Por: Leila Sucari – Rumbosdigital.com / 14.08.2017
Foto: Freepik
La educación de este país europeo es la mejor del mundo según los informes del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA).
Lejos de estimular la eficiencia y la competitividad, su sistema público personaliza la enseñanza y valora la creatividad por sobre los resultados. ¿Es el mundo del revés? No, es Finlandia, una sociedad que revolucionó la escuela dando a la infancia más tiempo para jugar.
No forman filas de menor a mayor ni tienen que sentarse derechos en sus pupitres. No tienen tarea ni deben pasar todo el día adentro de la escuela. No hay exámenes, escuelas privadas, uniformes ni disciplina estricta. Los niños finlandeses tienen tiempo de hacer lo que realmente es importante: trepar árboles, dibujar, dormir la siesta, jugar a la mancha y leer libros despatarrados en el sillón de su casa.
Los finlandeses se dieron cuenta de que la sobreexigencia, el sistema de calificación tradicional, la eficacia y la productividad como objetivos principales en la educación de sus hijos, no eran más que una trampa: la metáfora del perro que se muerde su propia cola. Así fue que decidieron cambiar de paradigma y el resultado fue asombroso: desde el año 2000, sus alumnos obtienen los mejores promedios mundiales y el nivel educativo finlandés está entre los más altos del ranking.
“Cuando crecíamos e íbamos a la escuela, había un montón de profesores que derramaban su escarnio por cualquier cosa que hiciéramos, exponían cada debilidad. Nosotros no necesitamos ninguna educación”, dicen los niños de The Wall, el mítico álbum de Pink Floyd. “No necesitamos que nos controlen los pensamientos. Profesores, dejen a los alumnos solos. Dejen a los chicos en paz”.
Si la escuela de Finlandia puede considerarse revolucionaria es justamente porque no busca homogeneizar. La formación se centra en descubrir las necesidades y los intereses de cada uno. Se respeta el ritmo de aprendizaje individual y los docentes huyen de las evaluaciones, la comparación y las actividades estandarizadas. Además, desde el año pasado hicieron una modificación radical: abolieron la división de materias y comenzaron a aplicar un método conocido como “phenomenon learning”, que reemplaza las clases tradicionales por proyectos temáticos.
Al igual que sucede en pedagogías alternativas como la Waldorf o la Montessori, los profesores se mantienen a lo largo de los cursos y, de esta manera, pueden ir acompañando los progresos del grupo y conocer a cada niño en profundidad.
La educación personalizada maximiza las capacidades individuales, hace que el aprendizaje sea un proceso de descubrimiento y alegría, y eso se traduce en un excelente rendimiento. Los maestros no enseñan a repetir sino a reflexionar. No evalúan con “multiple choice”, sino que apuestan al pensamiento crítico.
“Los niños aprenden a través del asombro”, dice la investigadora canadiense Catherine L’Ecuyer. “La educación en el asombro consiste en respetar la curiosidad, que es motor del aprendizaje del niño; Tomás de Aquino la llamaba ‘el deseo de conocer’. No tendrían que existir los deberes escolares y, si los hubiera, deben ser en cantidad razonable, adecuada para la edad. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, que el poco tiempo que queda para la vida familiar se emplee en acabar los deberes a las 9 de la noche? La infancia es la edad del juego, de la imaginación”.
Sin repetir y sin volar
Una de las claves del sistema educativo finlandés es que la memorización y la rapidez no son relevantes. En cambio, sí lo son la curiosidad, la participación y la experimentación creativa. Crear emprendimientos, buscar diferentes soluciones y trabajar en grupo son algunas de las premisas. Además, hasta los siete años la educación no es obligatoria y los estudiantes no tienen exámenes hasta que cumplen once. Los informes de los maestros son descriptivos, no numéricos. Y la jornada escolar es de 4 horas con el almuerzo incluido.
“Los niños necesitan más tiempo para ser niños y disfrutar de la vida”, dice la ministra de Educación Krista Kiuru. “La educación finlandesa se basa en varios pilares: la valoración que la sociedad le da a esta, la elevada formación docente y la conciencia de que debe ser igualitaria para todos. La igualdad es lo que nos diferencia de otros países. La educación gratuita es una clave importante y una herramienta. Nuestro objetivo es que el nivel y la cobertura de la educación pública se mantengan tan elevados que no haya necesidad ni opciones para la educación privada”.
“Mi hijo, el docente”
Planificar clases y actividades creativas, hacer un seguimiento exhaustivo de cada alumno y generar una buena comunicación con los padres es tarea de los maestros. En Finlandia, ser docente es sinónimo de tener una profesión prestigiosa. Quienes se dedican a la enseñanza tienen un reconocimiento social similar al que aquí tienen, por ejemplo, los médicos.
La conciencia de que la educación es uno de los pilares fundamentales de la sociedad está bien instalada. Nadie duda de que hay que cuidar a los docentes e invertir en ellos pagándoles un buen sueldo, dándoles horas suficientes de descanso y vacaciones, y capacitándolos a diario.
“La reforma de la escuela primaria de los años 70 apostó a aprovechar el potencial y el talento de todo el pueblo”, dice Kiuru. “Se jerarquizó la profesión de maestro, haciéndola más atractiva y logrando que tuviera un nivel de formación muy elevado. Estos logros son las fortalezas finlandesas. Apostamos, además, a lograr que la educación sea un desafío para todos los alumnos, no solo para aquellos que son considerados los mejores”.
Superniños: el otro extremo
En contraposición al estilo finlandés, se encuentra la tendencia educativa respaldada por la neurociencia, que tan de moda se puso en los últimos años, sobre todo en los Estados Unidos. Lo que plantea, básicamente, es que hay que estimular a los niños desde la primera infancia para que desarrollen sus capacidades y sean personas más inteligentes.
“El paradigma de la estimulación temprana supone que el niño es un ente pasivo, un cubo vacío inamovible al que vamos echando conocimientos. Por lo tanto, habría que bombardearlo con información al máximo para estimular sus aprendizajes. Esa visión del niño, del alumno, no responde a la realidad del ser humano. El movimiento se desarrolla, no se estimula. Y lo que asombra es la realidad. La realidad se descubre, no se inculca ni se construye”, señala L’Ecuyer.
La neurociencia propone que los niños tengan responsabilidades y exigencias, que aprendan a leer y escribir cuanto antes, que se escolaricen rápido y que los padres les organicen agendas repletas de actividades para motivarlos.
“La educación conductista y mecanicista concibe al niño como un ente pasivo y tiene como ejes metodológicos la memorización mecánica, la repetición y la jerarquía como única fuente de conocimiento”, explica L’Ecuyer. “Eso no es educación, sino adiestramiento de mentes para el déficit de pensamiento”.
En este sentido, el director de escuela finlandés Pasi Majasaari plantea: “Los niños tienen otras cosas que hacer después de la escuela: estar con otros niños, con la familia, hacer deportes, música, leer, jugar. Está comprobado que el cerebro, para funcionar mejor, tiene que relajarse. Si trabajás o estudiás de manera excesiva, dejás de aprender y, a la larga, resulta contraproducente”.
“Aquí la educación se centra en los estudiantes”, dice la docente Meghan Smith. “Cuando tuvimos que remodelar el patio de juegos, los arquitectos hablaron con los niños para ver qué deseaban. Tratamos de enseñarles la importancia de ser felices, que respeten a los otros y a sí mismos”, dice otro docente. “El sentido de la escuela es aprender a descubrir qué te hace feliz”.