En una familia cristiana existe conciencia de que Dios es un Padre que ama a cada persona de forma individual e incondicional. Las prácticas de piedad son un medio para corresponder a ese amor, al igual que las obras de misericordia. El amor de Dios y a Dios es la principal motivación para hacer las cosas.
La Eucaristía es el centro de su vida. Asiste a la misa dominical. A las prácticas de piedad las viven cada uno según su edad y con libertad.
Se entiende la vida como una vocación de Dios que lleva consigo una misión concreta; esta vocación se puede vivir en el matrimonio o en el celibato por el Reino de Dios. La felicidad reside en encontrar y vivir el proyecto de Dios para cada uno. Los padres ayudan a cada hijo a encontrar su camino en la vida, respetando la libertad individual.
La unidad y el cariño de los esposos se ven y se palpan en detalles concretos, así como entre los padres y los hijos. La fidelidad a la familia lleva a crecer cada día en el amor. Cada uno está pendiente de ayudar a los demás, posponiendo los intereses personales a los de los otros.
Se valora la vida, no hay temor de que venga un nuevo hijo, otro hermano. Hay confianza en Dios, y la disposición de renunciar a cosas y actividades si fuera necesario.
El trabajo -en el hogar y en la empresa-, y el estudio son medios para encontrar y acercarse a Dios. Trabajar mucho y bien es una gran oportunidad para vivir la vida cristiana. Cumplir los propios deberes es una tarea de todo cristiano.
Se vive la amistad como manifestación de solidaridad y de caridad. Las relaciones familiares y con los amigos se basan en el diálogo, en saber escuchar y comprender. La felicidad de estar con Dios se transmite a los amigos.
En la familia todos confían en todos, porque hay sinceridad y respeto. La libertad permite hacer las cosas por convicción y con responsabilidad. Los padres deben mostrar a los hijos el sentido de las cosas, dando las razones oportunas.
Cada uno de los miembros de la familia saca tiempo para dedicar a los demás componentes y para el hogar. Las reuniones familiares tienen prioridad sobre otras actividades. La vida de familia debe ser agradable, porque todos cooperan para que sea así.
La familia cristiana está abierta a las necesidades espirituales y materiales de otras familias. Los enfermos y los pobres están presentes, de alguna manera en la vida familiar. La sobriedad y la austeridad personal son la base de la solidaridad cristiana.
La castidad, cada uno según su estado, es apreciada como un don de Dios, que hay que pedir. También es una conquista que implica esfuerzo, disposición de ir contracorriente, y que solo se logra con la ayuda de Dios y de la Virgen. El ambiente del hogar debe facilitar esta virtud.
La interioridad, la reflexión, la cultura y el arte son importantes. Hay interés por cultivar la vida del espíritu también en estos aspectos. Los hobbies, la música, los juegos y el deporte deben ser coherentes con la vida cristiana.
Existen unas normas de buen funcionamiento y unos encargos para cada miembro de la familia, que son diseñados y aceptados por todos, y una autoridad que ayuda a que se vivan. Tanto mandar como obedecer son formas de contribuir al bien de todos.
La alegría es un componente esencial de la vida familiar cristiana. La visión positiva de la vida es compatible con las dificultades normales de la vida. Los problemas se enfrentan con optimismo y se solucionan con recursividad, sabiendo que para los que aman a Dios “todo es para bien”.
Por Regino Navarro – LaFamilia.info