Un padre muestra, orgulloso, su hijo recién nacido al hermano que ya tiene cinco años. —Mira, Juanín, este es tu hermanito que acaba de nacer. Juanín, decepcionado, exclama: —Pero papá… Sin pelo, sin dientes, todo arrugado… Te engañaron… Te dieron un bebé de segunda mano.
Las apariencias engañan. No sabía Juanín la potencialidad que encerraba aquel bebé “arrugado”. ¡Cuántas veces juzgamos la vida y las cosas sólo por apariencias! ¡Y cómo cambia todo cuando se ven a la luz de la fe! “La gente tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y con ella, el relieve, el peso y el volumen”. (Camino 279). La fe no viene a achicar las aspiraciones nobles que hay en el corazón humano. Viene a elevarías y engrandecerlas. La vida —a la luz de la fe— resulta apasionante. Se convierte en una novela de aventuras. Las cosas más corrientes y ordinarias adquieren relieve de eternidad, grandeza de infinitud. ¡Qué pena quedarse en una vida chata y raquítica!