Contrario a lo que solemos pensar los adultos, los jóvenes de hoy no son tan felices ni relajados. Muchos de ellos cargan con heridas profundas. La generación actual enfrenta altos niveles de ansiedad y depresión, y el uso de medicamentos para estos trastornos es cada vez más común. Así lo reflexiona el Obispo Manuel Sánchez, quien analiza los factores detrás de esta realidad, los cuales compartimos a continuación.
«Los jóvenes de hoy no son tan felices y despreocupados como pudiéramos pensar los mayores. Están muy heridos. La generación actual está muy medicada por trastornos de ansiedad o depresión.
Hasta hace no mucho tiempo las relaciones familiares eran estables: había un padre, una madre y un mismo hogar durante toda la vida. Hoy los jóvenes provienen de familias inestables. Y la responsabilidad no es suya, es de los mayores. Un hogar con un padre y una madre que permanecen unidos proporciona seguridad a los niños y adolescentes. La falta de estabilidad afectiva en el hogar, por el contrario, genera un gran vacío. Es verdad que hay matrimonios estables incapaces de poner límites y de ejercer sus responsabilidades, pero se trata de una limitación.
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Por otra parte la irrupción masiva de las redes sociales hace que el nivel de exposición de esta generación sea brutal. El 90 % de la información les llega por las redes sociales en las que todo el mundo cuelga una vida perfecta que no es real. Los jóvenes piensan que la vida de los demás es mejor que la suya. Si no tienen muchos likes no son nadie, están fuera del sistema. Muchos jóvenes no creen en el amor para siempre porque carecen de referentes en su familia.
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Por lo que se refiere a la afectividad, a los 14 o 15 años y a los dos o tres meses de salir con un chico o chica ya tienen relaciones sexuales porque creen que es lo que hay que hacer. Pero eso genera a la larga una gran insatisfacción. A los 18 años están de vuelta de todo y no son felices.
En el ámbito educativo se trata de evitar toda frustración y les privamos de experiencias de esfuerzo. Cuando la vida empieza a resultarles dura no están preparados y se sienten frustrados.
Ante este panorama hoy, ¿qué podemos hacer? Mucha gente piensa que las heridas y cicatrices emocionales, se curan con el tiempo. Pero no siempre es verdad porque pueden guardarse sin ser sanadas y terminarán enfermando nuestro cuerpo.
Hemos de desarrollar la capacidad de escuchar sin juzgar. Hay que estar predispuestos a comprender la angustia de los jóvenes de hoy. Por otra parte, la experiencia de ver familias donde se vive un amor genuino ayuda mucho. Además de proporcionar amor, los padres y educadores han de saber poner límites, planteando ideales e iniciando en la auténtica libertad.
Sin olvidar que hay personas que han sufrido traumatismos emocionales y que, solos o acompañados, han ido curando estas heridas. Han sido capaces de mirar sus heridas e ir poco a poco aceptando su presencia y cicatrizarlas.
Y, por último, existen personas que han sufrido traumatismos que afectaron a sus emociones y sentimientos, que les causaron heridas que todavía no han sido curadas. Siguen incluso abiertas, creyéndolas olvidadas, calladas… negándolas incluso porque duelen mucho… Estas personas suelen tener una conducta insoportable consigo mismas y con otros. Rezuman por los poros de su piel malestar, incomprensión, dureza, tristeza, desánimo, pena, sin sentido… Suelen reaccionar a la defensiva, con agresividad. Son intolerantes, a veces envidiosos, incapaces de alegrarse por el éxito de los otros. No quiere decir que siempre estén reaccionando de este modo, pero en determinados momentos sí que actúan así, haciendo patente su herida no curada.
Quienes han permitido que sus heridas cicatricen, a pesar de ser un proceso doloroso, manifiestan un profundo agradecimiento a las personas que les acompañaron. Éstas supieron generar ambientes llenos de serenidad, de luz, de paz interior, de armonía, que atraen a otros a vivir esta experiencia. ¿Por qué tanto esmero en curar las heridas físicas y no hacemos lo mismo con las emocionales? Hemos de mirar nuestras propias heridas para no acusar y reprochar ante las heridas de los demás. Solo así podrán sanar y cicatrizar.
Perdonar, reconciliarse con la historia vivida de cada uno. Hay que pasar por el pasado, pero no quedarnos en él, sino sanarlo. Perdonar no es justificar, no es minimizar. Perdonar es un proceso personal que se puede hacer con la ayuda de Dios para no quedarnos estancados en el pasado. Perdonar es avanzar y no dejar que lo malo del pasado nos afecte en el presente».
Por Manuel Sánchez Monge obispo emérito de Santander, publicada en eldebate.com
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