ReL - 23.08.2018

 

 

 

La Iglesia Católica en Estados Unidos se ha visto salpicada en las últimas semanas por unos terribles escándalos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes e incluso cardenales. Especial mención ha tenido el informe publicado por el fiscal general de Pensilvania sobre los cientos de casos de abusos producidos por numerosos sacerdotes en las últimas siete décadas.

 

Ante la gravedad de la situación el Papa Francisco ha querido escribir este lunes 20 de agosto una carta a todo el Pueblo de Dios sobre este escabroso asunto. “El dolor de las víctimas y sus familias es también nuestro dolor, por eso urge reafirmar una vez más nuestro compromiso para garantizar la protección de los menores y de los adultos en situación de vulnerabilidad”, ha expresado el Santo Padre.

 

A continuación publicamos el texto original del Santo Padre:

 

***

 

«Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26). Estas palabras de san Pablo resuenan con fuerza en mi corazón al constatar una vez más el sufrimiento vivido por muchos menores a causa de abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos por un notable número de clérigos y personas consagradas. Un crimen que genera hondas heridas de dolor e impotencia; en primer lugar, en las víctimas, pero también en sus familiares y en toda la comunidad, sean creyentes o no creyentes. Mirando hacia el pasado nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado. Mirando hacia el futuro nunca será poco todo lo que se haga para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse. El dolor de las víctimas y sus familias es también nuestro dolor, por eso urge reafirmar una vez más nuestro compromiso para garantizar la protección de los menores y de los adultos en situación de vulnerabilidad.

 

1. Si un miembro sufre

 

En los últimos días se dio a conocer un informe donde se detalla lo vivido por al menos mil sobrevivientes, víctimas del abuso sexual, de poder y de conciencia en manos de sacerdotes durante aproximadamente setenta años. Si bien se pueda decir que la mayoría de los casos corresponden al pasado, sin embargo, con el correr del tiempo hemos conocido el dolor de muchas de las víctimas y constatamos que las heridas nunca desaparecen y nos obligan a condenar con fuerza estas atrocidades, así como a unir esfuerzos para erradicar esta cultura de muerte; las heridas “nunca prescriben”. El dolor de estas víctimas es un gemido que clama al cielo, que llega al alma y que durante mucho tiempo fue ignorado, callado o silenciado. Pero su grito fue más fuerte que todas las medidas que lo intentaron silenciar o, incluso, que pretendieron resolverlo con decisiones que aumentaron la gravedad cayendo en la complicidad. Clamor que el Señor escuchó demostrándonos, una vez más, de qué parte quiere estar. El cántico de María no se equivoca y sigue susurrándose a lo largo de la historia porque el Señor se acuerda de la promesa que hizo a nuestros padres: «Dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,51-53), y sentimos vergüenza cuando constatamos que nuestro estilo de vida ha desmentido y desmiente lo que recitamos con nuestra voz.

 

Con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial, asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar, que no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas. Hemos descuidado y abandonado a los pequeños. Hago mías las palabras del entonces cardenal Ratzinger cuando, en el Via Crucis escrito para el Viernes Santo del 2005, se unió al grito de dolor de tantas víctimas y, clamando, decía: «¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! [...] La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos (cf. Mt 8,25)» (Novena Estación).

 

2. Todos sufren con él

 

La magnitud y gravedad de los acontecimientos exige asumir este hecho de manera global y comunitaria. Si bien es importante y necesario en todo camino de conversión tomar conocimiento de lo sucedido, esto en sí mismo no basta. Hoy nos vemos desafiados como Pueblo de Dios a asumir el dolor de nuestros hermanos vulnerados en su carne y en su espíritu. Si en el pasado la omisión pudo convertirse en una forma de respuesta, hoy queremos que la solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierta en nuestro modo de hacer la historia presente y futura, en un ámbito donde los conflictos, las tensiones y especialmente las víctimas de todo tipo de abuso puedan encontrar una mano tendida que las proteja y rescate de su dolor (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 228). Tal solidaridad nos exige, a su vez, denunciar todo aquello que ponga en peligro la integridad de cualquier persona. Solidaridad que reclama luchar contra todo tipo de corrupción, especialmente la espiritual, «porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad, ya que “el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz (2 Co 11,14)”» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 165). La llamada de san Pablo a sufrir con el que sufre es el mejor antídoto contra cualquier intento de seguir reproduciendo entre nosotros las palabras de Caín: «¿Soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9).

 

Soy consciente del esfuerzo y del trabajo que se realiza en distintas partes del mundo para garantizar y generar las mediaciones necesarias que den seguridad y protejan la integridad de niños y de adultos en estado de vulnerabilidad, así como de la implementación de la “tolerancia cero” y de los modos de rendir cuentas por parte de todos aquellos que realicen o encubran estos delitos. Nos hemos demorado en aplicar estas acciones y sanciones tan necesarias, pero confío en que ayudarán a garantizar una mayor cultura del cuidado en el presente y en el futuro.

 

Conjuntamente con esos esfuerzos, es necesario que cada uno de los bautizados se sienta involucrado en la transformación eclesial y social que tanto necesitamos. Tal transformación exige la conversión personal y comunitaria, y nos lleva a mirar en la misma dirección que el Señor mira. Así le gustaba decir a san Juan Pablo II: «Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse» (Carta ap. Novo millennio ineunte, 49). Aprender a mirar donde el Señor mira, a estar donde el Señor quiere que estemos, a convertir el corazón ante su presencia. Para esto ayudará la oración y la penitencia. Invito a todo el santo Pueblo fiel de Dios al ejercicio penitencial de la oración y el ayuno siguiendo el mandato del Señor,[1] que despierte nuestra conciencia, nuestra solidaridad y compromiso con una cultura del cuidado y el “nunca más” a todo tipo y forma de abuso.

 

Es imposible imaginar una conversión del accionar eclesial sin la participación activa de todos los integrantes del Pueblo de Dios. Es más, cada vez que hemos intentado suplantar, acallar, ignorar, reducir a pequeñas élites al Pueblo de Dios construimos comunidades, planes, acentuaciones teológicas, espiritualidades y estructuras sin raíces, sin memoria, sin rostro, sin cuerpo, en definitiva, sin vida[2]. Esto se manifiesta con claridad en una manera anómala de entender la autoridad en la Iglesia —tan común en muchas comunidades en las que se han dado las conductas de abuso sexual, de poder y de conciencia— como es el clericalismo, esa actitud que «no solo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente».[3] El clericalismo, favorecido sea por los propios sacerdotes como por los laicos, genera una escisión en el cuerpo eclesial que beneficia y ayuda a perpetuar muchos de los males que hoy denunciamos. Decir no al abuso, es decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo.

 

Siempre es bueno recordar que el Señor, «en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 6). Por tanto, la única manera que tenemos para responder a este mal que viene cobrando tantas vidas es vivirlo como una tarea que nos involucra y compete a todos como Pueblo de Dios. Esta conciencia de sentirnos parte de un pueblo y de una historia común hará posible que reconozcamos nuestros pecados y errores del pasado con una apertura penitencial capaz de dejarse renovar desde dentro. Todo lo que se realice para erradicar la cultura del abuso de nuestras comunidades, sin una participación activa de todos los miembros de la Iglesia, no logrará generar las dinámicas necesarias para una sana y realista transformación. La dimensión penitencial de ayuno y oración nos ayudará como Pueblo de Dios a ponernos delante del Señor y de nuestros hermanos heridos, como pecadores que imploran el perdón y la gracia de la vergüenza y la conversión, y así elaborar acciones que generen dinamismos en sintonía con el Evangelio. Porque «cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 11).

 

Es imprescindible que como Iglesia podamos reconocer y condenar con dolor y vergüenza las atrocidades cometidas por personas consagradas, clérigos e incluso por todos aquellos que tenían la misión de velar y cuidar a los más vulnerables. Pidamos perdón por los pecados propios y ajenos. La conciencia de pecado nos ayuda a reconocer los errores, los delitos y las heridas generadas en el pasado y nos permite abrirnos y comprometernos más con el presente en un camino de renovada conversión.

 

Asimismo, la penitencia y la oración nos ayudará a sensibilizar nuestros ojos y nuestro corazón ante el sufrimiento ajeno y a vencer el afán de dominio y posesión que muchas veces se vuelve raíz de estos males. Que el ayuno y la oración despierten nuestros oídos ante el dolor silenciado en niños, jóvenes y minusválidos. Ayuno que nos dé hambre y sed de justicia e impulse a caminar en la verdad apoyando todas las mediaciones judiciales que sean necesarias. Un ayuno que nos sacuda y nos lleve a comprometernos desde la verdad y la caridad con todos los hombres de buena voluntad y con la sociedad en general para luchar contra cualquier tipo de abuso sexual, de poder y de conciencia.

 

De esta forma podremos transparentar la vocación a la que hemos sido llamados de ser «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 1).

 

«Si un miembro sufre, todos sufren con él», nos decía san Pablo. Por medio de la actitud orante y penitencial podremos entrar en sintonía personal y comunitaria con esta exhortación para que crezca entre nosotros el don de la compasión, de la justicia, de la prevención y reparación. María supo estar al pie de la cruz de su Hijo. No lo hizo de cualquier manera, sino que estuvo firmemente de pie y a su lado. Con esta postura manifiesta su modo de estar en la vida. Cuando experimentamos la desolación que nos produce estas llagas eclesiales, con María nos hará bien «instar más en la oración» (S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 319), buscando crecer más en amor y fidelidad a la Iglesia. Ella, la primera discípula, nos enseña a todos los discípulos cómo hemos de detenernos ante el sufrimiento del inocente, sin evasiones ni pusilanimidad. Mirar a María es aprender a descubrir dónde y cómo tiene que estar el discípulo de Cristo.

 

Que el Espíritu Santo nos dé la gracia de la conversión y la unción interior para poder expresar, ante estos crímenes de abuso, nuestra compunción y nuestra decisión de luchar con valentía.

 

Vaticano, 20 de agosto de 2018

 

Francisco

LaFamilia.info - 06.05.2016

 

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“Es innegable el aporte de la mujer en todas las áreas del quehacer humano, empezando por la familia. Pero con sólo reconocerlo… ¿Es suficiente?” Así comienza el quinto video del Papa Francisco dedicado a las mujeres y hace un llamado para hacer valer sus derechos. Los invitamos a ver el video. 

 

 
 

 

Ver también: 

El primer “video del Papa” (Enero: Diálogo Interreligioso)

El video del Papa 2: Cuidar la casa común (Febrero)

El video del Papa 3: Por los niños y las familias en dificultad (Marzo)

LaFamilia.info - 09.02.2016

 

Como ya sabemos, las intenciones mensuales del Papa Francisco ahora se transmiten a través de breves videos; y aquí va el segundo, en el cual nos pide de manera especial: Cuidar la casa común. El mensaje para el mes de febrero se ha titulado: "El respeto a la Creación". 

 
 

 

Ver también: El primer “video del Papa” (Enero: Diálogo Interreligioso)

 

elvideodelpapa012016

 

Más de este tema:

10 Consejos del Papa Francisco para cuidar el medioambiente

Pablo J. Ginés/ReL – 28.10.2016

 

2016310feFoto: Freepik

 

Con su nuevo documento Ad resurgendum cum Christo la Iglesia recuerda lo que venía enseñando desde hace décadas: que la cremación de los fallecidos es admisible para los cristianos, pero siempre que las cenizas se traten como a un difunto, es decir, enterrándolas o colocándolas en columbarios en lugar sagrado, lugares que se van a proteger y donde pueden ser visitados y recibir oración.

"Con mis cenizas... ¿hago lo que quiero?"

 

Se ha generado un cierto debate social, con personas que aunque dicen ser cristianas proclaman: “con mi cenizas -o las de mi difunto- hago lo que quiero, son mías”.

Pero la postura católica es clara: las cenizas del fallecido no son “un objeto”, igual que un cadáver no es “un objeto”, y mucho menos es una propiedad. Ni siquiera basta con decir que son “un recuerdo”, como sí lo sería una foto o un objeto cargado de memorias del pasado. Son mucho más.
 
El portal ReligiónenLibertad.com habla de ello con Fermín Labarga, director de departamento de Teología Histórica de la Universidad de Navarra y experto en religiosidad popular, iconografía y cofradías:

“Hay gente que habla del difunto como si fuera un objeto, que parece que diga ‘el difunto es mío’. Pero, no: el difunto cristiano es de Dios y de la comunidad cristiana, y no es un objeto ni es una posesión, ni tampoco es un mero recuerdo”.

“Con un cadáver no es fácil hacer lo que quieras. Y tampoco te lo permiten. La realidad es que las autoridades y la sociedad no te dejan hacer cualquier cosa con los cadáveres de tus seres queridos”, explica Labarga.

Al quemar el cadáver, el cuerpo en cenizas se hace más manejable, pero aún así surgen normas civiles. En España, por ejemplo, hay normativas que impiden tirar cenizas de difuntos en muchos lugares.

El individualismo… y aferrarse al difunto

 

El duelo no ha sido nunca un tema individual, sino social. En los pueblos, en las familias grandes, se ha vivido siempre comunalmente el proceso de despedirse del difunto, de aceptar su partida.

Pero una sociedad individualista que esconde la muerte y el duelo puede generar efectos psicológicos perjudiciales en la persona en proceso de duelo.

“No dejar marchar al difunto es un problema psicológico. Todos conocemos esas señoras que acuden a la tumba de su marido, que quieren dormir allí, sobre ella… y la autoridad se lo impide, y se les da tratamiento psicológico. Pasa más en muertes traumáticas, por accidentes, por ejemplo”.

¿Y si esa relación enfermiza pasa ahora en casa, donde quiere guardar la urna con cenizas, donde quizá nadie la vea ni le atienda? Es otra combinación de soledad y cultura individualista.

Una sociedad que esconde la muerte

 

El documento explica que “la iglesia se opone a ocultar o privatizar el evento de la muerte”. 

“Ocultar la muerte es propio de la sociedad actual”, explica Labarga. “Es curioso que hay  padres que hoy no dejan al niño ir al cementerio o al funeral del abuelo pero después sí les dejan ir a  Halloween con sus brujas. Hace pocas generaciones la muerte estaba muy integrada en la vida y los niños veían la muerte de los abuelos, que no era especialmente traumática –como sí lo es la de un padre de hijos pequeños-. Los niños veían que la vida tiene un final. Hoy los ancianos mueren en hospitales, o en geriátricos, lejos de su familia. La sociedad, además oculta la vejez y la enfermedad”.  

Los ritmos de trabajo tampoco ayudan. “Los sacerdotes vemos que cada vez viene menos gente a los funerales. Hay que celebrarlos después de la jornada laboral, para que parientes y amigos puedan acudir. Además, en las ciudades las funerarias han ido imponiendo la separación entre el funeral y el entierro, con la pérdida simbólica que significa que en el funeral no esté el cadáver”, constata Labarga.

Una opción pastoral: esperar

¿Y qué hacer con esas personas, a menudo ancianas, que son cristianos piadosos pero se empeñan en tener en casa las urnas con las cenizas de su esposo o parientes fallecidos?

Una opción pastoral podría ser, simplemente, esperar acompañando, dar tiempo a esa persona, y en su momento recordarle que, cuando muera, puede pasar de todo con las urnas, y que es importante ponerlas a buen recaudo en tierra sagrada. Probablemente dará permiso para que se entierren tras su muerte.

Al final, la Iglesia lo que busca es el respeto para los restos humanos, acompañar a los que sufren en el dolor y evitar que se oculte esa realidad misteriosa que es el morir.

Zenit/LaFamilia.info - 14.03.2016

 

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La familia es uno de los bienes más preciosos de la humanidad. Pero ¿acaso no es el más vulnerable? Con esta pregunta se abre el video del Papa Francisco (ver abajo) con su intención de oración para el mes de marzo.

 

Este es el tercer video de la iniciativa que comenzó en enero para difundir las intenciones de oración del Santo Padre, que cuenta con la participación del propio Francisco, al grabar mensualmente un video en español. 

 

 

Ver también: 

El primer “video del Papa” (Enero: Diálogo Interreligioso)

El video del Papa 2: Cuidar la casa común (Febrero)

 

ReL - 08.01.2016

 

elvideodelpapa012016 

 

A partir de ahora, las tradicionales intenciones de oración del Papa para cada mes, se darán a conocer mediante un breve spot. He aquí el primero, en el que participan amigos personales de Francisco, como el musulmán Omar Abboud o el rabino Daniel Goldman, junto al sacerdote Guillermo Maró y la lama budista Rinchen Kandro. El mensaje es contundente, ¡no lo dejes de ver!  

 

 

 

El proyecto es una iniciativa de la Red Mundial de Oración del Papa y ha sido realizado por la agencia La Machi con la colaboración de Rome Reports y el Centro Televisivo Vaticano. Fue lanzado en la página thepopevideo.org en la festividad de la Epifanía.

LaFamilia.info - 10.06.2016

 

elvideodelpapa012016

 

El Video del Papa, en su ya sexta edición, pide por “los ancianos, marginados y las personas solitarias”, con el objetivo de concientizar sobre el frecuente abandono de personas mayores y enfermos.


El Papa invita a unirse a su petición por la revitalización de la solidaridad en las ciudades. “Nuestras ciudades deberían caracterizarse sobre todo por la solidaridad, que no consiste únicamente en dar al necesitado, sino en ser responsables los unos de los otros y generar una cultura del encuentro” expresa Francisco en la intención de este mes. A continuación el video:

 

 
 

 

Ver también: 

El primer “video del Papa” (Enero: Diálogo Interreligioso)

El video del Papa 2: Cuidar la casa común (Febrero)

El video del Papa 3: Por los niños y las familias en dificultad (Marzo)

El video del Papa 5. Las mujeres en la sociedad (Mayo)

LaFamilia.info - 19.02.2016

 

FranciscoPatriarca2016
Foto: ACI 

 

El reciente encuentro entre el Papa Francisco y el Patriarca Kyril es realmente un hecho histórico. «Este encuentro de los primados de la Iglesia Católica y de la Iglesia Ortodoxa Rusa, preparado desde hace tiempo, será el primero en la historia y marcará una etapa importante en las relaciones entre las dos Iglesias». Señaló el Comunicado de prensa oficial.


Fruto de dicha reunión, surgió un documento (ver) en el que ambos dirigentes han buscado subrayar los puntos comunes. Aquí destacamos lo referente al matrimonio y a la familia:


19. La familia es el centro natural de la vida de un ser humano y de la sociedad. Estamos preocupados por la crisis de la familia en muchos países. Los ortodoxos y los católicos, compartiendo la misma visión de la familia, están llamados a testificar acerca de la familia como de un camino hacia la santidad, que se manifiesta en la fidelidad mutua de los cónyuges, su disponibilidad para dar a luz a los niños y formarles, en la solidaridad entre las generaciones y el respeto hacia los enfermizos.


20. La familia está fundada sobre el matrimonio que es un acto libre y fiel de amor entre un hombre y una mujer. El amor fortalece su unión, les enseña a aceptar uno a otros como a un don. El matrimonio es la escuela del amor y de la fidelidad. Lamentamos que otras formas de convivencia se equiparan ahora con esta unión, y la visión de la paternidad y la maternidad como de especial vocación del hombre y de la mujer en el matrimonio, santificada por la tradición bíblica, se expulsa de la conciencia pública.


21. Hacemos un llamamiento a todos para respetar el derecho inalienable a la vida. Unos millones de bebés están privados de la propia posibilidad de aparecer a la luz. La sangre de los niños no nacidos pide a gritos a Dios que haga justicia. (Génesis 4, 10).


La divulgación de la así llamada eutanasia conduce al hecho de que los ancianos y enfermos comienzan a sentirse carga excesiva para su familia y la sociedad en conjunto.


Expresamos nuestra preocupación por el uso cada vez más extendido de las tecnologías biomédicas de reproducción, porque la manipulación de la vida humana es un ataque contra los fundamentos del ser de la persona creada a imagen de Dios. Consideramos que nuestro deber es hacer acordarse sobre la inmutabilidad de los principios morales cristianos, basados en el respeto por la dignidad de la persona que está destinada a la vida de acuerdo con el plan de su Creador.”


Análisis por Pedro Trevijano/ReL


Creo que este documento afirma unas verdades que conviene subrayar, en unos momentos en que en nombre de la ideología de género y de lo políticamente correcto se intenta combatir y destruir al matrimonio y a la familia.


Desde una óptica puramente biológica la naturaleza ha inventado la sexualidad para conservar la especie, pero esta realidad biológica adquiere forma humana en la comunidad de hombre y mujer. El misterio de la masculinidad y feminidad, los dos modos de ser de la persona humana, tiene que ver con la relación mutua, la reciprocidad sexual, el equilibrio afectivo, la comunión personal, para lo que se precisa una cierta diferencia, en la que la separación llama a la unidad y la unidad supone la separación que hace posible la comunicación y el lenguaje, pero que conlleva la unidad de naturaleza o de la carne. Las exigencias legítimas de la sexualidad, es decir la reciprocidad y la entrega mutua en armonía, se integran en un proceso de humanización. El matrimonio es una vocación que viene de Dios y es una institución necesaria para el amor de la pareja, aunque por supuesto no se puede reducir a puro ordenamiento jurídico.


El matrimonio ha sido a lo largo de los siglos uno de los más importantes factores de progreso de la humanidad, pues proporciona a los hijos el ambiente adecuado para su crianza, una estabilidad educativa y una formación que garantiza el crecimiento y desarrollo humano de nuestra sociedad. No nos olvidemos además que las dos grandes necesidades humanas son afecto y comida, y que la mayor parte de las personas resuelve la necesidad de afecto gracias a la unión matrimonial.


Pero el amor supone fidelidad. La fidelidad es indiscutiblemente un bien para el matrimonio y la familia, pero es un bien que hay que conquistar día a día, sin concesiones a la debilidad. Supone el respeto a la palabra dada y el convencimiento de que siempre que nos comprometemos a algo, y luego no lo cumplimos, provocamos sufrimiento. La infidelidad es lo contrario al amor, porque procede del engaño y provoca la desdicha.


No cabe duda de que la decisión de comprometerse “hasta que la muerte nos separe”, supone aceptar un elemento de incertidumbre y de riesgo. Pero el amor, y sobre todo el amor conyugal cristiano, impulsa a una entrega total, exclusiva y definitiva, reforzada por motivos religiosos. La fidelidad, curiosamente, supone un grado mayor de libertad, porque es menos libre una persona cuyo problema es engaño o no a mi cónyuge, que aquél que, porque ama, ni se le ocurre el adulterio.

 

En cuanto a las otras formas de convivencia, en el Nuevo Testamente san Pablo condena claramente toda relación sexual fuera del matrimonio legítimo: adulterio (1 Cor 6,9; Rom 2,22; 7,3; 13,9), incesto (1 Cor 5,1-13), homosexualidad (1 Cor 6,9; Rom 1,26-27), fornicación (1 Tes 4,3; Gal 5,19) y prostitución (1 Cor 6,12-20; 10,8). ¿Y qué vamos a decir del intento de sustituir las palabras, padre y madre, o papá y mamá por progenitor A y progenitor B? Como no me gusta generalmente escribir palabras gruesas, dejo que sean Vds. los que las pongan.


Sobre el aborto dos reflexiones. Como sacerdote me he tropezado con centenares de casos en las que las madres abortistas, y más raramente sus cómplices, estaban destrozados por lo que habían hecho. Mi tarea era pedirles, para rehacerse como personas, confiar en el perdón de Dios, que iban a recibir en la absolución y procurar pasar por este mundo haciendo el bien y defendiendo la vida. La otra es algo sucedido esta misma semana: el Comité de Derechos del Niño de la ONU ha pedido a Irlanda que apruebe el aborto libre. Desde luego uno siempre aprende cosas nuevas: el ser abortado es un derecho del feto o embrión. Y es que cuando nos apartamos de Cristo, nos volvemos siervos de Satanás. Aprovecho la ocasión para decir que desconfío radicalmente de la ONU y sus organismos afines, como Amnistía Internacional, defensora del aborto y de los titiriteros.


Por último sobre la eutanasia: está claro que estoy en contra. Si voy a un hospital, quiero que me curen, no que me asesinen.

Actuall.com - 10.12.2015

 

20151012iSelfie del Papa Francisco y los jóvenes.

 

Han pasado 1.000 días han pasado desde que aquel 13 de marzo de 2013 el cardenal Tauran anunciara desde el balcón de la Basílica de San Pedro la elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio como Papa, que eligió como nombre Francisco. Desde ese momento, el Pontífice ha sido un “torbellino” llevando a cabo una actividad frenética y convirtiéndose en un auténtico fenómeno de masas.

 

El Papa Francisco en 8 claves


1. Un Papa de las periferias y para las periferias. “La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo la geográficas, sino también las existenciales: las del misterio del pecado, del dolor, de la injusticia, de la ignorancia y las de toda miseria”. Esta es una de las frases que, sin duda, ha marcado el Pontificado de Francisco. Esta idea la ha manifestado en repetidas ocasiones y ha actuado en consecuencia. Le gusta rodearse y estar con los últimos de la sociedad, con los marginados, pobres y olvidados y tener gestos con ellos. Por ello, en su primera Semana Santa decidió acudir a una cárcel para lavar los pies a los presos.


2. Una Iglesia menos europea y más universal. Una de las grandes diferencias con sus predecesores es que aunque la Iglesia es universal era muy “eurocéntrica”. Ahora sus mensajes van destinados más las poblaciones de esas “periferias”, algo que también se ha demostrado en sus viajes. Sus destinos han sido países pobres o en vías de desarrollo como su reciente viaje a África o sus estancias en Filipinas, Corea, Jordania, Cuba, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay, Sri Lanka, Turquía o Bosnia, entre otros. Fue a EEUU porque allí estaba convocado el Encuentro Mundial de las Familias y a Francia para dar un discurso en Estrasburgo.


Además, su primera salida de Roma fue precisamente a Lampedusa, la tristemente conocida isla a la que llegan cada año cientos de cuerpos de inmigrantes que intentan alcanzar Europa.


3. Empeñado en reformar la Curia. Francisco ha repetido muchas veces que los cardenales le eligieron Papa para que hiciera las ansiadas reformas en la Curia. Para ello, el conocido como G-8, un grupo de cardenales elegidos por él, han analizado la situación para proceder a unos cambios que ya se están dando para así eliminar la enorme burocracia creando dicasterios y fusionando otros. Al igual que le ocurrió a Benedicto XVI, no lo está teniendo fácil para acometer estos cambios y el Papa ya ha sido víctima de un nuevo Vatileaks con el robo de documentos reservados sobre estas reformas.


4. La batalla del Sínodo de la Familia. El Papa siempre ha apostado por la “parresía”, es decir, hablar claro. Para eso convocó dos Sínodos, uno ordinario y otro extraordinario, sobre la Familia. En ellos el Papa quería escuchar las posturas y se encontró con dos bandos complemente enfrentados. Por un lado los que pretendían defender la doctrina tradicional y por otro los que querían destruir lo que se había hecho hasta ahora inoculando el relativismo moral en las raíces de la Iglesia. Una batalla que se ha alargado en el tiempo y que ha tenido un gran eco mediático. Finalmente, la tradición venció la batalla.


5. Un colegio cardenalicio muy distinto. Durante su Pontificado ha creado ya 39 cardenales aunque también en este aspecto se han visto también los nuevos rumbos del Papa. Los purpurados que representan a la Iglesia son más diversos y ha disminuido el número de europeos y ha dejado sin el capelo a sedes tradicionalmente importantes mientras ha premiado a otras diócesis de las llamadas “periferias”. Así, ha creado cardenales a arzobispos de países como Haití, Tonga, Burkina Faso, Cabo Verde, Nicaragua, Vietnam o Etiopía. Mientras tanto, tres han sido españoles, el emérito Fernando Sebastián, Ricardo Blázquez (Valladolid) y José Luis Lacunza (arzobispo de David, Panamá).


6. Dos encíclicas firmadas de su mano. En el aspecto más magisterial, Francisco ha escrito en estos 1.000 días dos encíclicas. La primera de ellas, Lumen Fidei (La luz de la fe), fue firmada cuatro meses después de ser elegido Pontífice y aprovechó el texto realizado por Benedicto XVI añadiendo algunas consideraciones. La segunda, completamente propia, la tituló Laudatio si (Alabado seas) y está centrada en el cuidado del planeta tierra, parte importante de la obra creadora de Dios.


7. El Papa de la misericordia. Esta es otra de las palabras que más ha utilizado Francisco durante sus intervenciones. De hecho, aparece en casi todas. Así, cabe recordar una de estas citas cuando el Papa en una entrevista dijo: “La misericordia cambia el mundo, hace al mundo menos frío y más justo. El rostro de Dios es el rostro de la misericordia, que siempre tiene paciencia. […] Dios nunca se cansa de perdonarnos”.


Es tan importante para él que se conozca esto que ha convocado precisamente el Año Jubileo de la Misericordia (Leer también: 20 Tips sobre la misericordia) que comenzó el 8 de diciembre y que tendrá en el sacramento de la confesión su punto fuerte. Destaca el hecho de que durante este año santo se permitirá a todos los sacerdotes poder perdonar pecados como el del aborto, potestad reservada hasta ahora a los presbíteros designados por el obispo del lugar.


8. Un estilo sencillo que le ha convertido en un fenómeno de masas. Si hay un hecho que destaca del Pontificado de Francisco es haber conseguido acercar la Iglesia a los alejados puesto que su estilo sencillo pero directo, sus formas amigables y su frenética actividad le han convertido en un fenómeno mediático que ha levantado simpatía en todos los sectores, tanto dentro como fuera de la Iglesia Católica.

 

 

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