Alianza LaFamilia.info y el Instituto de la Familia – 13.10.2015
Foto: Pixabay
A los hijos no hay que enseñarles a ser adolescentes, ellos lo son con total naturalidad. Son los adultos quienes tienen que aprender a ser padres de sus hijos adolescentes.
En términos simples la pubertad es un estadio de madurez, determinado más por los cambios físicos y biológicos que por los psíquicos o intelectivos.
Un incremento acelerado en peso y talla, manifestaciones corporales que diferencian claramente a las niñas de los niños, la menarquía o primera menstruación en las niñas, entre otros datos de orden biofísico, llaman tanto la atención de los padres, que pasan por alto la ocurrencia de otros cambios también muy dignos de ser tenidos en cuenta.
Con frecuencia se escucha a padres de familia que con cierta perplejidad, y más o menos alarmados, afirman que los niños de hoy maduran mucho más rápido que los de hace dos o tres décadas. ¿Esto, se preguntan, es ventajoso o inconveniente? La repuesta, como todo lo que atañe al ser humano, no es simple.
Cuatro o cinco décadas de lo que en un primer momento se llamó “estimulación precoz” y después “estimulación temprana”, es tiempo suficiente para sacar conclusiones, así sean parciales, sobre planteamientos educativos, estilos de vida y sistemas terapéuticos fundamentados en un supuesto discutible: la vida normal y corriente no ofrece a una criatura en desarrollo, desde el seno materno hasta la plena madurez biológica, un estímulo suficiente para su óptimo despliegue individual.
Por tanto, deben contemplarse procesos adicionales que no solo garanticen un pleno desarrollo, sino también una potenciación de cualidades y destrezas que de otra forma no surgirán.
Padres, educadores, legisladores y la sociedad en general contemplan desconcertados un número creciente de fenómenos, que son fuertemente influenciados por el cúmulo de estímulos responsables de eso que podría denominarse “madurez potenciada”.
La actividad sexual precoz y todo lo que ella lleva aparejado; la búsqueda de estímulos y sensaciones fuertes; la hiperactividad como remedio al tedio y la ‘desprogramación; un gusto inmoderado por el ruido, el rechazo de los pares y una muy temprana aparición del estrés, etc., etc… Nada para qué alarmarse, pues lo que tenemos frente a sí es la llegada de la pubertad de los hijos.
Una etapa preciosa de inocencia que se abre a una primera floración, llena de expectativas y sueños ingenuos que no conocen de fracasos ni frustraciones. Una etapa maravillosa del desarrollo, llena de promesas y potencialidades futuras y con realidades muy gratificantes en el presente.
Los púberes hoy son, hombres y mujeres, una muy apetecible población de “caperucitas rojas” a la que muchos padres ingenuamente envían a un bosque pletórico de riesgos, sin mayores recursos, con casi ningún acompañamiento y con una premisa falsa: ellos tienen que ser personas de su tiempo, sin desentonar, ni parecer raros.
Paternidad y maternidad: realidades dinámicas
Así es. Son dinámicas porque deben adaptarse a los requerimientos de cada estadio de maduración de los hijos. Los padres deben ser conscientes de su responsabilidad protagónica para que asuman el papel que les corresponde y dejen de lado el desconcierto, la falta de confianza en sí mismos y la pasividad.
Aquí, algunas características básicas de unos buenos padres en la etapa de la pubertad.
1. De cara a sus hijos, no sea un padre o una madre perpleja o desconcertada. De aquellos que permanentemente se quejan porque “estos son tiempos difíciles” o es que “a los niños de hoy no hay quién los entienda”… “las nuevas generaciones manejan mucho mejor que sus progenitores las tecnologías del momento y por eso nos ven como incompetentes”…
El que usted no tenga una cuenta en Facebook o desconozca las ‘bondades’ de un teléfono inteligente no lo convierte en un mal padre o le resta autoridad frente a su hijo. En cambio, su inseguridad, su falta de firmeza y la baja percepción que tiene de sí mismo, si lo convierte frente a sus hijos en un perdedor, más digno de consideración que de respeto.
2. En la crianza y educación de sus hijos, en todas las edades, pero sobre todo en la adolescencia, usted es quien propone, establece normas, sustenta principios y valores y configura una recta conciencia en sus hijos. Así, cuando ellos escuchen otras propuestas, mejores o peores, ya tendrán una pauta evaluativa que les será de mucho valor a la hora de las decisiones.
3. La pubertad es una etapa de gran sensibilidad. Lo que antes pasaba desapercibido, ahora llama poderosamente la atención. Aproveche esta maravillosa coyuntura para atraer a su hijo hacia lo bello, lo noble, lo honesto, lo justo, lo sublime. Enamórelo del bien en todas sus manifestaciones y, después, él sabrá buscarlo, distinguirlo y preferirlo en todas las circunstancias de su vida.
4. No dé menos de lo que exige. Haga de su hijo un luchador, dispuesto a pagar el costo de sus sueños a partir de su ejemplo, su dedicación, su honorabilidad y su optimismo, sin claudicaciones. Los púberes aman las gestas heroicas. Presente a su hijo un héroe con rostro humano.
5. Muéstrele, en términos prácticos, que la realidad supera a la fantasía y que es mejor vivir la propia vida que las ajenas en un escenario virtual.
6. Aléjelo del ensimismamiento, el encierro dentro del ámbito familiar y la pasividad de su propia habitación. El deporte, los amigos y la interacción con otros miembros de la familia, serán de gran ayuda para desplegar su cada vez mayor potencial físico y afectivo.
La rebeldía excesiva, el negativismo y los malos resultados escolares, son signos de alarma que reclaman de los padres cercanía, control y autoridad amorosa pero firme.
Ayúdelo a conocer e interpretar ese maravilloso mundo nuevo de sensaciones, impulsos, sentimientos y aspiraciones que empiezan a surgir en su cuerpo y en su mente.
Artículo editado para LaFamilia.info. Tomado de Apuntes de Familia, edición 13-09/11. Autores: Álvaro Sierra Londoño y Andrés Cano. Docentes Instituto de la Familia. Universidad de La Sabana.