El éxito de las redes sociales se entiende mejor si se considera que han sabido responder a una necesidad humana fundamental: la intercomunicación.
“Lo queramos o no, en el fondo de todo hombre existe un sentimiento de forzada solidaridad hacia los otros, como una vaga conciencia de identidad esencial que no experimentamos hacia la planta o la roca”, escribía el filósofo español Ortega y Gasset en uno de sus múltiples ensayos (cf. El genio de la guerra y la guerra alemana, en Obras completas, vol. 11, p. 202).
Ese sentimiento de solidaridad y esa experiencia de identidad hacia el otro han sido conceptualizados de diversos modos según las distintas redes sociales: Facebook le ha llamado ‘amigos’; LinkedIn, contactos; Twitter, seguidores; Google+, círculos…
Tal vez debido a su alcance, el concepto de ‘amistad’ desarrollado y promovido por Facebook es el que ha venido a permear y designar las relaciones de proximidad virtual posibles en la mayoría de las redes sociales actuales.
Evidentemente se trata de un concepto de trato bien diversificado y, en la mayoría de los casos, no circunscrito al sentido original del valor de la amistad en su sentido vernáculo original.
Se está avanzando hacia una cosificación del concepto ‘amigo’ y, en consecuencia, a una instrumentalización de las personas. ‘Amigo’ vendría a ser no ya la persona con la que puedo comunicarme para fortalecer un vínculo de aprecio humano basado en relaciones de conocimiento físico ‘real’ sino un potencial perfil que puede dar un ‘me gusta’ a los contenidos que comparto, para así llegar a más personas.
De la mano del concepto de ‘amistad’ va asociado cada vez más el de popularidad. La dinámica actual de las redes sociales favorece pensar –equívocamente– que es más popular el que más ‘amigos’ tiene. Y de esto se desprende el que cada vez más se busque el entrar en contacto con otros, independientemente de que sean desconocidos, y la inversión de tiempo para mantener capturada su atención. Por otra parte, esta misma mentalidad redunda en una relación de apariencia por la que el ‘amigo más popular’ es utilizado para presentarse a sí mismo como alguien que tiene relación con un personaje ‘famoso’.
Es verdad que las redes sociales no dan por descontada la posibilidad de una amistad verdadera o de un fortalecimiento de vínculos de amistad previamente existentes. Sin embargo, el riesgo de una banalización de las personas es una constante latente.
Ese riesgo de la instrumentalización es todavía más latente en el caso de las iniciativas a modo de páginas (fan page) donde se precisa de fans que libremente quieran quedar asociados a ellas. En estos casos se añade a todo lo anterior el hecho de ver a las personas como meros consumidores o medios de satisfacción del propio ego en virtud de conseguir una página con más seguidores.
Este tipo de reflexiones suelen constituir materia de profundización pero casi siempre en sentido unidireccional: ¿estaré siendo cosificado, tratado como cosa, instrumentalizado? Posiblemente sea también la oportunidad para preguntarse qué sentido y atención se le da a las propias ‘amistades’ en Facebook. De este modo, más que una ‘colección de amigos’ se podrá ver al otro no como una planta o una piedra sino como persona que merece toda nuestra atención y respeto.