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Si…, no…, bien…; son las respuestas que normalmente reciben los padres de sus hijos adolescentes. La dificultad para comunicarse con ellos, son una de las principales causas de preocupación que expresan los padres.
Sin embargo, no toda la responsabilidad debe recaer sobre los jóvenes. Los adultos también deben revisarse, cuestionarse, mirar cómo están propiciando el ambiente de diálogo en el hogar. Un error donde la mayoría de los padres caen, es limitar su comunicación a un interrogatorio, cerrando así la oportunidad para que nazca la conexión entre padre e hijo por medio de una comunicación positiva de intercambio de sentimientos.
Cuando un adolescente se les acerca a sus padres, es porque verdaderamente necesita que lo escuchen y está sediento de amor, lo menos que hace falta en ese momento son los regaños o juicios, que sin intención de herir a los hijos, salen a flote.
Cinco reglas de oro para comunicarse mejor con los adolescentes
1. Darles oportunidad de ser responsables, delegándoles deberes
Ellos tienen que saber que se confía en ellos y les consideramos capaces. La mejor forma de que aprendan lecciones es enseñarlas a otros, por eso es tan eficaz el que se haga responsable, por ejemplo, del cuidado de un hermano pequeño, en ausencia de sus padres o el que le explique una materia en la que necesita ayuda. También en múltiples gestiones personales que pueden hacer por sí mismo en lugar de los padres.
2. Haga que el adolescente participe de las discusiones, alegrías y preocupaciones de la familia
Es común oír esta queja por parte de los jóvenes: ¡Es que en mi casa no me cuentan nada! ¡Siempre me entero por otras personas!
A veces, por miedo a que no sufran no les comunicamos una adversidad familiar; un problema económico, la enfermedad de un pariente cercano, etc. Ante esta postura, el adolescente puede imaginarse que algo terrible está pasando, incluso exagerar en su cabeza dada a la fantasía las circunstancias, y lo que es peor, creer que son demasiado insignificantes como para que sus padres les tengan confianza. Se les debe informar para que se involucren, colaborando – si pueden hacer algo – o rezando para que el problema se solucione.
Estas muestras de confianza nunca caen en saco roto, pues al comunicárselas los consideramos personas dignas de nuestra confianza, y ellos se considerarán dignos de la confianza de sus padres.
3. Comuniquemos a nuestros hijos cómo nos sentimos
Escuchar a los hijos sus opiniones, sentimientos, alegrías y dificultades constituye sólo un aspecto de la comunicación. También tenemos el derecho y la libertad para expresarles nuestros propios sentimientos y ser oídos: alegrías, cansancio, una buena o mala jornada laboral, etc. Esta dualidad en la comunicación es imprescindible para lograr la confianza del adolescente porque constituye el verdadero diálogo.
No vamos a perder nuestro prestigio como padres cuando nuestros hijos aprendan a vernos como personas que se cansan y tienen buenos o malos momentos; es más es con esa persona con las que querrán comunicarse no con el padre o la madre ideal o perfectos porque sencillamente no existe.
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La obediencia está muy relacionada con el cariño y el cariño se fomenta con el conocimiento real de una persona. Un adolescente que quiere a sus padres puede desobedecerles, pero se sentirá muy mal al hacerlo, el cariño a sus padres hará que él mismo se proponga rectificar.
4. No dejar de exigirles en el plano moral y social
Ante una mentira o hurto (tomar dinero o cosas sin permiso), la falta de modales, la muestra de irrespeto hacia algún miembro familiar, profesor o personal de servicio, no deben ser nunca pasadas por alto.
No basta pedir perdón, a veces creen solucionado el problema, se necesita compensar con un detalle su falta. En este tipo de conducta se debe ser inflexibles, porque el adolescente necesita de esta exigencia, si ante una conducta de este tipo la pasamos por alto la traducirá como indiferencia o que no nos importa.
5. La formación de un frente unido
En todas las edades, pero aún más en la adolescencia, es importante el hecho de que los hijos vean que padre y madre van en la misma línea de exigencia. Se debe tener muy claro en las cuestiones que considere importante que sus hijos obedezcan. Estas normas de obligado cumplimiento hay que delimitarlas bien para no ir a transmitir mensajes contrapuestos.
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No nos encontremos en la situación en la que uno tenga que ser «el malo» mientras que el otro sea siempre «el bueno». Los hijos aprenden muy pronto la idea «divide y vencerás». También saben distinguir muy bien cual de las partes, ese día, está agotado y -al no tener ganas de pelear tiende por el camino más fácil, que es ceder a su petición- con lo cual a la opinión contraria la pone en una situación conflictiva.
Fuente: Ageanet