Los signos de la Pascua

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Cada signo tiene un significado profundo, que muchas veces se nos escapa.

Cada signo nos está hablando de Jesús, nos sitúa ante su presencia real en cada uno de nosotros, en la comunidad reunida en su nombre, en el sacerdote que preside la celebración, en la palabra que se proclama, en el pan y el vino que se nos regala como alimento… A continuación, reconoceremos algunos de los signos que vivimos en cada Eucaristía y que nacen fundamentalmente de la Pascua de Jesús.

Pascua significa el paso de Dios que libera al pueblo. Es el compromiso de Dios con su pueblo, su alianza y contrato. A nosotros, que nos consideramos seguidores de Jesús, se nos invita a unirnos a Él, a optar definitivamente por Él.

Celebramos la Pascua en la medida en que nuestra vida sea reflejo y actualización de la vida de Jesús. Nuestro seguimiento a Jesús ha de actualizar dos dimensiones: nuestra opción y adhesión personal a Jesús y nuestro compromiso por realizar lo que Él hizo: crear la fraternidad. Y este camino lo hacemos como Iglesia. No somos islas separadas, somos una comunidad que refleja la vida de Jesús. Los signos de nuestras celebraciones solamente tienen sentido si los vivimos como pueblo de Dios, como Iglesia.

El signo de la palabra

Las personas se comunican de muchas formas y en ellas se comprometen. La Palabra es, quizás, la expresión más humana de comunicación. Dios se quiere hacer comprensible para nosotros y nos habla con palabras que sean accesibles a nuestra realidad. Jesús es la Palabra de Dios, es el modo de hablar de Dios.

Las lecturas que se proclaman en cada Eucaristía expresan la historia de esa Palabra de Dios, se nos presentan estas lecturas para que abramos nuestros ojos al proyecto de acción de Dios entre los hombres. Acudimos a la Palabra para descubrir y notar qué dice Dios y, sobre todo, qué quiere decirnos hoy y ahora. Porque la Palabra de Dios es una Palabra viva y eficaz.

La Palabra de Dios nos invita a acogerla con una actitud especial: apertura, escucha, respeto. De ese modo ponemos los medios necesarios para que esa Palabra entre en nuestro corazón y dé su fruto.

El signo de la luz tinieblas

Descubrimos la necesidad de la luz cuando no la tenemos. De noche encendemos las luces para ver, si estamos en el monte la linterna para guiarnos y entrar en la tienda, cuando pasamos por un túnel los focos del coche nos orienta. Si vemos a un ciego que no percibe la luz caemos en la cuenta de su necesidad: alguien le ha de llevar de la mano.

Pero no solamente se ve con los ojos. La vida de pecado, es decir, la vida alejada de los demás y de Jesús es una vida en tinieblas, sin horizonte, sin claridad. A veces decimos “no lo veo claro”, “no veo lo que quieres decir”… En todos esos momentos somos ciegos, necesitamos que alguien nos ponga en el corazón una luz para iluminar nuestro futuro, nuestro camino.

Jesús se nos presenta como la luz que ilumina nuestra tiniebla, la esperanza que da sentido a la sinrazón de muchas decisiones equivocadas. Es una luz que no se agota, que la recibimos y la transmitimos a los demás, como cuando encendemos nuestra vela y la ofrecemos a los demás. Solamente la persona que recibe la luz de Jesús puede iluminar a los demás.

El signo del agua

Desde hace algunos años vivimos en algunos países y zonas del planeta una situación climatológica rara: una gran sequía y fuertes inundaciones. El agua, que es necesaria para la vida, falta. El agua, cuando se desborda, puede destruir.

El antiguo pueblo judío busca la libertad de Egipto y rompe con esa situación atravesando el Mar Rojo. El paso por esa agua se convierte en un signo: refleja la muerte a una esclavitud y abre el nuevo camino de la libertad. Jesús, con su vida y su muerte, inicia la historia de un nuevo pueblo, la Iglesia, la comunidad de sus seguidores. De ahí que el agua del Bautismo sea para los seguidores de Jesús el signo del paso de la muerte a la vida, del egoísmo al amor, del yo al nosotros.

El signo del pan y el vino

Cualquier celebración de fiesta, de aniversario, tiene siempre una expresión concreta en torno a la mesa: compartir una comida es una de las expresiones que más se repite en todos los pueblos como signo de alegría, gozo y unión. Un plato y un vaso tomados junto a las personas que se ama y se estima, ayuda a crear un ambiente y una atmósfera realmente sinceros.

En su deseo de hablar un lenguaje que los hombres pudiéramos entender, también Dios quiso que en torno a una mesa se juntaran sus seguidores y compartieran una comida de fiesta. Con ello celebraban el paso del Señor, la Pascua. Jesús deseó celebrar con sus amigos más íntimos esta cena, su última cena entre los hombres, no sólo para compartir lo que habían vivido, sino también para ofrecer un nuevo camino, una nueva comida. Jesús quiso quedarse entre ellos: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. Por estas palabras se hace alimento para que acudamos a Él y tomemos fuerza para seguir su camino.

Compartir entre nosotros el alimento de Jesús no es solamente asistir a la Eucaristía y comulgar el pan. Ciertamente es “eso y algo más”: es compartir los gestos de Jesús, es hacer realidad su actitud de servicio, de perdón, de ayuda, de tolerancia.

Jesús nos dice que hemos de unirnos a Él, hemos de comer su cuerpo y beber su sangre para que tengamos vida, una vida que no acaba, una vida que se transmite a los demás. Y en el día a día hemos de actualizar su presencia y sus gestos, conscientes de que la celebración de la misa es la expresión más profunda de su amor por todos los hombres.

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