Durante el mes de noviembre la Iglesia Católica recuerda de manera especial a los Fieles Difuntos, es decir a las personas que han partido de este mundo para pasar a la vida eterna junto al Padre, animando a ofrecer oraciones y sacrificios por su salvación eterna.
El Obispo José Sánchez González, explica en su artículo de Ecclesia Digital: “Durante el mes de noviembre, la Iglesia nos invita a pensar en la vida en su etapa definitiva más allá de la muerte. (…) En el segundo día del mes, en la Conmemoración de todos los fieles difuntos, se no recuerda nuestra comunión y nuestra obligación para con los que, como nosotros fueron bautizados e incorporados a la Iglesia y hoy, separados temporalmente por la muerte, pueden estar necesitando de nuestra ayuda por la oración y los sufragios ofrecidos por ellos, al mismo tiempo que pueden ser nuestros intercesores ante el Señor Misericordioso.”
Conmemoración de los Fieles Difuntos
La tradición de rezar por los muertos se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, en donde se honraba su recuerdo y se ofrecían oraciones y sacrificios por ellos.
Según la Enciclopedia Católica*, en los primeros días de la Cristiandad se escribían los nombres de los hermanos que habían partido en la díptica (dos tablas plegables, con forma de libro, en las que la primitiva Iglesia acostumbraba anotar los nombres de los vivos y los muertos por quienes se había de orar).
Después, en el siglo sexto, era costumbre en los monasterios benedictinos tener una conmemoración de los miembros difuntos en Pentecostés. En España, en tiempo de San Isidoro (m. 636), había un día semejante el sábado antes de la Sexagésima (el sexagésimo día antes del Domingo de Pascua) o antes de Pentecostés.
En Alemania existió una ceremonia consagrada a orar por los difuntos, el 1 de octubre. Esto fue aceptado y bendecido por la Iglesia. San Odilo de Cluny (m. 1048) ordenó que se celebrara anualmente, en todos los monasterios de su congregación, la conmemoración de todos los fieles difuntos. De allí se extendió entre las otras congregaciones de los benedictinos y entre los cartujos. Más tarde, varios obispos, se acogieron a dicha celebración.
Con el paso de los años, la Iglesia Católica instauró el 2 de noviembre como la fecha oficial para conmemorar a los fieles difuntos.
Costumbres y tradiciones
Por esto días en la mayoría de los países, en especial católicos, los camposantos lucen arreglos florales, las velas iluminan los osarios y las Misas por los difuntos se hacen más notables.
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Entre todas, la cultura Azteca se destaca por ser la más pintoresca para celebrar el día de los difuntos. Se dice que esta costumbre mexicana está relacionada con el ciclo agrícola tradicional. Los indígenas hacían una gran fiesta en la primera luna llena del mes de noviembre, para celebrar la terminación de la cosecha del maíz. Ellos creían que ese día los difuntos tenían autorización para regresar a la tierra, a celebrar y compartir con sus parientes vivos, los frutos de la madre tierra.
Para los aztecas la muerte no era el final de la vida, sino simplemente una transformación. Creían que las personas muertas se convertirían en colibríes, para volar acompañando al sol, cuando los dioses decidieran que habían alcanzado cierto grado de perfección.
Mientras esto sucedía, los dioses se llevaban a los muertos a un lugar al que llamaban Mictlán, que significa “lugar de la muerte” o “residencia de los muertos” para purificarse y seguir su camino.
Los aztecas no enterraban a los muertos sino que los incineraban. La viuda, la hermana o la madre, preparaba tortillas, frijoles y bebidas. Un sacerdote debía comprobar que no faltara nada y al fin prendían fuego y mientras las llamas ardían, los familiares sentados aguardaban el fin, llorando y entonando tristes canciones. Las cenizas eran puestas en una urna junto con un jade que simbolizaba su corazón.
Los misioneros españoles al llegar a México aprovecharon esta costumbre, para comenzar la tarea de la evangelización a través de la oración por los difuntos.
La costumbre azteca la dejaron prácticamente intacta, pero le dieron un sentido cristiano: el día 2 de noviembre, se dedica a la oración por las almas de los difuntos. Se visita el cementerio y junto a la tumba se pone un altar en memoria del difunto, sobre el cual se ponen objetos que le pertenecían, con el objetivo de recordar al difunto con todas sus virtudes y defectos y hacer mejor la oración.
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Oración al fallecimiento de un ser querido
¡Oh Jesús, único consuelo en las horas eternas del dolor, único consuelo sostén en el vacío inmenso que la muerte causa entre los seres queridos! Tú, Señor, a quién los cielos, la tierra y los hombres vieron llorar en días tristísimos; Tú, Señor, que has llorado a impulsos del más tierno de los cariños sobre el sepulcro de un amigo predilecto; Tú, ¡oh Jesús! que te compadeciste del luto de un hogar deshecho y de corazones que en él gemían sin consuelo; Tú, Padre amantísimo, compadécete también de nuestras lágrimas. Míralas, Señor, cómo sangre del alma dolorida, por la perdida de aquel que fue deudo queridísimo, amigo fiel, cristiano fervoroso. ¡Míralas, Señor, como tributo sentido que te ofrecemos por su alma, para que la purifiques en tu sangre preciosísima y la lleves cuanto antes al cielo, si aún no te goza en él! ¡Míralas, Señor, para que nos des fortaleza, paciencia, conformidad con tu divino querer en esta tremenda prueba que tortura el alma! ¡Míralas, oh dulce, oh pidadosísimo Jesús! y por ellas concédenos que los que aquí en la tierra hemos vivido atados con los fortísimos lazos de cariño, y ahora lloramos la ausencia momentánea del ser querido, nos reunamos de nuevo junto a Ti en el Cielo, para vivir eternamente unidos en tu Corazón. Amén.