Blogs LaFamilia.info - 09.06.2016
En este mes, ahondaré en la actitud del júbilo, necesaria para enfrentar con tesón y con agrado cada circunstancia que llega a nuestras vidas, reconociendo que la única manera de salir a flote y poder respirar con tranquilidad es con la fe, la seguridad, la esperanza, el anhelo de poder encontrar la luz al final del camino.
A pesar de presentarse en nuestra vida alguna situación adversa, estamos llamados a ser presencia viva de Dios y de sobrepasar cada situación a la luz de su llamado a la santidad y perfección constante. Si detenemos nuestros pasos y miramos hacia atrás, podremos contemplar tantas experiencias y cada una de ellas han sembrado aprendizajes o han ayudado a madurar: situaciones positivas, por mejorar, por recomenzar, pero si estamos firmes y comprometidos con la vida, muy seguramente, serán tan pequeñas para ajustar, pues cara al bien, estaremos dispuestos a reflexionar y a afinar nuestros pasos. Lo anterior deberá ir siempre de la mano de la alegría constante, del gozo por el deber ser, de la satisfacción por el alcance de cada meta, de la dicha por el sendero recorrido.
“Se notan entonces el gozo y la paz, la paz gozosa, el júbilo interior con la virtud humana de la alegría. Cuando imaginamos que todo se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente”. (San Josemaría Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, punto 92)
Siempre es de esperar que todo nos salga a la perfección y la vida real, tiene un sin fin de condiciones que nos deben ayudar a ser mejores personas cada día, con alegrías y sin sabores. Escuchamos con mucha frecuencia “el oro se forja en el fuego”, sin embargo, a veces nos dejamos afligir con mucha facilidad y nos quebrantamos perdiendo toda esperanza. Nos dejamos llevar por el pesimismo y la decepción. Y para sobre llevar con mayor facilidad las situaciones difíciles es esencial que actuemos con júbilo.
Al remitirme a esta actitud, hago referencia a la manera como debemos enfrentar todo lo que se nos presente. La alegría que debe ser intrínseca, cala en lo más profundo de nuestro ser, ayudándonos a ver todo con el lente de la ilusión, de la confianza, con la certeza de poder salir adelante y de lograr convertir un sueño en una realidad, porque contagiarnos de júbilo nos permitirá mantener viva la esperanza de hacer posible lo imposible, de conquistar el mundo entero, de transmitir lo mejor de cada uno de nosotros a todos los que nos rodean, de brillar con luz propia, de intensificar el empeño por convencer (con el ejemplo) y ser líderes para el bien. El júbilo sólo se enseña o transmite a través del obrar, no con la palabra; se contagia, se traspasa a los demás, porque se lleva en la sangre, dentro de cada uno.
Por eso, no podemos estar apartados de nuestro Creador. Dios es ese motor que nos da la fuerza para arremeter y emprender tantas tareas; es el encargado de darnos energía cuando sentimos que todo ha acabado y que no hay ningún signo de continuar luchando. Es también nuestra responsabilidad descubrir nuestra misión y replantear nuestro proyecto de vida porque fuimos creados para darnos a los demás y para construir un mundo en el que todos sean igual de importantes. No es un mundo egoísta ni egocéntrico, en donde todo gire alrededor de nosotros mismos, sino aquel que se dé sin reserva a los demás, sin esperar nada a cambio; solo la satisfacción del deber cumplido.
Debemos tener la esperanza también y recordar a cada instante que en la vida tenemos grandes oportunidades de resarcir y de compensar nuestras acciones, estableciendo relaciones de fraternidad y de reconciliación. Estas maneras de expresar los sentimientos son una necesidad diaria de demostrar cuan importantes somos y son también los demás. No cabe duda que dar y recibir traería un gusto adicional y por justicia, es lo que esperamos. Pero dar sin esperar nada a cambio es sobre natural. No todos tienen la capacidad de estar tranquilos y satisfechos por el realizar correctamente toda acción. Por lo general, cuestionamos o exigimos recompensa por emprender y terminar una tarea a cabalidad. Pero realmente, la santificación a través de cada acto es determinante solo para aquella persona que ha descubierto el verdadero arte de amar, sin condiciones, sin vacilaciones, sin restricciones o discriminaciones.
El júbilo estará siempre presente en cada acción realizada con bondad, con benevolencia, con entrega, con alteridad y compromiso. Una persona que se da a los demás, siempre va a estar feliz de hacer lo que hace, es un sacrificio para el cual está preparada y solo busca a través de este acto desinteresado, la felicidad de su prójimo. Es una meta muy alta que alcanzar, el poder darse sin interesarnos el sinsabor que muchas veces se puede llegar a recibir por el desagravio o la falta de agradecimiento por parte de los demás. La recompensa siempre será trascendente, pues sólo Dios dará la gloria a quienes continúen con su designio, “amar a los demás como Él nos ha amado”.
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Licenciada en Educación Básica; especialista en Informática Educativa, en Gerencia de Instituciones Educativas y en Pedagogía e Investigación. Con amplia experiencia en docencia. Felizmente casada y madre de un hermoso bebé. Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.