En la adolescencia, el mundo se abre de una manera diferente para los y las jóvenes y muchos aspectos se vuelven sumamente atractivos: la libertad, la autonomía, el sexo opuesto, el amor…
En esta edad se vivencia el primer amor, ese amor que llevamos prendado a nuestros recuerdos, y sentimos que nos “enamoramos” no una, sino muchas veces. Esta sensación es maravillosa, de adultos la seguimos experimentando, y es uno de los estados más sublimes que puede vivir un ser humano.
Pero el enamoramiento es una experiencia que debe vivirse de manera consciente, lo cual resulta sumamente difícil cuando se tiene 13 o 14 años. Resulta contradictorio afirmar que el enamoramiento (lo cual alega a emociones) debe vivirse de una manera deliberada; sin embargo, es necesario que las personas distingan las repercusiones de una ilusión pasajera y las de un verdadero amor.
El amor inmaduro
Ahora veamos ciertas características del amor inmaduro. En primer lugar, es egocéntrico, busca el beneficio y la satisfacción propia. Dos personas enamoradas, desean estar todo el tiempo juntas, necesitan sus llamadas constantes y no conciben su vida sin su “media naranja”; y aunque esto parezca muy romántico, lo que enmascara es la necesidad de compañía, revela el deseo que tenemos los seres humanos de ser una persona significativa e indispensable en la vida de otros.
Asimismo, el enamoramiento comprende una ilusión pasajera pues se basa exclusivamente en emociones, y éstas son dinámicas, cambian según las circunstancias y se modifican a través del tiempo. Por esta razón, se vuelve casi imposible mantener la intensidad inicial a lo largo de la relación.
Según lo expuesto hasta ahora, el enamoramiento pareciera ser un estado no muy positivo… ¡todo lo contrario! Estar enamorado es una de las mejores experiencias que puede vivir el ser humano, el problema radica en confundir ilusión con amor y tomar decisiones precipitadas, y muchas veces inadecuadas.
Relaciones sexuales
Una de las decisiones más comunes entre los y las adolescentes que creen haber encontrado al “amor de su vida”, es iniciar las relaciones sexuales. Cada día los y las jóvenes inician sus prácticas sexuales a más corta edad, y muchos lo hacen por miedo a perder a la persona amada. Sin embargo, la vida íntima es una extensión del amor verdadero, y éste difiere mucho del amor inmaduro que se experimenta en el enamoramiento.
De esto deriva la importancia de que los y las adolescentes comprendan que su vida sexual debe postergarse hasta el matrimonio, pues asumir esta responsabilidad cuando no se está preparado para ello, acarrea consecuencias poco placenteras para los involucrados. Los embarazos no deseados, las enfermedades de transmisión sexual, el SIDA, los abortos y sus secuelas se encuentran a la orden del día.
Otra de las decisiones aceleradas es el matrimonio. Algunos jóvenes enamorados creen haber encontrado a la persona perfecta, aquella con quien nunca tendrán discusiones ni conflictos, la que nunca les hará sentir mal y con quien compartirán todos los aspectos de su vida; bajo este velo de fantasía el matrimonio aparece como el próximo paso a seguir.
Sin embargo, un enlace matrimonial no debe llevarse a cabo con fundamentos únicamente ilusorios y emocionales, pues como ya se anotó, las emociones son fluctuantes y cambian según las circunstancias. Los y las jóvenes que contraen matrimonio por estar “locamente enamorados”, usualmente terminan en divorcio.
La cotidianidad, los problemas económicos y familiares, las discrepancias en cuanto a la disciplina y educación de los hijos, y muchos otros conflictos acabarán con la imagen idealizada de la pareja; ya no será la persona perfecta, sino que se verá como el ser humano con defectos que es, y probablemente esta nueva imagen no provoque el mayor agrado.
Amor verdadero
Ahora bien, si estar enamorado no es suficiente para sostener una relación ¿qué más se necesita? Algunos jóvenes (y adultos también) necesitan comprender que lo que diferencia las relaciones triunfadoras de las no exitosas, se llama amor verdadero. Este tipo de amor, se caracteriza porque no es egocéntrico, no hiere ni lastima, y quizá lo más importante: pone a prueba las emociones.
El amor maduro se desarrolla a lo largo del tiempo, con la convivencia mutua, en los tiempos de prosperidad y en los tiempos de calamidad. Se inicia con el enamoramiento, pero al pasar este “encantamiento”, se comienza a amar la esencia de la persona, no su belleza física ni su popularidad, se aman sus defectos y virtudes, se le respeta en momentos de discrepancia, se le escucha en medio del agobio; en resumen, se le ama cuando parece imposible amarle.
No se trata aquí de decir que los y las adolescentes no saben amar, de lo que se trata es de educarles (y también a sus padres) en cuanto a la diferencia entre amor e ilusión, para que vivan la adolescencia de forma plena y satisfactoria, sin tener que arrepentirse por decisiones tomadas a la luz de una quimera.