisco en su exhortación apostólica Gaudete et exsultate. Por eso estos consejos de Joshan Rodrigues, sacerdote de la diócesis de Bombay (India), nos caen como “anillo al dedo”.
El sacerdote presenta en su blog, la siguiente lista de comprobación de cinco puntos sobre la santidad:
1. Perseverancia, paciencia y mansedumbre
El primer signo es cuando Dios se convierte en la fuente de tu fortaleza interior, cuando estás firmemente anclado en Él. Esta actitud ayuda al cristiano a afrontar cualquier situación en la vida, por grave y desesperanzada que sea. Cuando “sabes” y “sientes” que Dios está contigo, entonces “¡Todo está bien!”
Esa es la fuente de la fortaleza de los santos, que se enfrentan a toda hostilidad y violencia con amor y paz. Es también el signo de una persona con la que se puede contar, porque quienes tienen su fe en Dios son también fieles a los demás. Una persona así no responde al mal con venganza sino con amor. Una persona así protege el buen nombre de los demás. No juzga a los demás por sus faltas, sino por sus fortalezas. Siempre está dispuesto a aprender de los demás. ¡Si estás dispuesto a sufrir humillaciones por el bien de los demás, entonces te pareces a Cristo!
2. Alegría y sentido del humor
Un cristiano santo siempre está lleno de alegría y con sentido del humor, porque alguien que tiene a Dios consigo nunca puede estar triste o abatido. Cuando entra en una habitación trae sonrisas y buen rollo. Esta persona puede estar afrontando el momento más duro de su vida, y sin embargo nada puede destruir la alegría y confianza que están en él, porque sabe que, a fin de cuentas, ¡Dios me ama! Esa alegría trae una profunda seguridad, una serena esperanza y una satisfacción espiritual que el mundo no puede entender ni valorar.
3. Audacia y pasión
Déjenme enseñarles este punto mostrando cómo un cristiano no debe ser. El mayor obstáculo a la evangelización es una mentalidad de miedo y falta de entusiasmo entre los cristianos al hablar de su fe. Podemos paralizarnos por un exceso de prudencia, siempre queriendo jugar sobre seguro, sin querer jamás alejarnos demasiado de la playa. Nos negamos a mirar a la realidad a los ojos y, por el contrario, nos tienta huir hacia un “espacio seguro”. Esto puede tener muchos nombres: individualismo, espiritualismo, adicción, vivir en “mi” mundo, rechazo a nuevas ideas y perspectivas, pesimismo, dogmatismo, etc. Somos como Jonás; no queremos ir donde el Señor quiere que vayamos. Pero Dios nunca tiene miedo. ¡Es un valiente! Siempre es más grande que nuestros planes y esquemas. Quiere que seamos audaces y que tengamos el coraje de hacer cosas que nadie más quiere hacer, de decir las cosas que nadie más quiere decir. No digas “deja las cosas como están”.
4. En comunidad
La santidad no se vive en solitario, se vive en común con otros. Esto es mucho más difícil, como experimentamos en las familias, los lugares de trabajo, en la parroquia e incluso en las comunidades religiosas.
Aislarme de los demás es lo contrario de la santidad. En el matrimonio, cada uno de los esposos se convierte en la fuente de santificación del otro. Una persona santa es alguien que puede vivir los mandamientos cuando está con otros. La santidad tiene también que ver con prestar atención a las pequeñas cosas. Una comunidad santa es una cuyos miembros prestan atención a las pequeñas necesidades de todos. Un gran amor en las cosas pequeñas. Dios está en los detalles.
5. En constante oración
¿Recuerdas cuántas horas puedes pasarte hablando o escribiéndote con esa persona tan especial en tu vida? ¿Cómo esa persona está siempre en tu mente? Pues bien, si esa otra persona es Dios, eso es oración. Si dices que amas a Dios, pero no sientes que estás hablando con Él, ¿es un amor de verdad? No puede alcanzarse la santidad sin tener hilo directo con Dios. No es imprescindible que las oraciones sean siempre en el sentido tradicional, usando las fórmulas establecidas o largas devociones. Lo importante es cuánto tiempo estás a solas con Dios, hablándole. ¡Reza sin cesar! También es oración ponerte tranquilamente ante el fuego del Señor y dejar que caliente tu corazón. ¡Estate tan cerca de Él que puedas coger su fuego sin quemarte!
La oración también es silencio; es leer la Palabra de Dios y “recordar” que todo lo ha hecho por mí y por los demás. Piensa en tu propia historia cuando reces y encontrarás la misericordia. La oración también es petición e intercesión. Se convierte en una señal de nuestra dependencia de Dios y también en una expresión de nuestro amor a los demás. Cuando rezamos por los demás (incluso por quienes no nos gustan), acogemos sus vidas, sus problemas más profundos, su bienestar, y sus sueños más elevados. En la oración encontrarás la fuerza para perdonar.
Finalmente, esta oración debe conducirnos a la Eucaristía, a recibir a Jesús en la Santa Comunión. Es ahí donde lo humano y lo divino se reúnen.