Blogs LaFamilia.info – 23.06.2017
Foto: Freepik
Muchas veces hemos escuchado que debemos aceptar y querer al prójimo, tener compasión, ayudarlo y protegerle; lo cual es sinónimo de vivir la caridad. Cuán difícil es poder conocer la trascendencia de esta actitud y de interiorizar la magnitud de su significado. “El prójimo”… ¿Pero quién es? ¿En dónde lo busco? ¿Cómo le ayudo?
No hay que desplazarnos ni ir muy lejos porque donde menos creemos está esa persona que necesita de nuestra mano amiga, de una voz de aliento, de una mirada, de un simple saludo. A medida que avanzamos en nuestra edad, vamos considerando la vida de una manera más pausada. Cuando jóvenes queremos atrapar el mundo con las manos, pensamos que vivir la vida es ir contra corriente y muchas veces, sumergirnos en un abismo sin regreso. En la actualidad eso es lo que nos transmiten los medios de comunicación, las redes sociales, las amistades, el contexto. “Anda a vivir sin importar qué haces con tu vida y a quién atropellas en ese ir y venir desaforado porque lo importante es disfrutar”. Pero esto a costa de qué.
Nuestra vida no puede estar basada en lo trivial, en lo que no tiene real importancia. En un abrir y cerrar de ojos podemos perder todo y encontrarnos solos, y más aún cuando no cuidamos a las personas que conocemos y que hacen parte importante de nuestras vidas. Con una actitud desinteresada es muy fácil quedarnos sin los verdaderos tesoros que nos llenan de alegría: la familia, la pareja, los hijos y los amigos. Los seres que más nos quieren son aquellas personas a las cuales debemos cuidar especialmente pues son los que nos dan las razones y el sentido para existir y disfrutar de lo maravillosa que es la vida. Los bienes materiales son valores agregados obtenidos al hacer muy bien nuestro trabajo pues con este recibimos remuneración que a la vez, si sabemos aprovechar, día a día podremos ir adquiriendo casa y vehículo; podremos ir escalando profesionalmente, vestir dignamente, viajar si está dentro de nuestros planes, etc. Pero lo fundamental, y que muchas veces dejamos de lado, son las personas.
Entonces, esa actitud de piedad, humanidad, sensibilidad y de misericordia, se resume en una virtud que nos ayuda a ganarnos el cielo con cada acción emprendida, porque se hace con amor, con sentido sobre natural; con el sentimiento inigualable del agradecimiento a Dios y a los dones excepcionales que nos da a cada instante. Cuando dejamos el egoísmo y actuamos sin pensar en nosotros mismos, es cuando se vive realmente la caridad, que reúne a todas las virtudes descritas anteriores. Son virtudes porque se hacen presentes como algo ya propio de cada uno de nosotros, se viven naturalmente cuando pensamos en el prójimo sin esperar nada a cambio. Sólo por el hecho de pensar que esa persona cercana está necesitando de mi auxilio, de mi ayuda, de mi consejo, de mi compañía. A veces para ser solidarios esperamos sólo a que haya catástrofes o campañas en pro de la comunidad para aportar un mercado, sin considerar, que la caridad debe ir más allá. Trascendemos cuando somos caritativos pues la satisfacción es tan grande que podemos decir y sentir que somos felices cuando vamos al encuentro con el otro que es semejante a mí.
El amor es lo más profundo que permite a la persona tener una razón para vivir. No hablo sólo del amor de pareja. Hay muchas maneras de amar y profundamente. Aquellas personas que entregan su vida para trabajar por los demás, aportando un grano de arena para construir un proyecto lleno de bondad; están pensando en hacer el bien y eso no tiene precio alguno. La caridad está unida al amor necesariamente. Como lo expresó san Josemaría Escrivá de Balaguer en su libro Amigos de Dios: «No poseemos —señalaba san Josemaría— un corazón para amar a Dios, y otro para querer a las criaturas: este pobre corazón nuestro, de carne, quiere con un cariño humano que, si está unido al amor de Cristo, es también sobrenatural. Ésa, y no otra, es la caridad que hemos de cultivar en el alma», tenemos un solo corazón y este solo bastará para amar a Dios, y si lo amamos a Él, amaremos también a todos nuestros semejante.
La caridad la debemos tener con todos a nuestro alrededor. Es absurdo amar a los de fuera de casa y en nuestra familia tener un comportamiento irrespetuoso, intolerante e intransigente. Amémonos también primero a nosotros mismos; si no nos amamos y respetamos, ¿quién nos amará y respetará? La cadena de virtudes se hace más fuerte cada vez que las vivimos en nuestra vida personal, familiar, laboral y profesional. Se forma un escudo impenetrable que nos hará más fuertes ante las tentaciones y frente a las actitudes desfavorables de los demás. La caridad es la madre de las buenas obras. Nada más gratificante que el deber de hacer bien las cosas porque cuando se omite o se disfrazan los valores en las acciones emprendidas, en algún momento de nuestras vidas comienza la conciencia a cobrarnos factura. Se dice que la vida misma es un búmeran que nos trae lo bueno o lo malo de acuerdo a como hemos procedido.
Sabiamente lo expresó el Papa Francisco: “la caridad es una gracia: no consiste en el hacer ver lo que nosotros somos, sino en aquello que el Señor nos dona y que nosotros libremente acogemos; y no se puede expresar en el encuentro con los demás si antes no es generada en el encuentro con el rostro humilde y misericordioso de Jesús”. Seamos caritativos, personas con un corazón bondadoso, con rostro alegre, con manos reconfortantes y mirada comprensiva. No es fácil lograrlo pero si es más gratificante que una persona con corazón de piedra o egoísta, con rostro desolado, con manos intolerables y mirada inflexible. Una persona con esta actitud sufre más, está aislada y también es incomprendida. Puede tener una coraza tan fuerte por fuera pero por dentro se desmorona y se desanima ante la adversidad. Se necesita la fuerza de Dios para poder enfrentar con la cabeza en alto la adversidad y con la esperanza de que todo mejorará en unión con la lucha interior para cumplir nuestra misión de alcanzar la verdadera felicidad, que se encuentra dentro de cada uno pero que no se alcanza en la soledad. Estamos en la sociedad y por tanto, no vivimos solos, compartimos con los demás y debemos dar lo mejor en cada uno de nuestros actos.
El verdadero rostro de la caridad está frente a nosotros, sin ir tan lejos. Mi prójimo es mi hermano, mi mamá, mi papá, mi esposo, mi hijo, mi amigo, mi compañero de trabajo, mi vecino. Está en quien necesite de mí. Todo lo que hagamos bien será retribuido en nosotros mismos y en nuestra familia. Siempre debemos pensar hacer lo que nos gustaría que nos hicieran a nosotros y vivir también la virtud de la alteridad, la cual consiste en ponernos en el lugar de los demás, para así poderlos comprender y entender, para ser también cada vez más humanos.
“Estamos llamados al amor, a la caridad y esta es nuestra vocación más alta, nuestra vocación por excelencia; y a esa está ligada también la alegría de la esperanza cristiana. Quien ama tiene la alegría de la esperanza, de llegar a encontrar el gran amor que es el Señor”. Papa Francisco, VATICANO, 15 Mar. 17
***
Licenciada en Educación Básica; especialista en Informática Educativa, en Gerencia de Instituciones Educativas y en Pedagogía e Investigación. Con amplia experiencia en docencia. Felizmente casada y madre de un hermoso bebé. vivian_forero@hotmail.com