Por qué tus hijos necesitan tus abrazos aunque digan lo contrario

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El afecto de los padres protege a los niños de diferentes maneras.

Más o menos cuando cumplió 7 años, Liam, mi hijo mayor, empezó a limpiarse los besos que le daba. A cambio, yo le daba el doble más de besos y le fastidiaba bromeando al decirle que me colaría en su habitación de noche y le cubriría de besos mientras dormía. Él protestaba ruidosamente… con la sonrisa más grande que tenía en su rostro.

Mi hija mayor hace poco que ha entrado en la adolescencia, ya no da ni recibe abrazos, sino que simplemente los tolera. Al principio, me sentí herida por su falta de afecto, porque ella siempre ha sido muy cariñosa y siempre hemos tenido una relación muy cercana. De hecho, hasta empecé a reprimir mis impulsos de abrazarla. Pero entonces me acordé de Liam y de su falso odio a los besos y recordé mi propia adolescencia, cuando lo único que quería más que nada en el mundo era sentirme amada y segura, así que supe que retirar mis afectos no era el paso correcto.

Una publicación reciente en ThriveGlobal reunió los resultados de varios estudios sobre la forma en que el afecto parental influía el desarrollo del niño, desde la infancia hasta bien entrada la adultez. Había dos estudios que me llamaron la atención, por relevantes en mis actuales contrariedades con la adolescencia, porque se centraban menos en el afecto durante la primera infancia y más en el afecto general a lo largo de toda la infancia y juventud de una persona… y explicaban que el cariño parental clasificado como “extravagante” daba como resultado niños que luego eran adultos menos estresados, menos deprimidos y más compasivos.

Luego, un estudio de 2013 de la Universidad de California en Los Ángeles demostró que el amor y el afecto incondicionales de los padres pueden hacer que los niños estén emocionalmente más felices y menos estresados. Esto sucede porque su cerebro de hecho cambia como resultado de ese afecto.

Por otro lado, el impacto negativo de los abusos, maltratos y falta de cariño afecta a los niños tanto mental como físicamente. Esto puede desembocar en todo tipo de problemas de salud física y emocional a lo largo de sus vidas. Lo verdaderamente fascinante es que los médicos piensan que el afecto parental puede proteger a los individuos de los efectos dañinos del estrés infantil.

Además, en 2015, un estudio de la Universidad de Notre Dame mostró que los niños que reciben afecto de sus padres son más felices como adultos. Se encuestó a más de 600 adultos sobre cómo se criaron, incluyendo cuánto afecto físico recibieron.

Los adultos que informaron de haber recibido más cariño en la infancia mostraban menos depresión y ansiedad y, en general, eran más compasivos. Quienes reportaron menos afecto, tenían problemas de salud mental, tendían a estar más incómodos en situaciones sociales y eran menos capaces de empatizar con las perspectivas de otras personas.

A mí todo esto me parece bastante intuitivo, además de una razón añadida para seguir abrazando a mi recalcitrante adolescente. Ojalá pudiera decirles que seguí abrazando y besando a mis hijos incluso cuando actuaban como si quisieran alejarse de mí y que han resultado ser los adultos mejor adaptados y más humanamente edificantes de la historia de este milenio, pero no puedo.

Todo lo que puedo decirles es que siguen quejándose por mis abrazos, aunque también siguen manteniéndose muy cerca de mí y no dicen nada hasta que les abrazo. Y eso sí, puede que protesten, pero también se inclinan hacia mí y se relajan.

Para mí, es prueba suficiente de que los niños necesitan abrazos independientemente de que ellos piensen que no… como yo pensaba con su edad.

*Por Calah Alexander, publicado bajo la alianza Aleteia.org y LaFamilia.info

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