En la vida social hay unas formas, unas “reglas” de buena educación, unas maneras de tratarse, y hasta un protocolo. Una persona se muestra a sí misma, también a través de ellas.
En la religión también hay unos modos de relacionarnos con Dios, mostrarle nuestra fe, nuestra reverencia y nuestro amor. Se la podría llamar la “urbanidad de la piedad”.
Cuando Dios se aparece a Moisés en la zarza ardiente, lo primero que le dice es “sácate las sandalias… el lugar que pisas es santo”. Nos habla del necesario respeto de lo divino, del sentido de lo sagrado. Jesús se vio obligado a poner orden en el Templo de Jerusalén, echando a los mercaderes y cambistas que deshonraban la casa de Dios. Hay una distancia infinita entre Dios y el hombre: el amor y la confianza que proceden de la filiación divina no conllevan -sería un contrasentido- una falta de respeto o igualdad de situación delante de nuestro Creador.
En el colegio estamos formando a nuestros alumnos. Parte de esa formación consiste en enseñarles a comportarse delante de Dios y a tratar las cosas santas. Es por esto que debemos cuidar las posturas, gestos, etc. de manera especial. Además, por la edad de aprendizaje en la que están y porque son muchos alumnos, conviene insistir en unas normas fijas, sobre todo para que se les quede grabado un estilo.
“Las formas forman” si se les pone contenido -es amor, no será formalidad- y si se entiende la razón de ser de cada una. Por eso no es exagerado. Las normas de comportamiento en el oratorio tienen una finalidad pedagógica. Todo pretende ser expresión de respeto y amor a Dios.
En la Iglesia hay unas normas litúrgicas que garantizan el cuidado del culto a Dios. Una especie de “protocolo” para lo sagrado: modos sobre cómo debemos tratar a Dios y las cosas de Dios.
También hay una serie de cuidados que no están preceptuados como leyes litúrgicas, pero que siempre han vivido los cristianos piadosos como expresión de reverencia y amor. Es parte del tesoro del patrimonio espiritual de la Iglesia.
Jesús resume toda la ley de Dios en un solo mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu mente, con todas tus fuerzas, con toda tu alma”. Amar a Dios con todo nuestro ser y nuestra vida. Obviamente incluye nuestros gestos. El amor se nota. Y si no se nota… es que es demasiado débil.
Hemos de estar atentos para que la confianza no degenere en falta de respeto: sería ofensivo para con Dios. Nadie en sus cabales podría decir “porque te quiero tanto, no te respeto, te trato mal y te ofendo”. No puedo amar lo que no respeto. Tampoco lo que no venero.
La dignidad, la delicadeza son necesarias, ya que como seres compuestos de alma y cuerpo, expresamos nuestros afectos, nuestra fe y todo lo espiritual a través del cuerpo.
Con nuestras maneras, nos mostramos a nosotros mismos. Con el cumplimiento de los modales y normas de buena educación se muestra la “calidad humana” de una persona. Así también, con la urbanidad de la piedad muestra nuestra fe, esperanza y amor. Es respeto y elegancia, aplicado a las cosas de Dios.
Buena educación en el oratorio
El buen comportamiento en el oratorio no se limita a las celebraciones litúrgicas. Una vez que se ha entrado en el oratorio, se está en un lugar sagrado. Es para rezar. Hay que estar en silencio. Por eso preferimos llamarlo “oratorio”: hay que respetar con el silencio también a los que rezan. Incluso cuando no está reservado el Santísimo Sacramento en el sagrario.
Desgraciadamente, en general, se descuida bastante el silencio y se charla con cierta soltura, dentro de la iglesia. Esto hace que por más que insistamos nunca insistiremos demasiado… Silencio no es un mero no hablar. Expresa respeto, veneración. Es ya una forma de culto, ante Jesús presente en la Eucaristía. Es necesario para descubrir a Dios y poder escucharlo. Tiempo de recogimiento y meditación. Tenemos que ser capaces de silencio.
También es conveniente evitar distracciones. Curiosidad de mirar quién entra o sale. Quién estornudó… Peinarse en el oratorio… (hacerse la coleta en la mesa es de mala educación, tanto más en el oratorio)
Elegancia en el vestir: cuanto más elegantes, mostramos más respeto y amor. Es por eso que, además de ir decentes (faldas de largura adecuada y no ir transparentes ni escotadas) conviene ir bien arreglados (en concreto: llevar el pelo recogido de modo adecuado, por ejemplo no llevar moñitos sujetos con un bolígrafo o un lápiz…)
Las posturas en el oratorio
Al entrar en el oratorio; lo primero, buscar el sagrario, para saludar el Señor con una genuflexión.
La genuflexión es un acto de adoración, por lo que sólo se hace delante de Dios. La rodilla derecha toca el suelo, con el cuerpo erguido, mirando hacia el sagrario.
En general, en las posturas no hace falta estar firmes… pero tampoco apoyados en la pared, ni recostados en el banco.
Cuando estemos sentados, es más adecuado no estar pegados unas a otras, y es importante no abrir mucho las piernas. Tampoco se cruzan las piernas en el oratorio, ya que es un signo de distensión y no es elegante hacerlo. No apoyar los pies en los reclinatorios (se estropean los reclinatorios y se mancha de polvo quien después se arrodille).
En la fila para comulgar, vamos preparándonos a recibir al Señor. Supone recogimiento interior (concentrados, sin la curiosidad de mirar para todos lados, darse vuelta, etc.). Al devolver la bandeja de la comunión, no darle la espalda al sacerdote y al Santísimo.
Luego de la Comunión, viene la Acción de gracias. Se calcula que las especies sacramentales tardan 10’ en deshacerse dentro del cuerpo, por respeto y devoción existe la costumbre de quedarse dando gracias desde nuestro interior durante ese tiempo.
Inés María Somolinos es Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Profesora del Colegio Ayalde – España.