La Navidad me encanta pero me estresa…

Alianza Lafamilia.info y el Instituto de La Familia U.Sabana – 22.12.2014

 

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Vivimos sumergidos en una sociedad opulenta, que ya ha sido etiquetada como “sociedad de consumo”, en la que el sentido de los eventos especiales va siendo homologado al término ‘gastar’. Y la Navidad tampoco se escapa de esta realidad… es hora de actuar en familia y con los hijos, ejercitando el valor de la sobriedad.

 

No se trata de negar sistemáticamente todo capricho, sino de enseñar a los hijos a reconocerlos y también a distinguir las cosas necesarias de las que no lo son tanto.

 

El ejemplo de los padres, es el aspecto más evidente, pues la enseñanza se avala con la conducta; de lo contrario, transmite un mensaje equivocado. Es bueno que los hijos aprendan a valorar las cosas, a saber lo que es necesario y lo que no lo es, de tal manera que sepan distinguir el capricho de la necesidad o conveniencia.

 

La sobriedad nos enseña a administrar nuestro tiempo y recursos, moderando nuestros gustos y caprichos para construir una verdadera personalidad con la alegría que esto supone. No solo tiene que ver con estar sobrio y el manejo del alcohol. Este valor afecta otras realidades más importantes de nuestra vida.

 

Para la sobriedad hace falta autodominio. Es muy claro si se ilustra con el exceso en la comida y la bebida, por la imagen y efectos que producen; también se manifiesta en el desmedido descanso y el argumento que pesa de ‘no hacer nada’. La distribución de nuestro tiempo debe tener un equilibrio entre la diversión, la obligación y la actividad.

 

Algunas ideas que nos ayudan a vivir la sobriedad

 

– No inventemos necesidades. Antes de comprar algo, reflexionemos sobre las razones que motivan esa adquisición: si es necesidad, un simple lujo o un verdadero capricho. Debemos ser valientes y saber reconocer que no vale la pena el gasto.

– Usemos las cosas que tenemos y no las cambiemos simplemente porque en el mercado hay una más novedosa o porque los amigos ya compraron esto o aquello. En esta competencia sin fin el bolsillo es el más afectado.

– Reconozcamos nuestra verdadera situación económica y vivamos de acuerdo con las posibilidades. Cuando nos decidimos a hacerlo, aprendemos que las personas nos aceptan por lo que somos.

– Hablemos solo lo necesario. Transmitamos pensamientos más que palabras. Rescatemos el diálogo amable e inteligente.

– Nuestra apariencia también es reflejo de sobriedad. Vistamos de forma elegante y decorosa, la moda también puede cumplir con este requisito.

– Evitemos el deseo de ser el centro de atención y aprendamos a divertirnos: el alcohol, las bromas de mal gusto, las palabras altisonantes y los desmanes manifiestan inseguridad y poco autodominio.

– La sobriedad es sinónimo de moderación. Por eso propongamos la sobriedad como un propósito para moderar los gustos y apetitos: comprar menos golosinas; comer un poco menos. Es sensato aceptar que la diversión también tiene un tiempo límite.

– La sobriedad no es negación ni privación. Es poner la voluntad y a la persona por encima de las cosas, los gustos y los caprichos, dominándolos para no vivir bajo su dependencia. Este valor debe moderar todas nuestras celebraciones para ayudarnos a no perder el verdadero sentido de lo que hacemos. ¡Una Santa y Feliz Navidad!

Artículo editado para LaFamilia.info. Tomado de Apuntes de Familia, edición 18-12/12. Autora: Marcela Ariza de Serrano, Instituto de La Familia, U. de La Sabana.

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