Por Alberto Delgado C. / Blogs LaFamilia.info - 01.06.2020

 

Foto: Daniela Santiago/Cathopic

 

A mis amigos...

 

Leía la frase que, lleno de emoción, alguien escribió en estos días: “La maternidad es tan sublime, que Jesús, siendo Dios, se hizo hombre para tener una Madre”. También yo sentí una profunda emoción y un sincero agradecimiento.  

 

Y es que la Madre de Jesús, y Madre nuestra, no sólo tiene el amor inmenso, la ternura infinita, la sinigual sencillez, la generosidad y la abnegación sin medida, la paciencia y el espíritu de servicio y de entrega que no conoce límites, la humildad más grande que pueda imaginarse, y todas las muchísimas cualidades y virtudes de las madres de la tierra, sino que Ella sobrepasa estos dones  en forma  tal que no alcanzamos a comprender. Dios Padre la formó de tal manera que, al colmarla de todos los atributos, gracias y virtudes sobrenaturales, fuera digna morada de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.  

 

San Josemaría Escrivá pregunta en una de sus Homilías: “Cómo nos habríamos comportado si hubiésemos podido escoger la madre nuestra? “Si nosotros, que no podemos “elegir y hacer” a nuestra madre, tuvimos el privilegio de recibir a esta inigualable y maravillosa mamá que tenemos, colmada de encantos, de virtudes y de cualidades, que nunca alcanzaremos a bendecir y a agradecer, entonces podemos imaginar con qué amorosa perfección, con cuán solícitos cuidados formó Dios a la que sería Madre de su Hijo Unigénito. “Dios te salve María, Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo, más que Tú sólo Dios”, añade San Josemaría.  

 

Dentro de la excelsitud de sus virtudes, yo quisiera resaltar en la Virgen María la humildad: Ella misma respondió al arcángel “He aquí la esclava del Señor”, y a Isabel le dijo: “Porque el Señor ha mirado la bajeza de su esclava”. La docilidad: “Hágase en mí según tu palabra”, y  “Haced lo que Él os diga”, dirigiéndose a quienes atendían las bodas en Caná. La sencillez y la prudencia: Siendo la Madre de Dios, lo cuidó, lo educó, lo formó, lo protegió y le acompañó hasta el Calvario, pero jamás hizo alarde de sus singulares privilegios. La generosidad y la abnegación: Quién se ha entregado con mayor plenitud al servicio y a la ayuda de sus hijos, sin tener en cuenta nuestras infidelidades y nuestra ingratitud. Quién ha estado dispuesto a socorrernos y acudir en nuestra ayuda en las necesidades, angustias y dificultades que a diario se nos presentan. Quién mejor que Ella nos ha enseñado el camino y la forma de solicitar su atención y su ayuda, mediante las plegarias y las oraciones más sencillas y fáciles de pronunciar. Y en las numerosas apariciones que ha hecho, insiste en que acudamos a Ella con plena confianza. En verdad, “más que Tú, sólo Dios”. 

 

Ante tantas maravillas, ante tantos privilegios, ante tanta generosidad y ante tan soberano poder, es “La Omnipotencia suplicante”, ¿cómo no acudir confiada y constantemente a la protección y al amparo de Nuestra Madre, La Virgen María?

 

Alberto Delgado C

 

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