Interaxiongroup – 07.12.2018
Foto: Freepik
Hablar por teléfono con las amigas. Revisar el mail. Contestar mensajes de WhatsApp. Leer los titulares del periódico. Dar un vistazo al timeline de Twitter. Confirmar la compra de zapatos por Amazon. Todo, al mismo tiempo.
Todo, mientras nos ocupamos de cuidar a nuestros hijos pequeños.
Desde que la proliferación de los Smartphone se convirtió en invasión, y la invasión los convirtió después en artículos normales de la vida cotidiana, mucho se ha hablado sobre la preocupación que suscita la presencia de estos aparatos en la vida de los más jóvenes. Esta inquietud es lógica, porque es evidente que puede acarrear consecuencias en el desarrollo de la atención infantil, en los hábitos de los niños, etcétera.
Pero, ¿y los adultos? ¿Y los padres que dividen la atención entre su pantalla y sus hijos?
Desde hace años, algunos expertos vienen estudiando el proceso llamado “atención parcial continua”. Fundamentalmente, se trata del esfuerzo mental que se hace para prestar atención simultánea y continuada a la información que nos llega desde múltiples lugares, sin ser capaz de cortar con ninguna de esas fuentes.
Este fenómeno es diverso del llamado multitasking, porque éste último está directamente ligado al deseo de ser más productivo. La “atención parcial continua”, en cambio, está vinculada al deseo –generalmente automático, inconsciente– de estar siempre conectado, de no renunciar a ningún estímulo. En una palabra, de no perderse de nada.
Se ha escrito mucho sobre las consecuencias que trae para las personas esta atención segmentada: un estilo de vida más estresante, sentirse ansioso, superado, insatisfecho. Pero hasta ahora se ha insistido poco en los posibles efectos que puede acarrear en la relación de los padres con los hijos más pequeños.
El primer riesgo, casi el más evidente, es la posibilidad de que los chicos se hagan daño cuando sus padres no les prestan atención: de hecho, algunos estudios ponen en relación directa el uso del Smartphone por parte de los padres con las lesiones y huesos rotos de los niños.
Otro de los impactos que está teniendo el uso de las pantallas por parte de los adultos es la falta de disposición que pueden tener para entablar conversaciones con sus hijos. Otras investigaciones apuntan que un padre distraído puede influir negativamente en el enriquecimiento lingüístico de su bebé.
Un estudio midió el impacto que tenía el uso del celular de las madres mientras le enseñan a hablar a sus hijos menores de dos años: los bebés que recibían toda la atención aprendían más fácilmente palabras nuevas. En cambio, si la madre interrumpía la interacción con su bebé para responder a una llamada telefónica, el niño tenía dificultad en aprender las palabras que se le estaban enseñando.
Evidentemente, prestar atención parcial a los hijos de modo ocasional no es algo catastrófico. De hecho, puede ser beneficioso para ayudarles a forjar su carácter, para evitar que se muevan a base de caprichos y para enseñarles a pedir las cosas educadamente. No hay ningún problema en decirle a los niños que vayan fuera a jugar, o en pedirles que nos dejen media hora libre para terminar un trabajo pendiente. El problema es el efecto que se produce cuando estamos físicamente presentes, pero mentalmente ausentes o divididos.
Además, cuando la distracción se hace crónica, los efectos perjudiciales son evidentes: además de los ya mencionados, también se ha incrementado el índice de irritabilidad. Una madre que se enoja con su hijo porque le interrumpe mientras mira Instagram: no hace falta explicar demasiado para descubrir que algo puede estar fallando.
¿Qué tanta atención ponemos cuando pasamos tiempo de calidad con nuestros hijos? ¿Son realmente el centro de atención, o los hacemos competir con Gmail?
Afortunadamente, la solución está al alcance de la mano: hacer un pequeño esfuerzo por cortar todo lo que disperse nuestra atención cuando son los más pequeños los que la demandan.
*Publicado originalmente por www.interaxiongroup.org