Muchos niños y adolescentes están sufriendo una nueva forma de acoso que consiste en el temor a ser rechazados por el grupo porque no van a la última, porque no visten ciertas marcas o no tienen el iPhone de ultimísima generación.
A ese miedo a sentirse excluido por no dar la talla en un ambiente hiperconsumista, los ingleses le llaman “brand bullying”.
El fenómeno ha sido revelado por un estudio llevado a cabo por Unicef sobre la vida familiar en Reino Unido. Allí, según el diario El País, se hace “una radiografía de unos padres que sucumben a las demandas de tecnología, ropa o zapatos deportivos de las marcas con más estatus, en un esfuerzo por proteger a sus retoños de un entorno hiperconsumista”.
En esta carrera por estar a la altura o por seguir el ritmo de consumo que exige la sociedad, muchos padres se dejan la piel y caen en la trampa consumista. De manera sagazmente planeada, la escotilla se convierte en un círculo vicioso, de manera que hay que trabajar más para poder consumir más y hay que consumir más porque el exceso de trabajo quita tiempo, y la falta de tiempo genera, como un efecto de compensación, el consumo. La necesidad de consumir se debe muchas veces a un déficit afectivo que tiene su causa en la necesidad de consumir. El círculo se mueve a una velocidad vertiginosa.
Es una realidad que la están viviendo muchos niños y adolescentes: necesitan tener para ser aceptados; para ellos, las marcas marcan, y carecer de lo que “todos” disponen les convierte en carne de bullying. Una vez inmersos en la rueda del frenesí consumista, les va a resultar muy difícil salir, porque les hemos dado gato por liebre: juguetes por tiempo y cosas por afecto. Hemos querido suplir con alta tecnología nuestra baja cuota de dedicación familiar.
También los padres
Pero los padres también somos víctimas del consumismo, también nos ha atrapado en sus redes, nos ha metido en su rueda. Ahora bien, los hijos sufren directamente las consecuencias, podríamos decir que ellos están en la calle y deben enfrentarse a un mundo en el que prima el principio del “vales lo que tienes”, la “regla del iceberg”: si no despuntas te quedas sumergido, es decir, que simplemente no puedes respirar. Una sociedad montada sobre el consumismo, que además está sufriendo una fuerte crisis económica, tiene que romper por alguna parte. La forma más violenta la vimos en el mismo Londres este verano: jóvenes y adolescentes asaltando tiendas.
Ernst Schumacher decía en los años 1970 que la virtud que más necesita nuestra sociedad es la sobriedad. En efecto, en un ambiente hiperconsumista como el que nos envuelve, mucho más extremo que hace cuarenta años, la sobriedad es la mejor vacuna. Quizá de lo que más necesidad tenemos hoy día es de carecer.
Por eso, no estaría de más que diéramos menos a nuestros hijos, menos cosas materiales y más bienes intangibles, esos que no pesan pero que dan peso personal, como el tiempo, la dedicación, el afecto, la presencia, la educación, etc. El error de muchos padres es que atienden a los deseos y caprichos de sus hijos, cuando lo que deben hacer es atender a sus necesidades, materiales y afectivas. Si hacemos lo primero, estamos comprando boletos para que se conviertan en déspotas caprichosos; si lo segundo, invertimos en activos convertibles en oportunidades para crecer y madurar.
Para prevenir a nuestros hijos del nuevo bullying podemos comenzar predicando con el ejemplo. Si nosotros estamos atrapados en la rueda del consumismo, si la excursión familiar del fin de semana consiste en visitar unos grandes almacenes, si sólo hablamos de qué coche me gustaría tener, del próximo teléfono móvil o de “mira fulanito qué casa tiene”, estaremos metiendo a nuestros hijos en un remolino que los absorbe hacia un agujero sin fondo. Consumamos cariño, sentido del humor, ganas de hacer bien las cosas, exigencia, alegría… y evitaremos que ellos queden consumidos por el consumismo.