A medida que los hijos crecen, van demandando más zonas de autonomía e independencia, hasta llegar a la etapa de la adolescencia en la cual estos deseos, se hacen más fuertes y se convierten en manifestaciones de su propia naturaleza.
La adolescencia es un momento de cambios físicos, intelectuales y emocionales que provocarán situaciones de dificultad. No obstante, es la época en donde las personas más necesitan de una figura de autoridad asertiva, acompañada de amor, escucha y comprensión. ¿Hasta dónde respetar la libertad del adolescente sin dejar de velar por su bienestar?
La confianza como herramienta
La formación genera confianza; y es ésta, la base fundamental del proceso educativo de los hijos. Cuando se ha educado con firmeza y cariño desde las primeras edades, los padres adquieren esta herramienta la cual les permite confiar en sus hijos, y ellos a su vez, en sus padres.
La confianza genera la oportunidad de negociar lo que es negociable, situación que favorece la relación paternal, puesto que los hijos se sienten importantes y escuchados en la toma de decisiones. De esta manera, se desarrolla en el inconsciente del adolescente, un sentimiento de culpa al fallar a esa confianza depositada por los padres. Asimismo, la confianza tiene otro ingrediente: la sinceridad, la cual se construye enseñándole a los hijos a decir siempre la verdad por grave que sea. Esta actitud es el resultado de la confianza que se ha construido en los hijos.
Sin embargo, la confianza no es sólo una actitud de los padres, es también un estímulo que los hijos deben ganarse demostrando buen comportamiento, obediencia, respeto, acato de la norma, etc.
El manejo de la autoridad
Al hablar de este tema, vale aclarar que la autoridad es un deber de los padres y por lo tanto, no se debe ver desplazada por las pretensiones del adolescente. Pero tampoco se pueden negar las necesidades que posee este ciclo y la realidad de “dejar ser” a los hijos, quienes ya emprenden su propio rumbo.
Una de esas principales características de la adolescencia, es la necesidad de la independencia. Es normal que a esta edad, los chicos quieran pasar más tiempo con sus amigos que con su familia, y esto no tiene porqué ser tomado como un desaire o rechazo por parte de los jóvenes. Lo importante es velar para que los valores permanezcan como protagonistas de la educación y se busquen espacios de reunión familiar, los cuales obviamente, serán pocos comparados a los que se vivían cuando eran unos niños.
No quiere decir por tanto, que los hijos disfruten de plena autonomía y libertad cuando aún no se está preparado para tomar las riendas de su vida. Los padres están en la obligación de negar un permiso, de exigir respeto, etc. sin dejar de lado el espacio propio que los adolescentes solicitan.
La prudencia de los padres
David Isaacs le dedica unas cuantas páginas a la virtud de la prudencia en su libro Virtudes para la convivencia familiar. En estas líneas explica que la prudencia es la que facilita una reflexión adecuada antes de enjuiciar cada situación:
“Los padres que desarrollen esta virtud estarán en mejores condiciones de ver con claridad lo que buscan y encontrar, luego, las vías adecuadas a estos fines y determinar, así, la actuación correcta. (…) La imprudencia –que incluye la precipitación, la inconsideración, y la inconstancia- está muy relacionada con la falta de dominio de las pasiones. La imprudencia puede llevar a los padres a prejuzgar a sus hijos o a encasillarlos.”
Del mismo modo, la prudencia en la educación del adolescente, invita a los adultos a respetar las características y necesidades del joven, por ejemplo: cuando quiere estar solo, cuando no quiere hablar, cuando ríe a carcajadas o cuando llora hasta el cansancio. Por eso es un error burlarse del hijo adolescente o hacer charlas sobre él delante de otras personas, creándole inseguridad y malestar.
La toma de decisiones
Desde que los hijos son pequeños, los padres deben permitir que ellos tomen algunas decisiones teniendo en cuenta su edad y nivel de dificultad que está dispuesto a asumir, con el fin de que vayan formando conciencia de las consecuencias de los actos y la importancia de pensar antes de actuar.
En el caso especial de los adolescentes, el autor David Isaacs explica: “Hay dos criterios principales que ayudan a determinar los campos en que los padres deben seguir tomando las decisiones. Me refiero a decisiones que pueden conducir al hijo a una situación de peligro físico o moral innecesario. Por lo demás, será bueno favorecer la toma de decisiones por parte del hijo, siempre teniendo en cuenta los criterios mencionados anteriormente.”
Es fundamental entonces que los padres tomen conciencia de las condiciones de su hijo adolescente, de las necesidades normales de la edad y de los valores inquebrantables del hogar. Teniendo esto claro, la relación con el hijo adolescente fluirá mejor y se beneficiará la convivencia familiar.