Enrique Chuvieco / ReL – 21.09.2018
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El uso masivo del teléfono móvil por parte de niños y adolescentes genera ya graves problemas de adicción, de salud e incluso de seguridad.
Se ha convertido una de las grandes preocupaciones de los padres, los educadores y de los propias fuerzas de seguridad ante la facilidad de que se cometan delitos utilizando el móvil.
Para dar una respuesta a esta situación, Fernando García Fernández ha publicado el libro La batalla del móvil. ¿Cómo ganarla en el hogar? . El autor es profesor de Ciencias, así como director de ESO y Bachillerato en un colegio de Pamplona, por lo que tiene una visión directa de la influencia de los móviles en los alumnos adolescentes.
– ¿Qué te llevó a escribir La batalla del móvil. ¿Cómo ganarla en el hogar?, además de compartir la experiencia con tus hijos sobre el uso del móvil?
– Comprobar como muchos padres y madres venían a pedirme consejo, porque estaban completamente desorientados, y ser testigo de cómo muchos menores estaban arruinando los mejores años de su vida por estar permanentemente pendientes de la pantalla. Me atrevo a decir que la irrupción del móvil ha sido el hecho que más ha perturbado la educación, al menos desde que yo me dedico a ella (y ya son casi 30 años).
– El subtítulo ya es revelador: «Cómo ganarla en el hogar», ¿por qué consideras que es el primer frente en el que hay que fajarse?
– Los primeros educadores son los padres, por lo tanto, les corresponde a ellos asumir la responsabilidad de introducir este artilugio en la vida de sus hijos; con todas sus ventajas, pero también con todos los inconvenientes. Ellos son los que van a consentir que su hijo disponga del teléfono, los que se van a hacer cargo del gasto que supone, incluso los que van a firmar el contrato con la operadora de telefonía móvil, porque, en principio, los menores no pueden hacerlo. A ellos les corresponde, por tanto, fijar las normas de uso y velar porque se cumplan.
– Además de armarse de paciencia tanto tu mujer como tú, ¿cuál ha sido el recorrido que han ido haciendo para salir victoriosos y no morir en el intento?
– Ana y yo tuvimos claro desde el principio que teníamos que tener el mismo discurso tanto al justificar por qué todavía no convenía que nuestros hijos dispusieran de teléfono como a la hora de fijar unas normas de uso cuando lo tuvieron. Fijamos la edad mínima de 14 años, que es cuando estimábamos que empezarían a hacer vida “independiente”, pero con la flexibilidad de adelantarla o retrasarla en función de la “madurez” y las circunstancias de cada uno. Además, hemos intentado que se apagara a una hora determinada para que interfiriera lo mínimo posible en su descanso, que dispusiera de las oportunas restricciones de acceso a según qué contenidos y que no se usara durante las comidas familiares u otras celebraciones y actos sociales.
– El libro ofrece pautas y estrategias para llevarlas a cabo en casa, ¿crees que los padres están concienciados para desarrollarlas o son, en ocasiones, los primeros que piensan que no son necesarias?
– Hay padres de todo tipo. Están los autoritarios que prohíben su uso sin dar razones del por qué de esa prohibición. Los permisivos, que lo conceden desde la más tierna infancia, sin ni tan siquiera plantear algún tipo de normativa de uso. Incluso me he encontrado con padres neuróticos, que dan el teléfono a su hijo pensando que así va a estar más “protegidos” en el mundo real, sin ser conscientes de la cantidad de “peligros” que les acechan en el mundo virtual. Estos extremos son desaconsejables. Lo ideal es una evolución desde el control cuando el hijo es demasiado pequeño, hasta la libertad absoluta cuando juzgamos que ya es responsable. Y en medio, un control razonado; es decir, el establecimiento de unas normas de uso justificando las causas de por qué se establecen y las sanciones previstas si se incumplen.
– ¿Qué consecuencias se dan cuando eres contemporizador en este campo, según tu experiencia de años trabajando en este área de los nuevos medios tecnológicos?
– En el libro escribo sobre los nueve riesgos que, a mi juicio, se asumen cuando se pone un móvil demasiado pronto en la vida de los hijos. La probabilidad de que les cause algún tipo de daño y su gravedad en inversamente proporcional a su edad y a la normativa que se establezca y se haga cumplir. En líneas generales, cuanto mayor es el hijo y más claras están las normas, menos daños va a sufrir y de menor gravedad.
– En el anterior sentido, ¿qué consecuencias has visto en el comportamiento de niños y jóvenes por el abuso del móvil y redes sociales?
– Se habla mucho de adicción, de acceso a contenidos pornográficos, de contacto con desconocidos, de ciberdelincuentes o de ciberbullying… Todo ello existe y puede ser peligroso y muy perturbador. Pero se fija mucho menos el foco en otros riesgos que quizá no son tan escandalosos y, por lo tanto, no producen titulares en los medios de comunicación, pero no por ello dejan de ser importantes. Los niños que duermen poco y mal, la excesiva importancia que le conceden a su imagen virtual, la fuerza educativa de los “influencers” (“instagramers”, “youtubers”…), la merma de la atención o la pérdida de la infancia. Creo que deberíamos prestarles mucha más atención, porque también son cruciales para la educación de los menores.
– Por otro lado, si se utilizan bien, las redes sociales y las nuevas tecnologías para comunicarnos nos pueden ayudar mucho, ¿crees que padres y profesores pueden ayudar a niños y jóvenes a suscitar en ellos el gusto por otros modos de utilizar estos medios con más creatividad? ¿En qué aspectos podrían encaminarlos a descubrirlos?
– Creo que si llegan en el momento adecuado, además de minimizar todos los riesgos de los que venimos hablando, se abre todo un abanico de posibilidades en el campo de la educación. A mi juicio, tres los ámbitos en los que se les puede sacar mucho provecho:
1. La información: nunca ha estado tan accesible como ahora, tenemos todo el saber acumulado por la humanidad a lo largo de la historia al alcance de un clic. Eso sí, debemos ayudarles a separar el polvo de la paja, el trigo de la cizaña, enseñándoles a ser críticos con la información y a evaluar la fiabilidad de las fuentes.
2. La comunicación: hemos roto las barreras espacio temporales y podemos comunicarnos con cualquier persona, esté donde esté y sea la hora que sea, de manera instantánea y barata. Esto es una autentica maravilla.
3. Como consecuencia directa de las dos anteriores, el desarrollo de la competencia global que les haga sentirse ciudadanos de un mundo en el que todos podemos cooperar para hacer de la Tierra un lugar más habitable. Lo cual no está reñido con el mantenimiento de la particular idiosincrasia, porque precisamente es la diversidad lo que hace más rica y desarrollada cualquier sociedad.
*Publicado originalmente por ReL