Blogs LaFamilia.info - 18.12.2018

 

Foto: Freepik 

 

En las próximas semanas afrontamos un tiempo que siempre se relaciona con festividad, decoración especial, reuniones familiares, comidas extraordinarias y, sobre todo, para los más pequeños, regalos, muchos regalos. 

 

Desde hace bastantes semanas nos bombardean con múltiples anuncios en televisión, internet, catálogos impresos, y demás soportes intentando persuadirnos de lo felices que serán nuestros hijos, sobrinos y nietos si tienen entre sus manos su producto.

 

Es el tiempo en el que, tradicionalmente, todos realizábamos nuestro único y sincero examen de conciencia (porque sabíamos que habían estado mirando “por un agujerito” y no podíamos engañarlos) y comenzábamos la carta a los Reyes de Oriente diciendo: “este año, me he portado…”. En función de cómo acababa esta frase, nuestras expectativas sobre lo que sucedería en la noche del 5 al 6 de enero, la Epifanía, eran más o menos optimistas. Aun así, aunque nuestro comportamiento durante el año hubiera sido de dudosa moralidad, sus Majestades siempre tenían algún detalle con nosotros, además del típico saco de carbón dulce que nos recordaba que ellos sabían que, del todo, no nos lo merecíamos.

 

El caso es que mucho de lo anterior ha pasado a la historia en gran parte de nuestros hogares. Y es una cuestión sobre la les invito a meditar.

 

Si lo analizan bien, hemos pasado de hacer, aunque fuera, un único análisis de conciencia de nuestros actos a la no necesidad de hacerlo, ni siquiera una vez. De esto deriva que, quizás, hayamos pasado de merecernos o no algún detalle de sus Majestades, a exigir un importante presente, porque sí.

 

Hemos pasado de colaborar con los Reyes en algún regalo a familiares o amigos muy íntimos, a vivir superficialmente el intercambio de paquetes, cuales mensajeros, de Papá Noel, Santa Claus, los Reyes Magos, el fiel “amigo invisible”, y un largo etcétera que no hacen sino desvalorizar el signo cristiano que fundamenta el gesto.

 

La verdad, viéndolo con perspectiva, es que creo que ni yo llevaba razón de pequeño, ni la llevamos ahora. Quizás, en la actualidad, sea más visible dado que hemos perdido (quien lo haya hecho) el sentido de lo cristiano de la Navidad, regalos incluidos. Pero antes, sinceramente, tampoco lo teníamos muy claro. Porque si tenemos en cuenta que el cristianismo predica y vive en la Misericordia que, para entendernos, significa que cuando somos buenos Dios nos quiere y cuando somos malos, también; deberíamos haber comprendido que a sus Majestades no les importaba qué hubiéramos hecho, simplemente cumplían con su misión.

 

Ahora bien, en cuanto a los regalos en sí, les invito, como siempre, a reflexionar las ideas que les presto a continuación.

 

Creo que lo más importante es tener en cuenta la edad del destinatario del regalo. Los niños son niños, y tienen derecho a serlo. De ahí que mi posición sea que mientras menos cables haya dentro del cuidado envoltorio navideño, mejor que mejor.

 

Ya tendrán tiempo de utilizar los smartwatchs, smartphones, tablets, consolas, etc. cuando nos cercioremos de que son capaces de controlar su uso y contenido (les adelanto que no será ni a los 10, ni a los 12, ni a los 14, ni…). Cada día llegan a consulta personas más jóvenes por un uso inadecuado de las nuevas tecnologías y no debemos contribuir a lo que los últimos estudios muestran sobre nuestros niños y adolescentes. Si, aun así, tomamos la decisión de hacerlo, les propongo realizar un contrato de uso con sus hijos, de forma que se “regulen” horarios, usos y demás elementos a tener en cuenta para que no favorezcamos conductas inapropiadas. 

 

Pero el problema, estarán de acuerdo conmigo, ya no es solo qué están haciendo, que puede ser grave, sino también, qué están dejando de hacer.

 

Por ello, en lugar de juguetes electrónicos, propongo que en la carta a los Reyes Magos (tradición en España) o al Niño Jesús (tradición en América) se pidan: juguetes y juegos para compartir con hermanos, primos, amigos; juegos de ensamblajes, construcciones y puzles; artísticos como manualidades, pintura, instrumentos musicales; y, por último, libros. En resumen, frente a la inmediatez que pudieran presentar los electrónicos (aunque no todos son así), propongo regalar artículos que fomenten el trabajo en equipo, la iniciativa, la paciencia, la atención, la motivación, la frustración, la creatividad, la resiliencia, …; es decir, todos y cada uno de los elementos que componen la vida adulta. Es necesario que se entrenen y que se vayan preparando para la vida real, y también pueden jugar a ello, incluso divirtiéndose.

 

Pero, ante todo, pensemos en qué regalo podemos hacer a nuestros hijos que no se corrompa con el tiempo, que no se aburran de él y que siempre lo recuerden: nuestro tiempo. 

 

Si antes comenzaba hablando de análisis de conciencia, exploremos, busquemos, meditemos sobre qué necesitamos mejorar como padres y cómo lo vamos a hacer. Es nuestro trabajo, es nuestra misión y es lo que más necesitan nuestros hijos.

 

Olvidemos, por favor, los regalos despampanantes y exagerados, no los necesitan, no les sacian, no les hacen felices. Nuestros hijos son y serán felices si los educamos, si los corregimos, si les enseñamos a vivir. Ese es el mejor regalo.

 

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Juan Flores Medina
Licenciado en Psicología, Máster en Psicología de la Salud y Práctica Clínica, Especialista en Derecho Matrimonial Canónico y ejerce como profesor de universidad y como terapeuta individual y familiar. Inició su carrera profesional combinando el área empresarial y el acompañamiento a familias en dificultades. Más tarde inició su andadura académica en la Universidad e investiga aspectos de educación en familias numerosas. Casado y padre de 5 hijos. Twitter: @juanflorespsi - Facebook: juanflorespsi

Blogs LaFamilia.info - 04.03.2016

 

20160703bjfFoto: kaboompics.com 

 

Parafraseando en términos coloquiales a Santo Tomás de Aquino en la cuestión 22 de su obra “De Veritate”, no elegimos realizar actos malos sabiendo que lo son sino que, en el fondo, aquello que no nos conviene se nos presenta como un bien.


Desde esta óptica se pueden analizar multitud de dilemas morales que ocurren en nuestros días. Parece lógico que si tuviéramos la certeza de que nuestros actos estuvieran dirigidos hacia el mal no los llevaríamos a cabo. Siempre vemos en ellos algún bien a alcanzar aunque, en realidad, se trate de un mal “enmascarado”.
¿Podría ser esto lo que estaría ocurriendo con el desarrollo tecnológico y su llegada al hogar familiar en los últimos años?


Aunque más tarde volveremos a esto, la familia 2.0 ha evolucionado (o, quizás, mutado, dado que la evolución parece ser la transformación de un algo en otro algo que, dicen, es mejor) y sus actividades y relaciones están completamente marcadas por la tecnología. Salvo en raras excepciones, lo normal (estadística que no naturalmente hablando) es tomar el desayuno con el dispositivo en la mano y dejarlo en la mesilla de noche antes de cerrar los ojos para dormir. Cada momento del día se convierte en una fuente de oportunidades para consultar noticias, redes sociales, mensajería instantánea, movimientos bancarios, datos de salud, correos electrónicos, etc.


Sin darnos cuenta, al leer estas reflexiones podríamos estar reproduciendo en nuestra mente aquellas situaciones de nuestro día a día que nos confirman lo que se expone. Podría ser el momento de hacer un alto en el camino. Podríamos estar equivocándonos gravemente porque podríamos, a lo peor, estar dañando aquella institución donde la persona nace, crece, se realiza (al menos parcialmente) y muere; y que, además, se presenta como necesaria no solo para los hijos, también para los padres y, en definitiva, para la sociedad: la Familia.


Expuesto lo anterior, y volviendo a las primeras líneas de esta reflexión, quizás podríamos indicar que la incorporación de los aparatos tecnológicos, de las últimas técnicas y aplicaciones de comunicación tendrían aspectos muy buenos como, por ejemplo, la simplificación de diversos aspectos de la actividad y funcionamiento familiar (control económico y de la salud, comunicación, actividades de ocio, etc.). Pero, ¿podríamos estar desorientándonos, esto es, perdiendo el norte y, como indica el Aquinate, contemplar el uso de la tecnología exclusivamente desde un prisma de bondad mientras que, por el contrario, su uso podría estar favoreciendo que se deshagan los lazos familiares instaurándose así como un elemento distorsionador de la realidad personal y familiar?.


Está claro que no podríamos nunca plantearnos abandonar estas “ayudas” puesto que ya las hemos incorporado a nuestros hábitos y, efectivamente, son útiles, pero sí seguir reflexionando en aquellos aspectos que a continuación se detallan:


- ¿El uso de la tecnología debería estar condicionada y regulada por la edad del usuario? Una cosa es que podamos utilizarla y otra cosa es que nos convenga usarla de cierta forma en algunas etapas de nuestra vida. Por ejemplo, un niño puede dibujar en una tableta electrónica con los dedos, sin embargo es aconsejable que lo haga en papel dado que desarrolla la llamada psicomotricidad fina. Un adolescente, que adolece de la madurez necesaria en ciertos aspectos de su desarrollo psicológico y físico, podría tener tendencia a sumergirse de forma perenne en el mundo digital y, no obstante, se estaría perdiendo, entre muchas otras, el desarrollo de las habilidades sociales necesarias para una interacción correcta con sus congéneres no sólo en el ámbito familiar sino también en el escolar, social, etc. (este aspecto, además, es difícilmente recuperable sobre todo en aquellas personalidades más introvertidas).


- ¿Podríamos estar confundiendo la utilidad de la tecnología con su comodidad? Esta reflexión es importante porque se podrían presentar casos del tipo: es más cómodo y más divertido que un niño juegue con la tableta electrónica o videoconsola a que esté encima de los padres pidiendo atención (a lo mejor lo que necesita realmente es compartir tiempo con sus padres y no con los cables sobre todo en estos tiempos en los que el tiempo que pasamos padres con hijos se ha reducido tantísimo y, además, las familias son cada vez más reducidas lo que hace que muchas veces los niños ni pueden compartir actividades con los padres ni con los hermanos).


- ¿Podríamos estar utilizando la tecnología como medio para evadirnos? Las personas, por cierto hedonismo psicológico (búsqueda del placer y evitación del dolor), tendemos a buscar actividades que nos ayuden a no reflexionar sobre ciertas situaciones, problemas, etc. Matamos el tiempo en diferentes ocupaciones con la única intención, consciente o no, de relegar a un segundo plano el sufrimiento (también podría pasar con el deporte, el trabajo, aficiones varias, etc.).

 

Tras estas reflexiones sería conveniente establecer ciertas áreas de mejora en nuestra relación familiar con la tecnología. Os propongo las siguientes:


1) Horarios. para favorecer un correcto desempeño de los hijos (y de los padres) sería conveniente establecer ciertos límites en cuanto al uso (a veces podríamos convertirnos en máquinas de consultar una y otra vez la pantalla del móvil). Por ejemplo en comidas, momento en el que la familia se reúne, no viene mal mirarse a la cara y conversar. Seguro que iniciando este hábito se alcanzan grandes beneficios. También es necesario subrayar los perjuicios que las investigaciones arrojan sobre el uso del móvil o tableta electrónica en la cama (menor descanso, mayor insomnio) y añadir otra que normalmente se obvia: internet da acceso a cientos de miles de contenidos no recomendables para ninguna edad, por tanto, no ejercer un control sobre ello (por ejemplo activando uno de los muchos filtros de contenidos que hay disponibles) es signo de poca atención a este aspecto que, como he dicho, no parece ser muy apta para ninguna edad, tampoco para los padres.


2) Espacios. Es necesario establecer aquellas estancias de la casa donde se podrá utilizar la tecnología. Tradicionalmente se recomendaba tener el ordenador en la sala de estar, a la vista de todo el mundo. Hoy día parece que se ha convertido en el aparato menos usado del hogar. Es necesario, saludable y más seguro que nos acostumbremos a entrar en internet, redes sociales, etc. en compañía, no por ejercer un control sino por educar en su uso.


3) Formación. Claro está que no podemos educar en el uso de la tecnología si previamente no nos hemos formado. Deberíamos de ser especialistas en todo (en redes sociales principalmente) al igual que sería bueno ir actualizándose en las últimas novedades de las diferentes aplicaciones que, como decíamos al principio, teniendo aspecto de buenas pueden ser fuente de muchos problemas. El objetivo no es controlar a nuestros hijos por el hecho de vigilarlos exclusivamente, sino, repito, enseñarles, acompañarles en el mundo digital. Si no los dejamos cruzar la calle solos hasta que no tienen una edad y entendemos que tienen la suficiente madurez para conocer los semáforos, pasos de peatones, mirar bien para comprobar que no vienen ningún coche, etc.; debemos proceder igual en redes sociales (si lo primero no es acoso, lo segundo tampoco debería serlo. La intimidad –ni física ni psicológica- de un hijo adolescente no debe mostrarse en redes sociales, estando pendientes ayudamos a que no lo muestre ahí). Este aspecto es duro, porque muchos padres tienen una edad en la que nunca han utilizado ningún aparato tecnológico, pero no formarse es un grave error porque no se sabe qué tenemos delante.


Debemos recordar siempre que la misión fundamental de la familia es el desarrollo a todos los niveles de los hijos y de los padres. Por tanto no debemos mirar estas propuestas como una amenaza a la intimidad sino como una ayuda a tal desarrollo, una ayuda a la cual los padres estamos obligados para con nuestros hijos y los esposos para con sus cónyuges.

 

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Juan Flores Medina
Licenciado en Psicología, Máster en Psicología de la Salud y Práctica Clínica, Especialista en Derecho Matrimonial Canónico y ejerce como profesor de universidad y como terapeuta individual y familiar. Inició su carrera profesional combinando el área empresarial y el acompañamiento a familias en dificultades. Más tarde inició su andadura académica en la Universidad e investiga aspectos de educación en familias numerosas. Casado y padre de 5 hijos. Twitter: @juanflorespsi - Facebook: juanflorespsi

Blogs LaFamilia.info - 28.01.2015

 

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Es común encontrar en colegios, institutos y centros de formación de diverso carácter multitud de carteles, letreros o anuncios sobre diferentes cursos, proyectos, etc. que proponen una formación o acompañamiento a padres y madres acerca de temas de actual importancia en el terreno de la educación familiar.

 

Todos estos cursos, junto con la concepción actual de educación idealista (que no ideal a mi modo de ver), profundizan sobre pautas, teorías, prácticas y modos de proceder en el desarrollo afectivo, emocional y social de nuestros hijos/as. Tienen como objetivo dotar a los padres de herramientas que faciliten que estos se conozcan, pongan nombre a lo que sienten, piensan y sueñan para poder dar respuesta a la gran pregunta de la paternidad y maternidad: ¿cómo educar a mi hijo/a?.

 

Padres y madres se cuestionan continuamente cómo proceder o cómo no hacerlo en diferentes situaciones a lo largo de las distintas etapas por las que atraviesan nuestros hijos en su desarrollo desde la niñez hasta la adultez, siendo la respuesta muy variable en función, parece ser, de perspectivas religiosas, culturales, socioeconómicas, pedagógicas, psicológicas y sociales.

 

El objetivo de este artículo es poder establecer, a modo informal, unos mínimos y exponer ciertas ideas que se entienden como esenciales y a partir de las cuales repensar y reformular, en el caso en el que se considere necesario, las propuestas que todos aplicamos a diario en nuestra familia.

 

Para ello tenemos que hablar sobre el sentido de la familia, esto es, qué hace la familia y para qué nacemos en familia. Claro está que debemos partir de la base de que dicha institución, en cuanto a sus hijos, tiene una misión o función fundamental.

 

La literatura científica al respecto parece que aúna posiciones para indicar que uno de los procesos que debería garantizar la familia es la llamada «socialización primaria», que podemos entender como la dotación al niño/a de ciertas herramientas que le permitan insertarse de un modo correcto en la sociedad cuando a este le llegue la hora. Dicho de otro modo, la familia concreta recibe al recién nacido concreto y debe prepararlo para, en términos evolucionistas, su adaptación al medio ambiente concreto en el que deberá sobre-vivir o súper-vivir. De hecho en la mayoría de las especies uno o ambos de los progenitores es quien transmite, enseña al infante aquellas conductas que le ayudarán a vivir en un futuro por sus propios medios.

 

Dicho esto, y de ahí el título del artículo, propongo la reflexión. ¿No puede ser que estemos dando a nuestros hijos/as una preparación para una sociedad ideal cuando esta no lo es? ¿Cómo será la adaptación de ellos a la realidad social cuando, por desgracia, va a coincidir poco con la idea sobre lo que iba a ser esta trasladada?

 

Es necesario dejar claro que una cosa es que sería ideal que la realidad social fuera perfecta, eso es lógico y nadie podría objetar sobre el tema ni no desearlo; y otra muy diferente es lo que realmente nos encontramos afuera de la realidad familiar.

 

Con esta premisa planteémonos a modo de ejemplo de la multitud de aspectos a desarrollar, un tema bastante actual: la gestión de la frustración. Existe la concepción más o menos común de que «a mi hijo le daré todo lo que no pude tener» (sin tener en cuenta de que eres lo que eres gracias a lo que tuviste o, mejor dicho, gracias a lo que no tuviste). Esta afirmación, que puede ser buena (más bien idealista) en ciertos aspectos, puede ser peligrosa si, por ejemplo, pensamos en cuando nuestros hijos/as alcancen su vida adulta. ¿Tendrán todo aquello que quieran?, mejor aún, ¿tendrán todo aquello que se merezcan?, más aun, ¿tendrán todo aquello que es justo?

 

Por desgracia, o por suerte (según se mire), la respuesta es, rotundamente no. La sociedad no es justa, el mundo empresarial, normalmente no solo no es justo sino que en multitud de ocasiones se muestra con una injusticia sorprendente. Entonces, si, como hemos desarrollado en nuestra premisa, el objetivo de la familia es preparar al infante a insertarse en dicha realidad, ¿estamos haciéndolo bien?, ¿la educación que proporcionamos a nuestros hijos es ideal?

 

La educación ideal es aquella que hará personas más aptas, más preparadas, en definitiva, más adaptadas al entorno social y no aquella que las prepara de forma perfecta, por parte de padres y madres perfectos a una sociedad perfecta que, qué duda cabe, no existe.

 

Como conclusión podríamos proponer más preguntas, ¿como padre/madre tienes la sensación de que no lo haces bien? ¿tienes claro que te equivocas? Siempre es bueno intentar hacerlo todo bien, sobre todo con nuestros hijos/as, pero debemos admitir que no somos perfectos, al igual que nuestra sociedad. Es por esto por lo que todos debemos trabajar en pro de fomentar una educación ideal y no idealista, aunque la idealista fuera la ideal.

 

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Juan Flores Medina
Licenciado en Psicología, Máster en Psicología de la Salud y Práctica Clínica, Especialista en Derecho Matrimonial Canónico y ejerce como profesor de universidad y como terapeuta individual y familiar. Inició su carrera profesional combinando el área empresarial y el acompañamiento a familias en dificultades. Más tarde inició su andadura académica en la Universidad e investiga aspectos de educación en familias numerosas. Casado y padre de 5 hijos. Twitter: @juanflorespsi - Facebook: juanflorespsi

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