Por Fabrizio Piciarelli/FamilyandMedia – 17.07.2023
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La guerra en Ucrania y los años de la pandemia han puesto en jaque la psique de cada uno de nosotros.
En este último tiempo, estamos siendo bombardeados de noticias por los medios de comunicación y, por desgracia, también se ha convertido en un hábito bastante extendido el buscar compulsivamente «malas noticias» en nuestros teléfonos móviles cada día.
Hace algunos años, la universidad canadiense McGill hizo un experimento. Pidió a 100 universitarios que visitaran una página web de noticias de política interna e internacional y que buscaran las noticias que consideraban más interesantes. La mayoría de los entrevistados eligió noticias que trataban de corrupción e injusticias. Al final del experimento, los investigadores concluyeron que se trataba del efecto negatividad, según el cual las malas noticias tienen, a nivel psicológico y emocional, un efecto mayor respecto a otro tipo de novedades.
En definitiva, esta es la razón por la que generalmente escuchamos malas noticias en los telediarios, o por la que, ante un accidente de tráfico, reducimos la velocidad para observar la escena. Esta tendencia morbosa humana, en la era de Internet, se viste con un nuevo nombre, el neologismo «doomscrolling», es decir, la disposición a buscar obsesivamente malas noticias en Internet.
Cuando se produce el doomscrolling
Este fenómeno no se refiere al deseo y la necesidad de estar informado sobre lo que ocurre en el mundo, sino a la actitud de pasar horas devorando noticias negativas, casi perdiendo de vista nuestras prioridades diarias.
“Scrolling” viene del verbo ‘to scroll’ y se refiere al desplazamiento sin interrupción, en las redes sociales o en las páginas de información. El sustantivo ‘doom’ se refiere a todo aquello que es por su naturaleza catastrófico, relativo a la destrucción, a la muerte, al terror: “doom” en inglés es condena De ahí la «tendencia a seguir navegando o desplazándose por las malas noticias» o el «ahogarse lentamente en una especie de arenas movedizas emocionales dándose un atracón de ellas».
Estar informados sobre lo que ocurre en el mundo es justo, de hecho, es un deber de todo ciudadano. Estamos, sin embargo, ante un comportamiento patológico cuando somos ‘dependientes’ de las malas noticias y echamos el día buscándolas.
¿Por qué buscamos compulsivamente las malas noticias?
La mayoría de las veces lo hacemos porque estamos preocupados. Tememos por nuestra seguridad, por nuestra salud, por nuestro futuro. Leer malas noticias es casi una forma de espantar el miedo. Esto se vio, por ejemplo, al principio de la epidemia de Covid-19, pero lo mismo podría decirse de fenómenos naturales imprevisibles y catastróficos como inundaciones y terremotos, así como de accidentes de tráfico o asesinatos.
La BBC comentaba así una de las explicaciones psicológicas de esta tendencia: «El terror, cuando se ve desde la comodidad de la propia casa, tiene un efecto potencialmente calmante”. Revisar noticias sobre sucesos catastróficos desde nuestra poltrona hace sentirnos seguros y afortunados.
El papel de los medios de comunicación en este fenómeno y los efectos en la salud mental
El Doomscrolling también se ve favorecido por ciertos mecanismos propios del periodismo y del funcionamiento de las plataformas digitales. ¿“Good news? No news!” (“Buenas noticias no son noticias”), recita el dicho periodístico.
La predilección de los responsables de la información por las malas noticias y por las situaciones que se prestan al espectáculo y al sensacionalismo (que implican inevitablemente a los lectores) favorecen este tipo de dependencia.
Sin embargo, la sobreexposición a las malas noticias puede tener efectos en la salud y el bienestar de las personas: estar expuesto a demasiadas noticias e informaciones nocivas, durante un tiempo continuado, limita la capacidad del cerebro humano para dar más peso a lo positivo. En definitiva, entorpece el llamado ‘sesgo optimista’. Por tanto, sería necesario esforzarse por ‘proteger el cerebro de las malas noticias’ para no enfrentarse a otras situaciones con mayor sensación de ansiedad y depresión, como aconseja la la revista de la Asociación Médica Canadiense.
Según el Harvard Business Review, en su informe titulado “Consuming Negative News Can Make You Less Effective at Work” son necesarios tan solo tres minutos de malas noticias por la mañana para tener más de un cuarto de posibilidades de pasar un mal día.
Se ha demostrado también que el doomscrolling influye también en la productividad en el trabajo, en el nivel de concentración en el estudio, en la forma de relacionarse con la pareja y la familia, sin contar que existen contraindicaciones también físicas del no despegarse de la pantalla.
¿Cómo ponerse límites?
Las soluciones para reducir el consumo compulsivo de malas noticias son, al final, las mismas que se aplican para favorecer una relación equilibrada con los dispositivos digitales y también las mismas que se aplican al afrontar situaciones negativas que se producen en nuestra vida.
Limitar el tiempo transcurrido en Internet, sobre todo si no es por trabajo o estudio, es ya un buen inicio.
Una ayuda valiosa son los recordatorios y supervisores de la actividad cotidiana.
Meditar o, si somos creyentes, rezar y preguntarse cómo de una situación dolorosa se puede sacar algo de bueno: ¿Qué puedo hacer yo para ayudar y mostrar mi solidaridad? ¿O qué puedo hacer yo, en el ámbito personal, por alguien que está sufriendo?
Buscar historias, testimonios, rostros que alimenten la esperanza: como ese misionero que salvó a 45 niños de las bombas en Ucrania llegando en autobús a una de las ciudades más afectadas, esa mujer que redescubrió el sentido de la vida mientras su marido estaba enfermo de Covid, esa asociación creada tras el accidente de coche mortal de un joven y que hoy ayuda a tantos jóvenes… Hay que ver, buscar y sacar lo bueno, no abandonarse pasivamente a la negatividad.