Blogs LaFamilia.info - 13.05.2016
En la mayoría de los países del mundo se celebra el mes de las Madres en Mayo. En esta celebración se hace homenaje al ser que da todo de sí para cuidar y amar desinteresadamente a sus hijos.
Ese ideal de madre, que surge como instinto natural y que se da sin reservas ni condiciones a cada instante, merece ser resaltada por su esplendor y gracia divina, porque es capaz de lograr con una sonrisa, con una mano amiga, con una palabra sabia y con una compañía irremplazable, el verdadero milagro de la vida: el sacrificio por el otro. Ser madre no se improvisa, se hace y se solidifica con cada experiencia vivida, en el día a día, en la cotidianeidad, en el acertar y equivocarse.
Por lo anterior, en este mes, expresaré el significado de este ser maravilloso en unión a la virtud de la mansedumbre, ya que no puede existir entrega sin humildad; serenidad sin sabiduría y fidelidad sin bondad. Todas las anteriores características están intrínsecas en la mansedumbre, que conlleva a actuar con discreción, serenidad, calma y moderación en cada momento y lugar, destacando con ello la paciencia y el saber esperar por recibir a cambio sólo la asertividad en la toma de decisiones de sus seres amados: esposo e hijo (s).
La mansedumbre, virtud que en esta reflexión bautizaré también con el nombre de docilidad, está llamada a contemplar la belleza de toda la creación. Una madre, indiscutiblemente tiene en su actuar mucho de mansedumbre pues en cada momento de su existencia requiere de la sabiduría y de la serenidad para tomar decisiones y asumir las consecuencias de sus actos. No es sabio realizar las actuaciones con orgullo ni con intolerancia pues estas reacciones sólo traerían molestias y resentimientos que poco a poco van deteriorando las relaciones interpersonales. Además, la docilidad o mansedumbre, también es señal de dulzura, suavidad y miramiento, actitudes que traen como consecuencia el acercamiento con el otro, de una manera apacible y pacífica que toca el alma con regocijo y bienestar.
Es más sabio actuar con docilidad cuando se está ante situaciones adversas. Dicen que después de la tormenta llega la calma, indiscutiblemente que sí, pero cuántas marcas deja este suceso en la vida de las personas: árboles arrancados de raíz, casas destruidas, inundaciones, y demás catástrofes que pueden llegar a presentarse. Entonces, imaginemos por un momento una tormenta en nuestro hogar: palabras hirientes, gritos, miradas que dañan, gestos displicentes, rencor, en fin, sentimientos que dejan huellas en lo más profundo de nuestro ser y que son difícil de borrarlas porque hacen daño y nos duelen, causando muchas veces rupturas y separaciones que no dan marcha atrás.
Por eso, la madre, símbolo de la fraternidad y bondad infinita, es la llamada a la calma, la sabiduría, la tranquilidad. A pensar y a decidir lo mejor para su familia y a dialogar con sus integrantes para sacar lo mejor de cada circunstancia, sin caprichos y sin obstinaciones, solo por amor. Esta tarea no es fácil ni simple, es magnánima, generosa y noble, y traerá grandes satisfacciones porque con amor se logran grandes metas.
A veces se mal entiende la actitud de mansedumbre con dejar que nos pisoteen, que nos humillen o que pasen por encima de nosotros, pero es todo lo contrario. A través de esta sabia virtud, nos hacemos más fuertes y capaces de enfrentar cualquier circunstancia porque la comprendemos cara a Dios, como una forma de perfeccionamiento y de ganarnos el cielo desde el mismo instante en que actuamos con convicción de ser mejores personas cada día. Además que cuando actuamos de manera contraria, es decir, con aspereza, intolerancia, intransigencia o rebeldía, sólo podremos recibir exactamente las mismas actitudes, convirtiendo cada momento en un círculo repetitivo de acciones inapropiadas que nos dañan progresivamente. San Josemaría Escrivá de Balaguer lo ejemplificó sabiamente en Camino, punto 8, “¿Por qué has de enfadarte si enfadándote ofendes a Dios, molestas al prójimo, pasas tú mismo un mal rato... y te has de desenfadar al fin?”. Lastimosamente por la misma pasión que nos caracteriza, nos dejamos llevar por el orgullo y la falta de tacto al resolver los problemas, trayendo con ello situaciones aún más conflictivas, hasta el punto de romper relaciones entre los mismos miembros de la familia. “Eso mismo que has dicho dilo en otro tono, sin ira, y ganará fuerza tu raciocinio, y, sobre todo, no ofenderás a Dios”. (Ídem, punto 9).
Cada paso que se va a dar en la vida debe ser pensado y reconsiderado sabiamente porque no hay vuelta atrás y se puede crecer en madurez y consolidación de buenas acciones como también en actos inapropiados, que van en contra de nuestra dignidad y la de los demás, que dañan y que nos lastiman. La vida es solo un instante, un tiempo prestado y se va edificando con momentos efímeros, que si hacen parte de decisiones y pensamientos claros, podrán ayudarnos a ser felices.
La madre es la señal viva de que Dios existe porque sólo Él pudo haber pensado que ella, nos cuidaría con un amor infinito, como él nos amó. Le dio la fortaleza para enfrentar los obstáculos, sabiduría para resolver las situaciones cotidianas, mansedumbre para actuar con paciencia y docilidad, amistad para comprender y entender al otro, alegría para contagiar de esperanza a sus seres queridos y misericordia para ser compasiva, piadosa y ayudar a los demás.
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Licenciada en Educación Básica; especialista en Informática Educativa, en Gerencia de Instituciones Educativas y en Pedagogía e Investigación. Con amplia experiencia en docencia. Felizmente casada y madre de un hermoso bebé. Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.