Hay pocas fiestas que hayan calado tan hondamente en nuestra cultura como la Navidad. Creyentes y no creyentes la celebran como una fiesta imprescindible al final del año. Pero en eso mismo está su debilidad. Porque cada uno la celebra a su manera y los mil agentes comerciales que operan en nuestra sociedad, se ingenian para convertirla en una ocasión de consumo.
Hay muchas maneras posibles de celebrar la Navidad, pero para vivirla de verdad hay que comenzar por acercarse espiritualmente al Portal de Belén, y allí arrodillarnos junto a la Cuna del Niño, adorarle, darle gracias, recibirlo en nuestros brazos y en nuestro corazón con la misma reverencia y la misma ternura de la Virgen María.
Por supuesto, la Navidad es también una fiesta familiar, fiesta de solidaridad y hasta de fraternidad universal. Pero originalmente, en su verdad original, la Navidad es el asombro, la gratitud y la alegría desbordada por el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre en las entrañas de María Santísima. No se puede ser cristiano, ni casi persona responsable, sin sentirse conmovido por este hecho inaudito.
No dejar que la corriente nos arrastre
Si nos dejamos llevar de la corriente, podemos perder en pocos años el verdadero sentido de la Navidad. Algunos se preguntan ¿cómo es posible vivir de verdad la Navidad en este mundo en el que parece que todo se reduce a comprar y a divertirse? Nos invade la propaganda, nos meten las cosas por los ojos, se nos anima a comprar o a divertirnos en celebraciones ajenas a la religión.
Comprendo la perplejidad de muchos padres cristianos que no saben cómo presentar a sus hijos de manera atractiva y convincente la forma de celebrar la Navidad verdaderamente cristiana, que sea alegre y entretenida, pero sin perder su sentido religioso. Lo primero es enterarse y pensar en la Navidad hasta que brote en nuestro interior la emoción del asombro y de la gratitud. Así se llega de verdad a la alegría.
Y, en segundo lugar, traten de tomar, ustedes los padres, la iniciativa. No esperen a que les digan los demás cómo vivir la Navidad. Dediquen un rato a deliberar juntos en casa y a programar la celebración familiar de la Navidad según sus gustos, convicciones y tradiciones de siempre. “Armaremos el pesebre aquí, cantaremos esto o aquello, invitaremos a éste o aquél, iremos a la Misa del Gallo o haremos lo que nos parezca mejor”.
Una navidad cristiana
En esta programación de la Navidad, que tiene que ser alegre y realista, hay dos cosas que no pueden faltar: en primer lugar, los actos religiosos, dónde ir a Misa, a qué hora, con quiénes. Sin eso no hay Navidad cristiana. Y luego, alguna buena obra de caridad. La alegría de la Navidad se expresa compartiéndola con familiares y amigos, pero hay que preocuparse también de ofrecerla a los enfermos, a los que no tienen familia, o padecen cualquier otra situación dolorosa.
Este tiempo es muy adecuado para pasar un rato con algunos amigos o parientes con los que no podemos vernos durante el año. Con un poco de interés es fácil encontrar un rato para visitar enfermos en el Hospital, o hacer algo semejante. En estos días hay también muchas actividades, exposiciones, concursos que hacen referencia a la Navidad y que resultan educativos y divertidos. Se puede pasar muy bien sin gastar mucho dinero y sin alejarse del ambiente religioso de la Navidad.
Piensa que el nacimiento de Jesús en Belén cambió radicalmente la condición de nuestra humanidad. Desde entonces, por obra de Jesús, todos somos familia de Dios, e invitados a vivir en este mundo como hermanos, sin conflictos ni rivalidades, con esperanza y fortaleza. Jesús es el mejor tesoro y la mejor esperanza de nuestro mundo, el origen siempre vivo de un mundo diferente.
Fernando Sebastián Aguilar, Arzobispo de Pamplona