La experta en neuroeducación, que publica el libro ‘Cerebro y pantallas’, muestra su sorpresa porque existan cunas para bebés de 0 a 6 meses con adaptador para el móvil y lamenta que se estén creando analfabetos emocionales desde la cuna. Aun así, se muestra optimista sobre el cambio de mirada hacia el empleo de la tecnología.
La pedagoga experta en neuroeducación María Couso es una de las mayores expertas españolas en el ámbito de los juegos de mesa y en la aplicación del juego como herramienta de aprendizaje tanto en el hogar como en el aula. Tras el éxito de su primer libro, Cerebro, infancia y juego, del que se han vendido más de 15.000 ejemplares, ahora llega a las librerías un nuevo volumen que surge de una de las formaciones de su proyecto PlayFunLearning —plataforma que nace de la necesidad de divulgar contenido pedagógico de calidad- y de un exhaustivo repaso a la evidencia científica sobre el impacto de las pantallas en niños y adolescentes.
Cerebro y pantallas está repleto de datos para concienciar a madres, padres y docentes sobre la necesidad de repensar el uso que hacen de las pantallas sus hijos y alumnos; y de pautas y recursos para reconducir la relación que mantenemos con las pantallas. “Nos echamos las manos a la cabeza por el uso que los adolescentes hacen de las pantallas, pero todas las encuestas nos dicen que casi el 80% de los niños menores de dos años consumen pantallas de forma diaria. Es muy importante que entendamos que la adolescencia nace en la infancia”, sostiene Couso en una reciente entrevista publicada en El País, la cual compartimos a continuación:
PREGUNTA. ¿Las pantallas están robando tiempo y espacio a los juegos de mesa?
R. «Lo que estamos observando es que cada vez se juega menos por la intromisión de las pantallas, a los juegos de mesa y a cualquier juego en general. Pero estamos obviando una cosa importante: que el juego nos posibilita el desarrollo. Hablamos entre nosotros, nos comunicamos, regulamos emociones… Y, además, nos ofrece todos estos beneficios y muchos más sin ningún perjuicio. Con la tecnología no podemos afirmar esto de forma tan categórica. En el libro, por ejemplo, cito un estudio [Tiempo frente a la pantalla al año de edad y retraso en el desarrollo de la comunicación y la resolución de problemas a los 2 y 4 años, 2023] con más de 7.000 niños expuestos a pantallas durante el primer año de vida y se ve que hay un impacto notable en habilidades como el lenguaje, la motricidad fina, la habilidad de tolerancia a la frustración y de gestión emocional…
P. ¿El problema son las pantallas en sí o el uso que hacemos de ellas?
R. ¿Tú le darías un martillo a un niño de dos años? No, ¿verdad? Porque el niño te da un golpe en la cabeza y te deja inconsciente. Pero, sin embargo, un martillo sirve para clavar clavos. Es decir, la herramienta no tiene un valor en sí, el valor es lo que haces con la herramienta. Por lo tanto, la tecnología no es mala. Está bien utilizada cuando se hace con unos determinados criterios y con unos tiempos y a partir de determinadas edades.
P. A propósito de ese “a partir de determinadas edades”. En la introducción del libro cuenta cómo le sorprendió ver en 2012 a una madre que, estando en una cafetería, había puesto una pantalla delante de su hijo para tomarse un café tranquila. Hoy en día es una imagen más que habitual.
R. Es que en la relación niños y pantallas hemos normalizado cosas que deberían escandalizarnos. Si tú ves a una madre que le ofrece a un bebé en un carrito un cigarrillo o cualquier otra sustancia, reaccionas. Sin embargo, cuando ves a un niño en un carrito con un móvil, no nos parece tan peligroso porque lo hemos normalizado. ¡Hay hasta cunas para bebés de 0 a 6 meses con adaptador para el móvil! De todas formas, yo soy optimista. Creo que esto va a cambiar, que igual que hemos cambiado la perspectiva sobre el tabaco, y ahora no se nos ocurre ver a nadie fumando dentro de un restaurante, pronto empezará el momento del cambio con los móviles.
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P. Ya empieza a haber un debate en ese sentido. Padres que intentan retrasar lo máximo la llegada del primer móvil. Pero claro, hay que enfrentarse luego al “todos mis amigos lo tienen menos yo”.
R. No podemos educar a nuestros hijos basándonos en criterios externos a nuestras propias creencias y valores. Tenemos que educar a base de lo que nosotros pensamos. Yo creo que hay que explicarles a los hijos que ser diferente no es algo negativo. Pero hacerlo con argumentos. Además, en la adolescencia, les puedes explicar qué pasa cuando expones el cerebro a una pantalla y ellos son capaces de entenderlo. ¿Por qué privarles de esa información?
P. La pantalla es una solución fácil para calmar a los niños en un restaurante, pero también, por ejemplo, para cortar de raíz una rabieta. Un estudio publicado el pasado mes de junio señalaba que esa acción impide que los menores aprendan a regular sus emociones. Usted escribe en su libro que “estamos creando analfabetos emocionales desde la cuna”.
R. Siempre digo que para ser adultos funcionales tenemos que ser capaces de reconocer emociones y de regularlas. Estas capacidades se gestan en la infancia. Si lo que hacemos, en lugar de aprovechar las experiencias vitales del día a día para entrenar estas capacidades, es poner pantallas, estamos poniendo trabas para que estos niños sean adultos funcionales el día de mañana.
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P. Además de ese “analfabetismo emocional”, basándonos en su investigación, ¿qué otras consecuencias tienen esa normalización y mal uso de las pantallas desde la más tierna infancia?
R. Lo malo es que el impacto de las pantallas es invisible. El impacto es a nivel cognitivo, y el efecto es a largo plazo. Dicho esto, para mí hay dos efectos muy preocupantes y que, de hecho, se están viendo en las escuelas. El primero es sobre la competencia lingüística, tanto a nivel escrito como a nivel oral. Se ha comprobado que, en niños expuestos a pantallas antes de los dos años, en el 80% de los casos hay una menor mielinización de las áreas del lenguaje a nivel cerebral. Es decir, no solo estamos cambiando funciones cognitivas, sino que también estamos cambiando la morfología de nuestro cerebro. Y esto tiene una correlación con un menor dominio del lenguaje oral o un menor vocabulario; y en última instancia con la comprensión lectora, el rendimiento académico y el fracaso escolar. Y el segundo efecto es sobre la atención. Hace años en un grupo de 25 alumnos tenías a dos con dificultades a nivel de atención que podían estar derivadas de un TDAH. Hoy de 25 estudiantes tienes a dos con TDAH y a 23 con dificultades atencionales no vinculadas a ese trastorno.
P. Esto nos pasa también a los adultos.
R. Por supuesto. Se han medido las tasas de mantenimiento de la lectura cuando uno tiene al lado el móvil y los resultados son increíbles. Piensa que, de media, llegamos a tocar el móvil más de 1.500 veces al día y hasta en 150 ocasiones llegamos a hacer algo con él. Si ya como adultos estamos afectados, imagínate lo que supone en un niño que se está desarrollando y en el que se están dibujando esas redes atencionales.
P. Otro reciente estudio concluyó que uno de los mayores predictores del empleo de pantallas por parte de los adolescentes es el uso que hacen de ellas sus padres.
R. Es que de nada sirve que nos pasemos el día dándoles la charla para que no abusen de las pantallas si nosotros nos pasamos el día mirándolas. Nuestros hijos atienden más a nuestros actos que a nuestras palabras. Tenemos que ser ejemplo, aplicarnos este cuento de la regulación de las pantallas a nosotros mismos. Se trata de ser coherentes y congruentes.