Como la mayoría de las virtudes, la sinceridad tiene dos vicios opuestos: uno por exceso y otro por defecto. El exceso se nota en aquellas personas que lo van diciendo todo.
Es evidente que este comportamiento no favorece las relaciones interpersonales y más bien acaba destruyéndolas por irrespeto. Por otra parte, la ausencia de sinceridad abarca otros comportamientos como son la mentira, la hipocresía, la adulación, la calumnia, la murmuración, etc.
Primeras mentiras de los hijos
Los padres, cuando tropiezan con las primeras mentiras de los pequeños se preocupan bastante y se preguntan si habrán perdido su confianza. No comprenden por qué su hijo les miente.
Ahora bien, ¿se puede hablar de mentira en el niño pequeño? Ante todo, debemos hacer una distinción. En los niños hay muchas «mentiras», que son sólo fruto de su imaginación y de su fantasía. En general, hasta los seis años el niño no distingue entre el mundo real y el fantástico en el que le gusta vivir. Realidad y fantasía son la misma cosa. Tan verdaderas son las cosas que existen como las que se imagina. Él lo vive así, lo siente así. Y lo dice así.
Quizá la actitud de los padres en este período sea, a lo sumo, la de hacer ver a los hijos que las cosas no pueden ser como las cuentan; hacerles pequeñas observaciones; ayudarles a reflexionar sobre la realidad de los fenómenos que suceden… Con ello, el pequeño irá haciendo poco a poco la distinción entro lo real, lo imaginario y lo verosímil.
La mentira auténtica y su educación
A partir de los siete años aproximadamente, es decir, con la aparición del uso de razón, la mentira comienza a constituir una falta. El niño en ese momento distingue perfectamente entre verdadero y falso, por tanto, tiene conciencia de que miente y puede comprender la aplicación de un castigo. (Si la confusión entre lo real y lo que es producto de la imaginación continúa más allá de los seis años, podemos pensar que existe algún defecto en la educación del niño, que habrá que corregir).
Cuando el niño llega a este punto, deja de actuar instintivamente y hay que ayudarle a que reflexione sobre sus actos y sus palabras. En definitiva, el niño a esta edad es responsable de sus actos y palabras, pero es preciso ayudarle porque es débil y aún no se ha ejercitado lo bastante como para ser dueño de todos sus resortes.
Por todo eso, si aparece la doblez, la tergiversación de la verdad, podemos hablar ya con propiedad del pequeño mentiroso. ¿Qué hacer? Ante todo, comprender al niño y después preguntarse por qué miente. Es evidente que tras cualquier mentira hay un motivo oculto, y éste es el que nos debe interesar a los educadores: quitada la raíz, lo demás desaparecerá por sí solo.
Un castigo duro en el momento de descubrir la verdad puede ser perjudicial e incluso la próxima vez el niño podrá mentir más todavía, buscando modos más refinados, para tratar que nunca se llegue a saber la verdad. Pero entonces… ¿no castigaremos?, ¿dejaremos pasar por alto la falta? No. Es importante darle confianza y, cuando «confiese», hacer que reflexione, que vea las consecuencias negativas que puede acarrearle esa conducta, entre las cuales se puede hacer especial hincapié se encuentra la de perder la confianza que sus padres tienen en él.
El ejemplo de los padres y educadores
El niño que vive en un clima de sinceridad suele impregnarse de esta virtud, pero, de igual modo, captará las mentiras de los mayores. El niño imita a sus padres, a sus familiares, a la sociedad que le rodea. Veamos cinco tipos de mentiras muy frecuentes en los adultos que son otros tantos incentivos para que el niño mienta.
1. Mentiras de «comodidad»: Aquellas que surgen para evitarnos esfuerzos o situaciones molestas. Así, las contestaciones que se dan al niño para que nos deje en paz y se calle; las promesas que se le hacen y luego no se cumplen.
2. Mentiras «sociales» o «políticas»: Es bastante corriente encargar que se diga que uno no está en casa cuando al teléfono hay una persona pesada o cuando tiene prisa. También es frecuente, en visita, poner al interlocutor por las nubes y alegrarse cien veces de haberse vuelto a ver, cuando lo que se piensa es todo lo contrario. ¿Hay quien pueda opinar que el niño espectador no capta la falsedad?
3. Mentiras de «utilidad»: Las que se dicen para obtener algún provecho material, como el hecho corrientísimo de rebajar la edad de los niños en los medios de transporte para no pagar billete o pagarlo reducido.
4. Mentiras de «vanidad»: Aquellas en las que tantas veces incurrimos los mayores para alabarnos ante los demás, cuando los niños se dan cuenta de que presumimos sin fundamento.
5. Mentiras de «fantasía»: Con las que se dan explicaciones caprichosas a los fenómenos que el niño observa: los ángeles jugando a los bolos como causa del trueno; la cigüeña trayendo de París a los niños…
Fuentes: Javier De Alba y José Luis Varea, “Manual para padres eficaces”.