Es una edad de hacer, producir y proyectar. En este estadio de la vida, crecen y aprenden los niños rápidamente. Estamos en la madurez de la infancia. Hay que tener en cuenta, que la evolución de las niñas se adelanta a la de los niños.
Al llegar a los siete años el niño tiene ya su carácter esbozado, una personalidad algo definida y una Inteligencia despierta. Ante él hay un camino nuevo que seguir: el de ensanchar la conciencia, el de engrandecer el conocimiento del mundo, el de ampliar al concepto de las cosas, o, por decirlo do otra manera, delante de él hay la oportunidad de introducir el mundo dentro de sí.
Al llegar a los siete años, el niño vuelve a comenzar la vida. He aquí el por qué de las crisis que se producen en este momento, crisis que en algunos casos asusta a los padres porque creen que el niño se vuelve tonto, o que pierde la gracia o la espontaneidad.
Ante los nuevos movimientos, ante las nuevas concepciones, parece que duda, que no comprende las cosas tan de prisa como antes. Lentamente la duda desaparece ante la mayor firmeza de conocimientos, la lentitud se transforma nuevamente en rapidez ante la mayor claridad de nuevas concepciones. Vencida la crisis inicial, que en muchos niños no llega a producirse, cada día se apresura el desarrollo de la personalidad, con lo cual el carácter y la afectividad, conservando el tono que ya tenían, adquieren un aspecto más definitivo.
Necesita crecer su confianza en sí mismo y en los demás. Tanto los padres como los profesores, deben inculcarle confianza en sus aptitudes y seguridad en sí mismo. En general, es más eficaz el elogio que el reproche y más el reproche que no decir nada. No se debe ser indiferente: hay que elogiar o reprochar. El alumno introvertido reacciona sensiblemente ante el elogio, los extrovertidos necesitan algo más de reprensión.
Unidad y variedad de la inteligencia
El niño de los siete a los doce años pone su inteligencia al servicio del ensanchamiento de la conciencia. En este periodo la inteligencia va acercándose a su plenitud y puede ser definida como la facultad con la que elaboramos nuevos conocimientos adquiridos para resolver problemas que la vida plantea.
Es decir, que ya hay en el niño una Inteligencia de adquisición y otra de elaboración; pero es preciso no olvidar que la Inteligencia es un conjunto de facetas, de aspectos, de funciones distintas, que pueden hacer que dos personas muy inteligentes lo sean de maneras muy diferentes.
Este conjunto tiende a la unidad individual, es decir, en cada individuo hay una inteligencia, pero cada inteligencia es diferente de las demás, porque su unidad está hecha de un conjunto distinto. Distinto en la cualidad y en la intensidad. Porque no en todas tas inteligencias hay las mismas cualidades ni están presentes con la misma intensidad.
De otra parte, debemos considerar que la inteligencia de cada individuo conceptuado como muy inteligente se diferencia según las circunstancias del ambiente en que se desarrolla, según el tipo de rendimiento que se exija de ella. Únicamente así es comprensible que el mismo individuo, conceptuado como muy inteligente por los que le conocen en un trabajo determinado, sea conceptuado como poco inteligente por los que le conocen en otro ambiente, en donde debe dar un rendimiento distinto.
Únicamente así es comprensible también que los niños parezcan muy inteligentes en la escuela y lo parezcan muy poco en la vida social.
La intuición
Hemos dicho anteriormente que cuando más rico se hacía el niño en nociones, más pobre se volvía en intuiciones, pero que esto no indicaba precisamente que el niño dejara de ser intuitivo. En esta época, el niño sigue siendo intuitivo y en mayor o menor grado seguirá siéndolo siempre. Porque la intuición es un auxiliar admirable de la inteligencia. Casi un elemento de la misma. La intuición al igual que la inteligencia, nos proporciona conocimientos. No los proporciona por investigación de lo que se ha de conocer.
La diferencia esencial entre intuición e inteligencia es ésta: con la intuición conocemos las cosas sin saber cómo ni por qué, con la inteligencia sabiéndolo. La intuición es la mentalidad en inspiración. La inteligencia es la mentalidad en ejercicio. Por esto una misma cosa podemos intuirla una sola vez, pero podemos pensarla muchas veces.
El niño entra en el uso de la razón
De los 7 a los 12 años, la conciencia del niño, con la ayuda de la inteligencia y de la intuición, se agranda cada día más. Es diferente de las edades anteriores, porque ya está formada no sólo de hechos y conocimientos, de sujetos y de objetos, sino de la posesión y elaboración de las ideas, por lo que comienza a pensar en abstracto.
El niño empieza a hacer uso de la razón. Va siendo capaz de juzgar las cosas como bien o mal hechas. Entre los 10 y los 11 años, empieza a manifestar síntomas de espíritu crítico y de rebeldía.
Con todas sus facultades llega al juicio de las cosas y avanzando en su maduración llega a la razón que es el encadenamiento de los juicios. Encadenamiento que se produce pasando de un juicio a otro, manteniendo estrecha relación entre ellos, de manera que los últimos juicios dependan aún de los primeros.
Hasta ahora el pensamiento del niño se producía espontáneamente sin dirección alguna. En el niño de siete a doce años, el pensamiento se organiza, tiene una dirección, prevee las cosas que pueden acontecer. Es decir un pensamiento razonador. El pensamiento no es ahora un simple juego, tiene una utilidad.
La de dar a la conciencia el valor de una cosa universal, el valor de una conciencia social, de introducir el mundo dentro de sí. Con ello no perderá nada de su peculiar personalidad; por el contrario será menos un individuo, pero será más una persona que piensa por sí mismo, pero al unísono con un pensamiento universal, con una conciencia social.
El niño entra en la vida seria
Al entrar en el uso de la razón, el niño comienza también a entrar en la vida seria. Es más responsable de sus actos, o al menos, capaz de progresar más rápidamente su sentido de responsabilidad. Su posición dentro de la familia, su posición dentro de la escuela, dentro de la sociedad empieza a surgir un cambio.
Por una parte, él no se conforma con un papel totalmente infantil. Por otra, se le exigen actitudes y trabajos más importantes. Dentro de la familia ya no es un ser al que todo se lo dan hecho. El también debe hacer algo, para sí mismo y para los demás. Dentro de la escuela, los aprendizajes aumentan en cantidad y dificultad, pierden en gracia y encanto y, sobre todo, hacen penetrar en la conciencia del niño la idea de que se dirigen a la consecución de algo que sólo se obtendrá en un futuro remoto.
También la sociedad comienza a tratar al niño de otra manera. Aún se le respeta, pero no tanto como cuando tenía 3, 5 ó 7 años; no le abre paso con tanta facilidad, se le hace esperar cuando quiere llegar a una primera fila. Y aún más, se le impulsa, cuando no le obliga, a estar presente en alguna fiesta, en algún desfile, en alguna concentración, donde se le considera más como un número que como un individuo.
Necesita asegurar su posición en algún grupo social. De aquí el desarrollo en esta edad de las barras, clubes secretos, etc. Tiene afán de prestigio y lo busca en la estatura, en la fuerza, en el dinero, en jactancias y rivalidades.
La conquista de la independencia
Ocurre que, precisamente este momento en el que ha perdido algo de su maravillosa y primitiva libertad, comienza a intuir que es un ser independiente y quiere actuar con independencia.
El niño a esta edad necesita sentir la responsabilidad de realzar sus proyectos o encargos, de tener ocasión de hacerse valer, y de experimentar cierta libertad en sus acciones. Mientras va a realizar el mandado que el encargó a la familia, mientras busca el insecto que le pide la escuela, mientras vuelve del acto público donde mandó la organización a la que pertenece, convierte paradójicamente su nueva misión en un acto de independencia, que resuelve muchas veces, dentro de su vida interior, viviendo imaginariamente las hazañas de un Robin de los Bosques o de cualquier otro héroe de leyenda.
Y a esta supuesta independencia adapta su constante “porqué”, que se hace menos infantil y se vuelve más especulativo. Su “por que” adquiere más lógica y pierde conformidad. Apunta más lejos y no se contenta con la respuesta escuela o parcial.
Pregunta más allá del seno familiar; pregunta al compañero, al profesor, al libro, pero sobre todo, se pregunta a sí mismo. Hasta ahora había adoptado la realidad de su vida interior. En este momento presiente que habrá de acomodar su mundo interior a la realidad que lo circunda. Y a veces, mezcla graciosamente el gesto imaginativo de lanzar, como Robin una flecha, con la actitud del que busca en lo más hondo del pensamiento.
Si su padre está atento a sus necesidades espirituales, si su profesor es inteligente, se encuentra con la agradable sorpresa de que el niño ya no sólo es niño y se va convirtiendo en un amigo. Entonces puede producirse el más maravilloso y constructivo de los diálogos que por desgracia se malogra muchas veces por un padre excesivamente atareado, cuando no distraído, o por un profesor pedante, cuando no negligente o rutinario.
Durante este período de iniciación de la emancipación de los adultos, el niño tiene necesidad de cariño y buena dirección. Necesita sentir que goza de la confianza de sus padres y educadores. Necesita diálogo, y tanto como el éste la orientación.
Tanto si el diálogo se produce como si no se produce, el niño completa su búsqueda de conocimientos con un monólogo constante, en el que analiza todo cuanto la realidad le ofrece, todo cuanto la enseñanza le procura, y quizá más que nada, todo cuanto su inquietud de saber lo descubre. Este comportamiento, se presenta a partir de los 10 años y se desarrolla principalmente en estos dos contextos:
- En casa: Aumenta el interés hacia el padre. Sin embargo, ya aparecen los primeros síntomas de deseos de independencia. Prefiere no participar en salidas familiares. Lo que de verdad le importa es el “grupo”.
- En el colegio: Siente ansias de competir, de ganar, de hacerse notar. Lo entusiasma los juegos de equipos y su sentido de la solidaridad del grupo es grande. El espíritu de competencia y rivalidad entre las diversas barras o cursos es también notable.
Por un tiempo más o menos corto, según tarda en aparecer el período de la pubertad el niño recuperará aquella primitiva intuición que le dio los primeros conocimientos y la hermanará con la nueva razón, llegando con las dos a un ensanchamiento de su saber.
El concepto de realidad y conciencia
Cuántas leyendas de cigüeñas, de hadas, y de gigantes, acumuladas por una triste insensatez de los mayores se derrumbarán en este momento. Cuántos enredos, cuántas contestaciones inexactas, cuántas falsedades serán puestas en evidencia y desmenuzadas pieza por pieza, haciéndole perder la confianza en los formadores que no supieron formarle en la verdad.
Y el niño –quizá sin darse cuenta de ello- empieza a reconstruir su concepto de la realidad, partiendo de la base de que las cosas no son como son, sino como deben ser; que las cosas no han de imaginarlas como le decían sino que debieran ser. Revisa el mundo falso que le han querido hacer aceptar.
Con lo cual, el niño, gracias a su razón, iluminada por la fe, intuye la necesidad ineludible de unos principios mortales a los que debe ajustarse su vida y a los que mirará si se ajustan los actos de los demás: y desde ese momento ya no preguntará tan solo: Y esto porqué? Sino que dirá: “Y esto está bien?”.
Sus ideas morales son prácticas y su interpretación de ley es literal y absoluta. Se hará implacable al juzgar a sus formadores.
Es decir, el niño, habrá transformado la conciencia del puro acontecer psíquico en una conciencia moral. Su interés y preocupación por las cuestiones sexuales aumentan considerablemente.