7 Situaciones en las que los niños se comportan igual que los adultos

Susana Ariza, Blog Familia en Construcción – 09.02.2015

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Muchas veces existe el riesgo de tratar a los hijos como si fueran robots y esto puede convertirse en un arma de doble filo.

Así como los mayores, los niños tienen días buenos y algunos no tan buenos en función de diversas circunstancias, fisiológicas, físicas o psicológicas. No podemos subestimarles sólo porque son niños.

 

Por eso, este artículo de Susana Ariza autora del Blog Familia en Construcción, nos hará caer en cuenta de tantas situaciones que los adultos nos comportamos como niños, sólo que les tratamos diferente por ser pequeños. Estas reflexiones nos pueden ayudar a comprenderlos mejor.

 

1. Cuando están cansados se enfadan más fácilmente

 

Para empezar, algo tan sencillo como el sueño, que puede afectar a los adultos de modo muy negativo, en los niños provoca también sensaciones de irascibilidad o irritabilidad que hay que tener en cuenta a la hora de ser exigentes con ellos. No es lo mismo el comportamiento de un niño cuando se levanta un sábado y se sienta a jugar, que un jueves que llega cansado del colegio a las cinco de la tarde.

 

2. El hambre también puede provocarles mal humor

 

Como otra necesidad fisiológica que es, ese malestar físico puede ser también origen de susceptibilidades o momentos de irritación que, como padres, debemos tener en cuenta. Evidentemente, eso no significa que nuestros hijos se hayan de convertir en pequeños tiranos del ´aquí y ahora´ o que debamos siempre ir con un trozo de pan en el bolso para evitar esos momentos de tensión -claro que es bueno que, a la hora de comer, sean capaces de permanecer sentados unos minutos mientras su madre les prepara una tortilla, sin necesidad de picar algo entretanto-; pero sí que habrá que tener más paciencia con ellos si el domingo se nos viene encima la hora de comer y a las dos y media de la tarde siguen sin probar bocado, teniendo en cuenta -por ejemplo- que el resto de la semana, a esas horas ya casi han terminado de hacer la digestión…

 

3. Casi siempre encuentran algo mejor que hacer en el momento de irse a la cama

 

A la mayoría de los adultos nos pasa lo mismo. Nos cuesta irnos a dormir. Siempre hay mil cosas mejores que hacer que meternos en la cama y cerrar los ojos, teniendo la sensación de que no hacemos nada. Nosotros, como adultos que somos, sabemos que eso no es exactamente así, pero para un niño es lógico que no tenga mucho sentido ponerse a dormir pudiendo jugar con sus muñecos o charlar con su hermano y compañero de habitación. Por eso, hay que tratar de ser firmes a la hora de acostarles, pero también comprensivos. Quizás sea mejor acostarles con margen de tiempo para que ellos mismos vayan cogiendo el sueño, que tener una bronca porque vamos viendo el reloj y no dejamos de oír voces en la habitación.

 

4. No les gusta que les interrumpan

 

A menudo, corregimos a nuestros hijos porque nos interrumpen. Nos parece importante enseñarles a respetar las conversaciones o actividades ajenas. Sabemos lo molesto que es que alguien irrumpa en un diálogo cortándolo sin ningún respeto. Sin embargo, muchas veces caemos en hacer lo mismo a la inversa sin ningún tipo de tacto. Por ejemplo, estamos en un cumple y nos acercamos a nuestro hija que está sentada dibujando en un cuadernito que le acaba de prestar la anfitriona de la fiesta y le decimos: «gordita, hora de irse, vámonos, despídete…». Así, sin más. De golpe y porrazo. La niña, que acaba de empezar su garabato, apenas levanta la vista del papel y, cuando oye que insistimos, empieza a protestar. ¿No es más fácil pensar unos segundos, observar, y decirle a nuestra niña que nos vamos a ir en breve, que cuando acabe su dibujo nos iremos a despedir de sus amigos? De ese modo, es muy probable que la reacción sea mucho más razonable y podamos marcharnos de la fiesta sin necesidad de tener una bronca.

 

5. Funcionan mejor con alabanzas que con gritos

 

Es un dato evidente. No en vano, existe un refrán popular que dice que «más se consigue con miel que con hiel». Todos funcionamos mejor en positivo, los peques también. Por eso, es mejor que ese sea siempre nuestro primer recurso.

 

6. Les cuesta pedir perdón

 

Es cierto que los niños son mucho más humildes y sencillos de corazón que los adultos, que tienen mucha más facilidad para reponerse de un enfado o de una bronca. Cuántas veces reñimos a nuestros hijos y, segundos después, les oímos gritando: «¡mira, mamá, voy a dar un salto!», como si no hubiera pasado nada. Pero, obviamente, tampoco les entusiasma plantarse delante de alguien a reconocer un error. Hay que enseñarles a ser humildes, pero predicando con el ejemplo, siendo nosotros los primeros que tengamos el coraje de conocer nuestros defectos, pedir perdón y rectificar.

 

7. No soportan que llegue el lunes, suelen sufrir ´depresión post vacacional´ y también se les pegan las sábanas cuando suena el despertador

 

Y es que, insisto, no son autómatas, son personas. Les gusta el ocio, jugar, no hacer nada, pasarlo bien, que nadie les imponga un orden y un horario. No es que no lo necesiten, pero les gusta torearlo. Igual que los adultos preferimos que sea jueves antes que domingo por la tarde y nos entra una leve depresión cuando termina un puente de tres días, a los peques también les gustaría pasarse el día en casa y no tener que ir al colegio, y también odian madrugar (normalmente, esto de que se les peguen las sábanas les ocurre solo cuando es lunes o martes; en cambio, basta que sepan que es sábado y no hay cole para que con un único salto logren bajarse de la cama, atravesar el pasillo y caer directamente junto a nuestra almohada…).

 

«Así que, lo dicho, tengamos -dentro de la disciplina y el orden- un poquito de paciencia. Aunque solo sea la misma dosis de paciencia que acostumbramos a tener con nosotros mismos.» Puntualiza la autora.

 

Autor: Susana Ariza, Blog Familia en construcción – ReL

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