El fin de nuestra vida terrenal es una realidad que tarde o temprano todos enfrentaremos, pero no tiene por qué ser una fuente de angustia o temor. Desde la fe cristiana, podemos aceptar este proceso con serenidad y esperanza, sabiendo que la muerte no es el final, sino el paso hacia una vida eterna con Dios. Vivir y morir en paz implica no solo estar en armonía con los demás, sino también con uno mismo y con Dios.
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Tener fe en lo que viene después de la muerte nos ayuda a vivir con menos miedo. El cristiano sabe que su vida no termina con la muerte, sino que comienza una nueva etapa en la presencia de Dios. Esta certeza nos llena de paz interior y nos libera del temor. Aceptar que la muerte es el fin natural de la existencia terrenal y el inicio de una vida eterna con Dios nos permite mirarla sin miedo, como una parte más del camino. San Pablo lo expresó claramente: «Para mí, la vida es Cristo, y la muerte, ganancia» (Filipenses 1:21).
La paz interior es un regalo que viene de vivir en armonía con uno mismo, con los demás y con Dios. Si vivimos cultivando la reconciliación, el perdón y el amor, estaremos más preparados para afrontar el fin de la vida con tranquilidad. La Escritura nos invita a no quedarnos con deudas espirituales, sino a resolver nuestros conflictos mientras tengamos tiempo. Jesús mismo dijo: «Dejen su ofrenda y reconcíliense con su hermano» (Mateo 5:24). Esta paz nos permite enfrentar la muerte sin remordimientos.
Vivir el presente de manera plena es clave para no arrepentirnos en el futuro. Disfrutar los pequeños momentos, ser agradecidos por nuestras bendiciones y vivir con amor nos proporcionará la certeza de que hemos aprovechado el tiempo que se nos ha dado. El Salmo 90:12 nos recuerda: «Enséñanos a contar bien nuestros días, para que adquiramos un corazón sabio». Esta sabiduría nos permite vivir cada día como un regalo, conscientes de que todo lo que hacemos tiene un impacto eterno.
El perdón es otra clave para morir en paz. Mantener rencores o disputas sin resolver nos carga de angustia. Al perdonar, liberamos nuestro corazón y nos preparamos para enfrentar el fin sin pesos innecesarios. El Señor nos llama a perdonar setenta veces siete (Mateo 18:22), porque el perdón es un acto de liberación que nos prepara para encontrarnos con Él.
Finalmente, ver la vida como un camino de aprendizaje nos ayuda a enfrentar la muerte con serenidad. Cada experiencia, ya sea de alegría o dolor, nos transforma y nos acerca más a Dios. La vida no es un conjunto de momentos aislados, sino un proceso de crecimiento espiritual. Jesús dijo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá» (Juan 11:25). Confiar en esta promesa nos permite vivir sin miedo, sabiendo que la muerte es solo una puerta hacia la eternidad.
En resumen, vivir y morir en paz es posible cuando confiamos en la promesa de la vida eterna, cultivamos la paz interior y nos reconciliamos con los demás. La fe nos da las fuerzas para mirar la muerte no como el final, sino como el comienzo de una vida plena en la presencia de Dios.
Por LaFamilia.info
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