¿Existe el amor para siempre?

Todos buscamos insistentemente el amor para siempre. ¿Alguna vez has escuchado a alguien decir: «te amaré hasta el 6 de julio», «te amaré hasta fin de mes»? Son frases ridículas, porque cualquiera desea estar para siempre con la persona que ama, desea que esa historia nunca termine, que se enriquezca siempre con nuevos capítulos.

Si no existe el deseo de «para siempre», incluso cuando este deseo es irracional y poco lógico, entonces no es amor.

Por eso nuestros teléfonos están llenos de fotos: queremos que ese momento que estamos viviendo permanezca, queremos poder volver siempre a ese instante, a esa emoción que estamos sintiendo. Y hasta en donde se celebra el momento, como en Be Real, en el que hay que responder con una foto y solo una al día, queremos que en ese instante todo le diga a las personas que amamos que seguimos amándolas, incluso cuando fingimos improvisar.

Pero la realidad que nos rodea parece contarnos otra cosa. Muchas parejas se desmoronan: parecían fuertes como rocas, capaces de enfrentar juntos todas las tormentas, pero luego se separaron. Tal vez les ha pasado incluso a personas muy cercanas a nosotros, a nuestros padres o parientes, o incluso a nosotros mismos.

Entonces, ¿existe o no existe el amor para siempre?

Si ellos no lo lograron, que parecían invencibles y enamorados, ciertamente no puedo lograrlo yo, que no me siento para nada invencible ni demasiado enamorado.

Tenemos un deseo infinito de amar y de ser amados, pero luego nos descubrimos limitados y vemos perfectamente los límites y defectos de la persona que amamos. Es así para todos, es una experiencia universal, y quien no la ha probado nunca, miente o nunca ha intentado amar.

Dios es quien ha creado al ser humano. Si en tu corazón está este deseo infinito, la «culpa» es de Dios: ¿podría Dios dejarnos con una frustración tan grande como un deseo irrealizable? No: nos ha demostrado un amor que puede saciar nuestra sed.

Jesús hace posible el amor para siempre. Y lo testimonian miles y miles de personas en cada generación que han vivido juntos con su amado o su amada durante toda la vida, con fidelidad y a través de muchas dificultades, desde las más pequeñas hasta las más grandes.

Incluso hoy, el mundo está lleno de personas enamoradas que, aunque aún no lo saben, al final de sus vidas podrán decir que han amado hasta el final: como Jesús, que se hizo en todo como nosotros, excepto en el pecado, para poder mostrarnos el camino a través del cual colmar nuestro deseo. Y este camino pasa a través de la Cruz.

Con los brazos abiertos, siempre está dispuesto a abrazarnos, pase lo que pase.

Cuando estamos enamorados, estamos dispuestos a hacer locuras: pasamos horas al teléfono, inventamos los regalos más increíbles, estamos dispuestos a esperar bajo la lluvia por unos pocos minutos de la presencia de la persona amada.

Dios hizo lo mismo con nosotros: la Cruz es la prueba de este amor infinito por cada uno de nosotros.

A veces se dice: «moriría por ti».

Dios no solo lo dijo, sino que lo hizo: murió por nosotros. Y siguió amándonos.

Solo el amor de Dios es infinito; y no es un cuento bonito, sino la certeza sobre la cual podemos construir nuestra existencia, porque es un amor hecho de carne y hueso, de lágrimas y sangre y que siempre lleva consigo la plenitud de la vida.