Por María José Calvo para LaFamilia.info – 09.11.2018
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Estamos en una época en la que las nuevas tecnologías son un medio imprescindible para la vida. Pero hemos tenido la «suerte» de educarnos en un mundo analógico, y así poder descubrir sus posibilidades y sus limitaciones.
Nuestros hijos ya son «nativos digitales”, y si no orientamos su introducción en el mundo virtual, ellos no podrán hacerlo. Por eso, hace falta guiarles, también en las nuevas tecnologías. Que no nos pille en modo “off”, y los dejemos huérfanos digitales.
Hace tiempo leí un artículo de un científico y psiquiatra, Manfred Spitzer, que me gustó especialmente, porque tiene mucho sentido común y hace reflexionar sobre el uso de este medio tecnológico. Habla de la importancia del aprendizaje personal, de la figura de los padres y del maestro para estructurar el conocimiento, de la capacidad de la inteligencia y del pensamiento, y del retraso de la maduración y del aprendizaje que pueden producir las pantallas, si no las usamos del modo correcto, especialmente en niños pequeños y preadolescentes.
La educación de una persona siempre será de tipo analógico. Hace falta aprender en familia lo importante de la vida, interactuar con los demás, atender a los sentimientos, mirar a los ojos, sentirse querido, saber sorprender, imaginar, ayudar, etc.
Hay que poner inteligencia emocional en las relaciones humanas. Y de esta forma, con cariño, y atendiendo a los intereses del niño, se puede enseñar algunas cosas más, cuando su cerebro está preparado. A leer y escribir, a tomar notas, a trabajar en clase con el profesor, a estudiar… Los niños aprenden con las relaciones personales. Además, las emociones tiene mucho que ver con el aprendizaje, en especial, el cariño que recibe en la familia.
Entonces, ¿cuándo y cómo introducir al niño en este mundo virtual?
La Academia Americana de Pediatría hizo unas recomendaciones sobre este punto, dirigidas a los gobiernos, colegios… etc. Y, se supone, que los padres debemos ser un poco más cautos en ello. Por ejemplo, aconseja no usar tabletas en niños menores de dos años. (Posteriormente lo ha ampliado un poco, con algunas actividades específicas, pero recomienda atrasarlo lo más posible). Y luego, con algunas condiciones respecto al tiempo, respetando la vida familiar, las comidas, y cuidando el sueño. Es preocupante el tiempo que los niños están delante de alguna pantalla. Además, pocos contenidos son adecuados para lograr efectos positivos. Por eso, es vital la implicación de los padres.
Se ha comprobado que un exceso de pantallas dificulta la interacción social, el saber mirar a los ojos y comprender, el lenguaje gestual, el manejarse bien con los demás… etc.
Otro dato de la Academia: de los dos hasta los cinco años se pueden usar pantallas un máximo de dos horas diarias, pero con contenidos adecuados, y con unas normas concretas que regulen su uso. Por ejemplo, usando unas “coordenadas” de tiempo de conexión, lugar donde se interactúa, compañía y contenidos. Y siempre dando prioridad al juego sin pantallas. Además, es mucho mejor si solo se usan el fin de semana… Siempre son los padres los que deben guiarles, hablar y verlo con ellos, cuidando que puedan jugar al aire libre, estudiar y descansar lo suficiente.
Para los mayores de seis años hay que establecer un plan concreto en familia, con un tiempo de ejercicio físico y un cuidado del sueño. Esto significa no usarlas dos horas antes de acostarse. Por eso, cada familia es la protagonista y debe establecer su planning, pero con sentido común, estando muy atentos para respetar sus ritmos naturales, su desarrollo cerebral, y su sueño reparador. Y conjugando tecnología con experiencias vividas.
Porque, así como tenemos un proyecto educativo con cada hijo, respecto a la adquisición de unos hábitos, un conocimiento, un atender a los sentimientos…, también debemos pensar cómo presentarle el mundo virtual, y enseñarle a manejarse en él. Y es vital ayudarle a ser crítico con lo que le llega.
Los pediatras también alertan por la frecuencia de “calmar” a los niños con pantallas para que nos dejen tranquilos. No es bueno para ellos, puesto que interfiere con el buen desarrollo cerebral, se habitúan, y cada vez requieren mayores estímulos, porque lo sensorial sigue una ley de tolerancia y rendimientos decrecientes. Por eso pueden crear conductas adictivas, muy relacionadas con la recompensa que producen.
Cómo funciona el cerebro
El cerebro no funciona como un computador, con una capacidad de almacenamiento concreta. No se trata de llenarlo de cosas sin más. Aprende partiendo de los datos percibidos, y estableciendo conexiones y relaciones entre las distintas zonas en base a lo ya asimilado. Y tienen mucho que ver las emociones.
Además, cuanto más sabemos, mejor aprenderemos otras cosas nuevas porque tenemos dónde asentarlo y relacionarlo.
El cerebro no es un almacén de datos, sino que los procesa, y se basa en la conexión de redes neuronales que relacionan la información que manejan. Por eso, ser inteligente es saber relacionar distintas cosas en el pensamiento. También hay distintos tipos de inteligencia, aunque el cerebro siempre funciona como un “todo”…
Pero hace falta tener una base experiencial para aprender y construir el conocimiento propio. Y los niños necesitan una persona que vaya guiando y estructurando su aprendizaje. Primero son los padres, luego los maestros y profesores, ayudados de los padres: es un trabajo en equipo.
Además, el cerebro no solo maneja datos de la realidad, sino imágenes, recuerdos, y sobre todo sentimientos y emociones. Toda la realidad está inmersa en sentimientos, y la conocemos a través de nuestra afectividad. Y las emociones surgen en el mundo real, en el trato personal, sobre todo en familia, primera y auténtica «escuela emocional».
Así aprenden los niños…
El niño aprende cuando lo nuevo lo interioriza sobre lo que ya sabe, cuando lo relaciona con ello, y cuando establece un vínculo afectivo. Si no, no puede aprender. Y los padres, o el profesor, van dando estructuras sobre las cuales construir lo nuevo. Y todo ello es posible gracias a la plasticidad sináptica neuronal.
Cuando la mente está un mínimo estructurada, se puede introducir el mundo digital, con algunas premisas. Pero antes, lo que puede hacer es retrasar el desarrollo y la maduración del niño. Impedirle aprender de las percepciones y vivencias, que forman una base de experiencias vividas, y son vitales para construir las primeras estructuras neuronales y sinápticas, que le servirán durante toda su vida.
Para recibir información, procesarla y valorarla, y luego gestionarla, es preciso tener formación. No todo vale, ni es saludable en la red… Hay que saber ser críticos y filtrar. Por eso, los hijos estarán “desarmados” sin formación.
Inger Enkvist, experta sueca en educación, ya lo afirmaba hace muchos años antes del boom de la tecnología. Las habilidades digitales son más bien un tipo de aprendizaje profesional, que se puede adquirir o perfeccionar en cualquier momento de la vida, pero no ayuda especialmente al desarrollo intelectual, ni a la capacidad de pensamiento del niño. Debemos cuidar su uso con los más pequeños, y ser coherentes con nuestro ejemplo… Bloquear tiempos familiares, incluso hacer un parking de móviles, y disfrutar y pasarlo bien todos juntos, que es lo que ¡nos hará más felices!
*Colaboración de María José Calvo para LaFamilia.info. Médico de familia por la Universidad de Navarra y Orientadora familiar y conyugal por IPAO, y a través del ICE de la Universidad de Navarra. Colaboradora habitual en la revista “Hacer Familia”. Blog personal: optimistaseducando.blogspot.com