La pereza en el niño se manifiesta por una ausencia de reacción ante los diversos estímulos y se caracteriza por la tendencia a seguir siempre la línea del mínimo esfuerzo. Lo normal es que la pasividad sea una reacción más o menos pasajera ante determinados acontecimientos que han desbordado las posibilidades del niño al considerarse incapaz de lograr ciertos objetivos que considera muy difíciles o inalcanzables para él.
Las reacciones de pereza, pasividad y dimisión van en la misma línea que las reacciones de oposición, aunque son de signo contrario. La oposición es una conducta activa, mientras que la dimisión es pasiva.
El niño o el adolescente perezoso se muestra incapaz de reaccionar en todos los campos. Rehúsa cualquier esfuerzo físico o intelectual; a veces pierde el apetito; se hace menos comunicativo; duerme poco o mal y presenta diversos síntomas. Todos ellos con el mismo denominador común de la inseguridad. Los padres súper protectores y permisivos son los principales causantes del aprendizaje de conductas pasivas y en consecuencia de los hábitos de pereza privándoles de realizar casi todas las cosas por ellos mismos.
Origen depresivo
La depresión, en cuanto estado de ánimo que comporta esencialmente una disminución del tono psíquico y de la actividad física e intelectual, conlleva pasividad, va asociada a dificultades intelectuales y contribuye a fomentar o propiciar la pereza. Es decir, que a la pereza también se llega desde la depresión. El niño o adolescente con un temperamento deprimido tiende a presentar ciertas señales que no le impide llevar una vida dentro de la normalidad, pero que se caracteriza por un rápido desánimo y una permanente necesidad de ser alentado y estimulado. Casi siempre pasa por perezoso, pero en realidad es un niño tendente a los estados depresivos y por lo tanto debe ser tratado como tal.
Los padres y profesores observarán en estos casos un brusco descenso en el rendimiento escolar, falta de apetito, frecuentes crisis de lágrimas, rechazo de la diversión y de los juegos.
Pero debemos tener cuidado para no equivocarnos. Un estado depresivo se esconde algunas veces tras la máscara de una actividad tan desordenada y agitada como ineficaz e incomprensible. El diagnóstico y tratamiento debe correr, en todo caso, a cargo del psicólogo.
No confundir con lento
Es de capital importancia que padres y educadores profundicemos en este enunciado y comprendamos que los niños se desarrollan a distinto ritmo y con mayor o menor rapidez en las distintas esferas y niveles. Hay, por tanto, un amplio rango de diferencias enmarcadas dentro de lo normal.
Sin embargo, se dan muchos casos de niños que presentan un desarrollo lento bastante marcado, ya sea en lo físico, en lo intelectual o en lo emocional, afectivo y social. Esta lentitud puede conducir a encontrar especiales dificultades en la adaptación escolar. Las exigencias son cada vez mayores y las dificultades de los temas aumentan continuamente las presiones sobre el niño lento que, al no terminar las tareas de clase ni las pruebas de examen tan pronto como sus compañeros, se le clasifica como perezoso y en bastantes ocasiones como torpe.
El niño de desarrollo lento logra los mismos objetivos y adquiere los mismos conocimientos que un niño con nivel normal de actividad si le dejamos más tiempo para la realización de tareas y trabajos sin que por ello descienda el nivel de eficacia.
Pautas a seguir
- Reforzar los patrones de una conducta activa. Si se desea mejorar o aumentar determinadas acciones en el niño, conviene que a una conducta deseada le siga una recompensa.
- Infundir ánimo, confiar en él y estimularlo a superarse combinando bien las sugerencias que se le hacen. Apreciar las dificultades que entraña para un perezoso ser más activo y, al mismo tiempo, alabarlo calurosamente por cada pequeño logro, mostrando orgullo por sus nuevos éxitos.
- La fórmula adecuada es acercarse cada día un poco más al objetivo deseado. Enseñarle a cumplir un plan previamente trazado, de fácil ejecución, pero que se ha de seguir a «rajatabla». Evitar prestar atención a las conductas perezosas, sólo a las activas y esforzadas.
- Proporcionarle modelos activos que no se dejan vencer por la pereza, y que el niño perezoso compruebe las consecuencias negativas del comportamiento perezoso, claramente perjudiciales para él, y las ventajas de que goza el sujeto activo, dinámico y muy esforzado.
- Enseñarle habilidades de conductas más diligentes y activas. Hacer demostraciones de cómo se ha de iniciar de inmediato la acción y cómo programarse para aumentar la rapidez y, sobre todo, la efectividad.
- Siempre ha de resultarle provechoso el comportarse de manera más solícita, activa, diligente y participativa, y hay que procurar que no saque ningún beneficio de la conducta pasiva y perezosa.
Retrato robot
- Apatía y desinterés emocional generalizado. El niño se muestra indiferente a todo. La risa y el llanto casi brillan por su ausencia.
- No sabe describir qué es lo que le pasa ni a qué atribuir el estado de ansiedad que le aqueja con relativa frecuencia.
- Permanece indiferente tanto a los premios como a los castigos y se siente incapaz de realizar el menor esfuerzo físico, y sobre todo, intelectual. La pereza escolar siempre está presente.
- Se muestra inhibido. El desarrollo mental parece como si se paralizara y la maduración afectiva queda bloqueada. Evidentemente, a este estado de cosas siempre van ligados los trastornos de la memoria, de la atención y también de la concentración.
- Aparecen los miedos y temores paralizantes.
- Miedo a fracasar no sólo por la propia historia llena de fracasos y que se alimenta en el bajo concepto de sí y en el sentimiento de la propia incompetencia, sino miedo a seguir en este callejón sin salida porque no encuentra la manera de obtener ni tan siquiera unos pequeños éxitos que alivien su ansiedad y permitan reavivar la confianza en su propia capacidad.
- En los niños más sensibles y sometidos a la autoridad la reacción es la timidez. En el polo opuesto se encuentran los violentos y reaccionarios que no soportan su incompetencia y se vuelven coléricos y desafiantes, tercos y en algunas ocasiones hasta celosos.