Por LaFamilia.info – 11.01.2016
Foto: Pixabay
Durante las festividades de fin de año las familias suelen reunirse; los que están lejos de casa viajan a su encuentro y así cada hogar está colmado del calor de familia. Pero ya es hora de recomenzar la vida ordinaria y todos han de retornar a sus lugares de origen…
Para algunos padres, esta ausencia de los hijos se convierte en motivo de desánimo y tristeza.
El hogar que hasta hace poco era un hervidero de risas y encuentros es ahora silencioso y solitario, “¿qué va a ser de nosotros?”. Cada vez que los hijos se van de casa es como la primera vez, revivimos el difícil momento de cuando salieron del nido…
Para quienes enfrentan el «síndrome del nido vacío» Ghislaine Demombynes coautora del libro “Hijos adultos: ¿Qué tan cerca, qué tan lejos? Del apego a la autonomía” comparte con nosotros cuatro pasos que ayudarán a transformar esta experiencia:
Primero, atender nuestro dolor
Aceptarlo y valorarlo porque nace de nuestro inmenso amor por nuestros hijos. Acobijar nuestro dolor, tenerle paciencia, como a un cachorro que llora. Estamos iniciando un cambio en nuestras vidas e intentaremos confiar en que lo que nos espera -una vez que el dolor haya pasado- estará lleno de satisfacciones.
Segundo, aprovechar lo que viene
Tenemos más tiempo disponible, menos responsabilidades en el hogar: es el momento de ocuparnos de nosotros mismos. Muchos no tenemos esa costumbre, hasta ahora nuestros hijos han sido nuestra prioridad, nos hemos ocupado de ellos y no de nosotros. Nos cuesta preguntarnos: ¿Qué quiero hacer? ¿Cuál actividad deseo explorar? ¿Cómo aprovechar este momento en mi relación de pareja? Podríamos hasta sentirnos culpables de aprovechar las oportunidades, como si eso fuera traicionar nuestro rol de padre o madre.
La realidad es que al ocuparnos de nosotros mismos, les estaremos haciendo un bien a nuestros hijos, seremos unos padres activos y satisfechos con los cuales ellos querrán relacionarse de ahora en adelante.
Tercero, nuestros hijos necesitan otro tipo de atención
La relación con nuestros hijos adultos va a transformarse para el bien de todos. Ya no tenemos porqué opinar ni aconsejarles si no nos preguntan. Es preferible dejar que tomen sus decisiones y consoliden su confianza en sí mismos: cuando seguimos demasiado pendientes de ellos estamos enviándoles el mensaje que no los creemos capaces. Nuestro rol ahora es de alentar su empoderamiento. En la medida en que ayudamos a nuestros hijos a independizarse de nosotros, estaremos construyendo relaciones futuras más nutritivas para ambos.
Cuarto, recordar las etapas del cambio:
-Temor: Tendremos miedo al cambio, miedo al vacío en la casa, miedo a perder lo que teníamos.
-Resistencia: Algunos padres intentamos mantener la misma relación -de protección u autoridad- como cuando los hijos eran adolescentes. Otros insistimos en mantener un contacto muy estrecho sin respetar la individualidad de nuestro hijo.
-Aceptación: Al ver que nuestros hijos se desenvuelven solos y a la vez siguen pendientes de nosotros, nos damos cuenta que hay ventajas para todos en esta nueva realidad. Celebramos sus logros, los acompañamos en sus fracasos con la confianza de que el fracaso es sólo una lección para el éxito futuro.
-Crecimiento: Al cambiar, por el bien de nuestros hijos, también encontramos nuevas facetas de nosotros mismos, mayor independencia y nuevas posibilidades: habremos crecido como personas y nos convertiremos en un modelo para nuestros hijos.
Por último la experta sugiere: «Debemos dar la bienvenida a un nuevo tipo de relación con nuestros hijos. Empezar a construirla requiere de nuestra dedicación y coraje para enfrentar el cambio. De nosotros depende amargarnos o disfrutar de esta nueva etapa en la vida de todos.»