Por Rolando González / Semana.com – 20.10.2022
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Recientemente conté mi historia personal con los vaporizadores, cigarrillos electrónicos, o narguiles y de cómo su uso cotidiano casi me lleva a la muerte.
Soy padre de una pequeña de apenas un año y medio, por ella y por todos los niños y adolescentes me siento en la obligación de hablar respecto a los peligros de ciertas actividades que son aceptables socialmente. Así mismo, desde mi rol como padre de familia y ex-consumidor de vapeadores, debo trabajar para que las nuevas generaciones no caigan en la trampa mortal del “vapeo”.
Conocí estos dispositivos en el año 2017, cuando decidí dejar el cigarrillo convencional, poco después de ello, un amigo me regaló un vapeador y fui seducido por la propaganda tan sugestiva que las marcas hacen al indicar que es el mecanismo más fácil de dejar la ansiedad por fumar.
Como su nombre lo indica, este tipo de dispositivos no generan humo sino vapor; algunos los ofrecen sin nicotina o dan la opción para escoger que nivel de nicotina se desea, también se encuentran con sabores frutales, aromáticos e incluso a bebidas. Su sensación refrescante en cada calada (bocanada de humo) y la aceptación social de estos artefactos, hacen el camino idóneo para convivir con ellos. Pero no todo lo que brilla es oro, ya que detrás de esos aspectos, se esconde un gran riesgo para nuestra salud, incluso desde edades tempranas.
¿Por qué los riesgos? Primero, nuestra mente piensa que estamos dejando el hábito del cigarrillo y socialmente es aceptado así; muy seguramente si hoy alguien regala un vaporizador, es posible que se tome de forma positiva, diferente a si te dan una cajetilla o paca de cigarrillo. Pero la realidad es diferente a todo este marketing prodigioso que las industrias dedicadas a este negocio venden en los comerciales. El cuerpo humano se está envenenando de forma diferente y la carga que le hacemos a nuestro sistema respiratorio es muy dañino, no importa la edad que se tenga.
Segundo, las empresas dedicadas a su producción y comercialización abundan en centros comerciales, cadenas de tiendas convencionales e internet. Reitero, para seducir incluyen la idea que sirven para parar de fumar, lo que hacen es enganchar a las nuevas generaciones en este nuevo vicio. Tenemos miles de jóvenes que desde los 14 años creyendo que no están consumiendo lo mismo que sus padres o abuelos, hábilmente, aducen que el vaporizador no genera cáncer, no tiene nicotina, no es amargo, es rico y no da la sensación de sequedad o flema como lo daba el cigarrillo, entre otros miles de “maravillas”.
Estas compañías multinacionales están creando consumidores a futuro, ya que los jóvenes empiezan a generar el ‘gustico’ por este tipo de actividades y cuando sean más adultos ya tendrán una adicción, la cual puede desembocar en problemas respiratorios como el EPOC e incluso en cáncer de garganta y pulmón.
La industria ha encontrado el discurso perfecto: por un lado, cumplen la normatividad mostrando una cajetilla con leyendas y fotos de pulmones destruidos y dañados por el cigarrillo; pero por otro, se lucran de un negocio silencioso y redondo como es el vapeador. Dependiendo del tamaño del dispositivo, -algunos incluso son desechables- aguantan hasta 300 y 600 caladas dependiendo del tanque, lo que equivale a consumir 3 – 5 cajetillas de cigarrillo, convirtiéndose en un boleto sin retorno.
Tercero, estas empresas tienen muy poco interés en aceptar su responsabilidad social en materia de salud pública. La regulación actual es mínima, no solamente es en Colombia sino en todas partes del mundo. Lo increíble es que este nicho del mercado parece tener muchos defensores interesados en mantener el negocio vigente, alegando que los políticos y los gobiernos, estamos invadiendo la esfera privada del ciudadano. Aunque el DANE, solo ha evidenciado que el 5 % de la población entre 12 y 65 años han usado vapeadores o cigarrillos electrónicos, en las calles la estadística se queda corta para la realidad que vemos en universidades, sitios de rumba, conciertos e incluso en el ámbito laboral.
Muchos pensarán que es una exageración, o que no se puede generalizar un caso particular; como con toda sustancia, insinúan que si se consume en cantidades reguladas, ¡nada pasará! Pues les quiero decir que es ¡falso!, y, voy a demostrar el porqué. Gracias a la historia que conté, muchos médicos y expertos me han expuesto los riesgos: llamó mi atención uno de estos denominado propilenglicol.
Resulta y sucede que en los vaporizadores actuales, lo que se inhala y donde está disuelta la esencia, cuando se hacen las caladas, se llama propilenglicol, basta con entrar a google y detallar que es un petroquímico que se emplea como disolvente y en otros tipos de uso industrial. El propilenglicol va en la capsula con el saborizante que al calentarse a alta temperatura y en fracción de segundos se vuelve enorme cantidades de vapor. Consecuencia de ello, se descompone en moléculas minúsculas que son altamente cancerígenas y tóxicas, al hacer la calada, ingresan al cuerpo humano a través de los pulmones.
La absorción del propilenglicol es muy rápida, llega a los alveolos, de ahí es transportado a través de la sangre hasta el corazón y el cerebro, tampoco se metaboliza en el hígado. Ojo, he aquí el peligro!, el vapeador al no contar con un filtro para retener las partículas, ni tampoco nuestros pulmones; entonces, empiezan a sobre producir cantidades de mucosa para atrapar las partículas y es allí, cuando empiezan los problemas y complicaciones respiratorias.
El propilenglicol, al ser un derivado del petróleo, irrita la mucosa de los pulmones, generando la histamina, una sustancia de nuestro cuerpo que hace que los pulmones, tráquea, laringe, garganta y boca se inflamen para hacer una barrera física en contra de algo nocivo que ingresa al cuerpo. Entonces, cuando se inhala el vaporizador de forma frecuente, se dispara la histamina y se produce la obstrucción de las vías respiratoria altas (como la que me ocurrió), e incluso en las vías bajas que puede causar infarto, ya que al bajar la saturación conlleva a una cianosis o muerte de las células por falta de oxígeno.
Nada de esto lo sabía, como seguramente ustedes tampoco. Solamente, me desperté en un hospital casi al borde de la muerte por el uso de vapeadores desechables. Por eso, seré un defensor de la vida de nuestros jóvenes, los invito a dejar de inhalar estos vaporizadores y a través de un proyecto de acuerdo que estoy promoviendo en el cabildo distrital, podremos generar conciencia colectiva para que la Secretaria Distrital de Salud, tome medidas más drásticas y que estas sustancias no generen una nueva y peligrosa adicción, como es pasar de consumir humo a consumir vapor.
Se requiere que este tipo de productos no se venda como un alivio o solución a fumar cigarrillo. Pero más allá de ello, debemos limitar la oferta, distribución y expendio de vaporizadores en aquellos sitios de fácil acceso para los adolescentes y jóvenes, para ello impulsaremos la creación de zonas libre de vapor en Bogotá, como en eventos, espectáculos públicos y establecimientos de entretenimiento. Al mismo tiempo, propondré que se elimine su publicidad, promoción o patrocinio de este tipo de eventos. Hago un llamado a padres de familia y directivas de colegios para que conjuntamente visibilicemos estos aspectos. La tarea apenas comienza.
*Publicado en Semana.com
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