Por Alberto Delgado/Blogs LaFamilia.info - 21.02.2021
Generalmente calificamos como ordinario aquello que no es fino, de muy buena calidad, y también decimos lo mismo de palabras o modales chabacanos o faltos de elegancia. Pero ahora no voy a referirme a estos conceptos, sino especialmente a todo aquello que hacemos durante el transcurso normal, común y corriente en nuestra vida.
Ese tiempo ordinario ocupa la casi totalidad de nuestra existencia, nos corresponde por naturaleza y es el que tenemos a nuestra disposición para llevar a cabo todo cuanto se nos antoja. Los días especiales, las solemnidades, son algo fuera de lo de cada día, son ocasionales, y por eso los llamamos extra – ordinarios.
Todos los días y todas las horas de nuestro tiempo ordinario, son propicias y adecuadas para prepararnos, para ilustrarnos, para adquirir la formación humana, profesional y espiritual necesaria para ser útiles y para contribuir eficazmente al bienestar personal, familiar y social. Sabemos muy bien que fuimos creados con una misión específica y determinada, que no somos ruedas sueltas, ni seres totalmente desligados de los demás ni del universo, y que esa misión recibida del Creador, nos obliga a corresponder decidida y eficazmente para lograr el fin temporal aquí en la tierra y el fin de gozar de Dios en la eternidad.
Por eso es necesario que tomemos conciencia plena de que todos y cada uno de nuestros días comunes y corrientes, son el campo adecuado y el tiempo propicio para desarrollar y llevar a la práctica las labores y actividades que corresponden a nuestra condición de cristianos, de ciudadanos y de miembros de una familia. Hoy y ahora, no mañana ni después.
Este día y este momento, y no otros, son el momento y la oportunidad única para realizar nuestros deberes y cumplir nuestras obligaciones. No los desperdiciemos dejándonos llevar de falsas ilusiones o de vanas promesas que a nada bueno conducen. No perdamos el tiempo evocando épocas pasadas, que fueron mejores o peores, según la apreciación de cada uno, ni tampoco nos ilusionemos con futuros hermosos y promisorios, que no sabemos si llegarán o no, y cuyas condiciones son absolutamente impredecibles.
Hoy, aquí y ahora; este es el momento preciso y único, no lo desperdiciemos, sino que aprovechémoslo con toda plenitud, con el más grande entusiasmo y con el más decidido empeño de ser mejores y de servir más y mejor a los demás.
No he desechado la calificación sobre la ordinariez ni sobre la elegancia, por el contrario, yo creo que a todos nos incumbe el deber de buscar y practicar los buenos modales, las palabras, las actitudes que denoten delicadeza, finura y elegancia en todo: en el atuendo, en el arreglo personal, en el cuidado de la casa y de los lugares de trabajo, que hacen agradable la convivencia y hablan bien del aprecio y de la valoración que hacemos de los demás y de nosotros mismos.
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Alberto Delgado C.