No es limosna, es ofrenda

Coloquios de J.M. / 07.11.2011
 

No debemos confundir el término “ofrenda” con “limosna”. Lo que depositamos en las canastas durante la misa no es una limosna, es una ofrenda; la ofrenda de nosotros mismos, que nace de la fe. La ofrenda se refiere a la contribución material que los hijos hacen a su Iglesia, la cual se debe atender con generosidad y cariño.

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Un párroco, al ver los pomposos automóviles parqueados frente a su iglesia, decía que no sabía dónde estaban los pobres de la parroquia, pero al recoger la limosna en la misa comentaba que no sabía dónde estaban los feligreses ricos…

No sé si los lectores se habrán dado cuenta de que en la anécdota anterior deliberadamente se usó una palabra incorrecta, limosna, en lugar de ofrenda, para designar el dinero que se recoge entre los feligreses en las celebraciones eucarísticas. Este es un error en el que incurren muchas personas que no se han detenido a considerar el significado litúrgico de esa acción.

Limosna es la ayuda material que por caridad se da al prójimo necesitado. Pero a nadie se le ocurrirá decir que la contribución de los hijos para el sostenimiento del hogar paterno, o la ayuda económica a los padres necesitados es una limosna, porque esa es una obligación filial que se debe cumplir con todo el cariño de hijos agradecidos.

Con la Iglesia sucede lo mismo: como hijos suyos, los católicos debemos atender generosamente a todas sus necesidades. Esa ayuda se puede concretar en diversas formas, pero hay un acto litúrgico de especial significado en la misa, cuando el sacerdote ofrece a Dios los frutos de la tierra, de la vid y del trabajo del hombre. En las primeras épocas del cristianismo los fieles llevaban como ofrenda el pan y el vino para la Cena Eucarística, pero esas especies se han reemplazado por el dinero que es precisamente el fruto del trabajo del hombre.

Esta es la razón para ser muy generosos en la ofrenda de la misa, que se utilizará para atender a las necesidades del culto y la ayuda para las labores pastorales. No olvidar que la moneda en todas partes viene perdiendo poder adquisitivo, y hay que reajustar las ayudas por lo menos de acuerdo con la devaluación. Y una recomendación final: dar con un cariño que se refleje hasta en el detalle de no aprovechar esa ocasión para salir del billete más ajado y sucio… 

Podemos concluir por tanto, que a la Iglesia no le damos limosna, sino ofrenda de lo que Dios nos ha dado, pues Él nos da entero a su Hijo en la eucaristía; no es una parte de él, está todo, absolutamente todo, en cada fragmento, con su cuerpo, alma, divinidad, con toda su santidad. Y con nada podríamos comprar tantísima bondad. Ni con todo el oro del mundo, literalmente hablando. Luego, nosotros también debemos ofrendarnos a Él y ofrendar económicamente una cantidad acorde a las posibilidades de cada quien. *enmarchaenlinea.com

Colaboración de Coloquios de J.M. para LaFamilia.info

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