Premiar a los hijos, aplicando virtudes y valores humanos

Francisco Gras – 17.05.2010
 

Los premios que dan los padres cuando educan bien a los hijos, no son recompensas como las que se otorgan en rifas, sorteos o concursos.

Son regalos, galardones o pagos por méritos realizados o como consolación por haber visto frustradas sus esperanzas.

Los padres tienen que tener la misma vara para medir las correcciones, que para medir los premios y administrar la justicia con la misma intensidad, a la hora de castigar y a la de premiar. No pueden olvidarse que tienen la irrenunciable responsabilidad de decidir cuándo, cuánto, cómo y dónde premiar y corregir, pero también de responder ante la familia y la sociedad de lo realizado.

A todos nos gusta que nos premien, sobre todo si ha sido prometido o si el premio corresponde un esfuerzo extraordinario, máxime si está hecho altruistamente. Pero los premios dados a los hijos, no deben ser para tapar la culpabilidad de un mal comportamiento, hecho por algunos padres para con sus hijos, ni como pago del chantaje que los hijos hacen para portarse bien, estudiar mejor o cumplir con las obligaciones familiares que les corresponden. Los premios deben ser utilizados, para aumentar la autoestima de los hijos y como compensación o recompensa de los esfuerzos que han realizado, teniendo que tener siempre, un equilibrio entre los premios y los castigos.

Los premios tienen que ser acordes con la edad, la capacidad de hacer lo que ha realizado, los objetivos propuestos, las circunstancias y su dificultades o facilidades, la situación familiar y el entorno social en el que se desenvuelven, etc. Cada hijo es diferente y no existe una regla general para los premios, pero utilizando las virtudes y valores humanos para premiar, siempre se obtendrán los mejores resultados en la educación de los hijos.

Tienen que servir para practicar y fomentar principalmente las virtudes y valores humanos, de la fortaleza y de la caridad. Ambas virtudes, no tienen premios visibles, pero producen la satisfacción del deber cumplido, en los padres y en los hijos.

Los injustificados o excesivos premios que algunos padres dan a sus hijos, les fomentan los caprichos, el egoísmo y la creencia de que todo se merecen, sin tener que hacer ningún esfuerzo, lo que origina muchas veces, el principio de los chantajes emocionales y la disminución del nivel de autoridad paternal.

Es muy perjudicial para la credibilidad y autoridad de los padres, prometer y no cumplir. Si se promete un premio o un castigo, debe ser realizado, en ambos casos con la misma prontitud, cantidad y calidad., manteniendo un equilibrio entre ambas situaciones.

Los padres tienen que tener firmeza y consistencia con sus palabras dadas, acciones y actitudes y cumplir los compromisos acordados, procurando no acostarse nunca sin haber arreglado con los hijos las promesas hechas, tanto de premios, como de castigos.

Para los padres es muy difícil equilibrar su debilidad o fortaleza, con la cantidad de consentimiento permitido con los hijos, que pudiera crear un concepto de petición sistemática de premios, por todas las cosas que deben hacer. La valoración de los premios en función de las obligaciones, exigencias, responsabilidades, derechos, facultades, voluntariedades, etc., pero vale la pena luchar para hacerlo bien, pues los hijos se merecen todo, máxime a la hora de premiar justamente.

La educación de los hijos en las virtudes y valores humanos puede y debe estar acompañada, de premios razonables, que alimenten las ganas de conseguir los objetivos previstos de buena formación, para ello los padres deben consultar la forma de hacerlo a los sacerdotes, pastores, rabinos o imanes que son las personas que mejor conocen la forma de hacerlo.

 

10 Clases de premios

1. Los premios afectivos expresados con acciones amorosas, suelen ser los que más aprecian los hijos y los que mejores recuerdos les dejan. Un gran abrazo o beso, con efusión por los logros alcanzados, un guiño de ojo de complicidad, un “tú, sí lo has podido”.

2. Los premios dados anónimamente, a personas que necesitan recibirlos, porque no tienen quien se los de.

3. Los premios dados para sobornar, en casos de divorcios y conseguir atraer y dominar las voluntades de los hijos, ante las relaciones prohibidas o irregulares de los padres. Premios dados para ocultar las cosas mal hechas.

4. Los premios imprevistos que se originan por actitudes y comportamientos adecuados, en situaciones inesperadas o espontáneas.

5. Los premios injustificados, desproporcionados, insultantes, etc. que no han sido soportados por ningún esfuerzo, y que sirven solamente para demostrar o aumentar, el poder del donante y en muchos casos, humillar al que los tiene que recibir.

6. Los premios liberadores de tareas, obligaciones o promesas, que son desagradables para los hijos.

7. Los premios materiales adecuados a las preferencias de los hijos, habiéndolas estudiado previamente, para aumentar el placer de recibirlos, pero siempre de acuerdo con la importancia de los hechos premiados. Tan malo es pasarse, como quedarse cortos.

8. Los premios para aumentar la autonomía, independencia, libertad, etc. de los hijos, ganados por la mayor sensatez y madurez de comportamiento familiar, social y escolar. Suelen estar relacionados con los horarios de entrada y salida de la casa, facilidades de uso del automóvil, teléfonos privados, etc.

9. Los premios pequeños, pero continuos, por motivos insignificantes de actos sencillos, voluntariamente realizados fuera de las obligaciones cotidianas, pero que mal educan a los hijos a hacer todo, en función de recibir premios.

10. Los premios previstos, pactados de antemano para cumplir objetivos reales y alcanzables, que lógicamente deben ser proporcionales a su cumplimiento y calidad de los objetivos, para evitar en su caso las frustraciones.

 

10 Formas de premiar y obtener buenos resultados

1. Premiar con alegría, que se note claramente que el que premia, está más contento que el premiado.

2. Premiar con amabilidad, demostrando un trato benévolo con sencillez, cariño y simpatía, evitando la frialdad o antipatía.

3. Premiar con la amistad incluso a personas desconocidas, que han hecho un bien a la familia o a la sociedad, demostrándoles un gran afecto y procurando su bien.

4. Premiar con amor, correspondiendo al amor recibido y haciéndolo con mucho cariño, intensidad y desinterés y en su caso, sin importar la indiferencia, el odio o el desprecio recibido.

5. Premiar con equidad, de forma que haya justicia, imparcialidad, y equilibrio entre el premio dado y la acción premiada, tratando de evitar el desequilibrio negativo, para terceras personas.

6. Premiar con ética, en función de los dictados de la conciencia, pues las malas conductas o acciones, nunca deben ser premiadas por muy difíciles que hayan sido de cumplir.

7. Premiar con generosidad y magnanimidad, pero sin derroches ni despilfarros, evitando la tacañería, el egoísmo o los aviesos intereses de quien premia.

8. Premiar con humildad para que no sirva de presunción al que da y sea solamente, como prueba o reconocimiento del acto realizado.

9. Premiar con igualdad, equidad, justicia e imparcialidad, en proporción a los meritos adquiridos, para evitar las envidias por favoritismos.

10. Premiar con justicia, honestidad y ecuanimidad, desechando la arbitrariedad y los caprichos.

 

Colaboración de Francisco Gras (Escuela para padres – micumbre.com) para LaFamilia.info

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