Inteligencia artificial en las aulas: seamos prudentes

Inteligencia artificial en la escuela
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El debate sobre las ventajas y riesgos de la tecnología, y en particular de la Inteligencia Artificial (IA), parece especialmente enconado en el ámbito de la educación. Sin embargo, pocas veces se pregunta a los propios interesados. Lo ha hecho un informe reciente, y las respuestas apuntan algunas conclusiones interesantes: los docentes son los que más recelan; los padres (muy por encima de las madres), los más optimistas; en los estudiantes se mezcla una cierta apertura al uso de estas herramientas con un bajo interés por conocerlas más y por dedicar tiempo de clase a aprender a manejarlas.

La aplicación de la IA a la educación suscita tantas esperanzas como recelos. Ciertamente, tanto en un caso como en otro, estos sentimientos se basan en especulaciones más que en realidades, pues aún el desembarco de la IA en las aulas está comenzando, y tendrá que pasar tiempo hasta que se puedan hacer evaluaciones rigurosas sobre su impacto en el rendimiento académico.

Lo que sí podemos empezar a conocer ya son las expectativas que la IA suscita en los tres colectivos implicados: alumnos, profesores y padres. Y tiene interés saberlo, porque no es infrecuente que las políticas educativas, sobre todo las que se presentan como revolucionarias, se justifiquen por una “demanda social”, a veces real y a veces más bien “fabricada” a espaldas de los verdaderos protagonistas.

Interés dispar

Empantallados ha publicado recientemente los resultados de una encuesta realizada por la empresa demoscópica GAD-3 a 900 personas –500 padres con hijos menores, 200 estudiantes adolescentes y 200 profesores– sobre el conocimiento, el uso y la percepción de las ventajas y amenazas de la IA en la enseñanza.

En cuanto al uso, el estudio constata que este tipo de aplicaciones se han generalizado en poco tiempo. Con diferencia, las más utilizadas, por los tres colectivos encuestados, son los chatbots como ChatGPT y los asistentes virtuales, aunque destaca también la popularidad de las herramientas de creación y edición de imágenes, que dicen haber usado casi la mitad de los adolescentes y profesores.

Más discrepancias hay en cuanto al interés que suscitan estas tecnologías. Los propios estudiantes son, claramente, los menos entusiastas, quizás porque están más acostumbrados a ellas o no las ven como algo tan disruptivo. Más de un tercio de ellos dicen estar poco o nada interesados en aprender más sobre IA, una proporción que dobla a la de los profesores, y que también es muy superior a la de los padres.

Pero no solo es que a muchos el tema no les importe demasiado; es que además su valoración sobre el uso educativo de la IA tampoco es especialmente positiva.

Los profesores, los más recelosos

Es una pena que en este punto el informe preste más atención a las opiniones de los adultos. Solo a los padres y a los profesores se les pide, por ejemplo, que valoren de 0 a 10 el impacto de la IA en la educación y en el futuro profesional de sus hijos/alumnos. En cuanto a lo segundo, una mayoría en ambos grupos piensa que será positivo, aunque entre los profesores hay más escepticismo. Donde sí se ven diferencias claras es en lo que se refiere al efecto de la IA en las propias aulas. Apenas un 40% de los docentes lo ven con buenos ojos, por casi un 60% de los padres; por el contrario, consideran que será “negativo” o “muy negativo” un 30% de profesores –el resto piensan que las consecuencias no serán significativas, ni para bien ni para mal–.

Los profesores “suspenden” a la IA en creatividad, pensamiento crítico y autonomía

Yendo al detalle de la posible aplicación educativa de la IA, los docentes “suspenden” a estas herramientas (las puntúan por debajo de 5) en cuanto al efecto que podrían tener en la creatividad, el pensamiento crítico y la autonomía de los alumnos. Los padres, en cambio, conceden un aprobado “raspado” a los tres apartados, sin llegar al 6. Sí están de acuerdo unos y otros en que la IA puede ser perjudicial al hacer deberes y trabajos (una vez más, los docentes se muestran especialmente críticos) y, en cambio, puede ser útil para personalizar la enseñanza y buscar nueva información, aunque entre los profesores no hay excesiva confianza en la calidad de esa información. Sobre si la IA puede servir para reforzar contenidos explicados en clase (nótese que en ningún caso se habla de sustituir al docente en esta tarea), una mayoría de los adultos encuestados, exigua en el caso de los profesores, opina que sí.

Todos estos datos muestran, en general, un mayor escepticismo en este colectivo, que algunos interpretarán como una cierta resistencia al cambio y otros como una muestra de sensatez. En todo caso, la encuesta deja claro que quienes más cerca están del proceso educativo muestran más recelos de introducir la IA en el aula.

Por otro lado, tanto entre los padres como entre los profesores se aprecia que la confianza en el impacto positivo de la IA es mayor en los hombres y en los más jóvenes, y menor en las mujeres y los que pasan de los 50 años. No obstante, la mayor brecha se observa cuando se comparan las opiniones de quienes se declaran usuarios habituales de estas herramientas y quienes no: los primeros son mucho más optimistas que los segundos. También hay diferencias según la etapa educativa donde se imparta clase: los docentes de Secundaria son los más recelosos, y los que en mayor medida dicen haber tenido que adaptar su metodología por la IA.

Herramienta transversal, no parte del currículum

¿Y qué dicen los alumnos? Como comentábamos antes, sería interesante que se les hubiesen hecho las mismas preguntas que a los adultos; conocer su opinión, por ejemplo, respecto de la personalización del aprendizaje, o del posible efecto en su propia creatividad y juicio crítico; o si piensan que la IA sirve para reforzar los contenidos del profesor. Al fin y al cabo, son ellos los más interesados, y también quienes más dicen usar estas herramientas.

Una mayoría de alumnos piensa que sería positivo utilizar herramientas de IA en clase, pero no dedicar tiempo de instrucción a conocerlas

No obstante, la encuesta deja algunos datos significativos. En cuanto al uso, las respuestas transmiten la sensación de que muchos alumnos no caen en la cuenta de que los chatbots como ChatGPT utilizan IA, pues son más los que dicen haber usado estos programas que los de declaran haber utilizado la IA en general. En concreto, un 60% reconoce haber echado mano de ChatGPT para realizar trabajos, justo el tipo de actividad que menos recomendaban padres y profesores.

Por otro lado, como ya se ha dicho antes, el interés por conocer más sobre IA es más bajo que entre los adultos encuestados. Cuatro de cada diez alumnos piensan que sería positivo incluir en el currículum algún tipo de formación sobre estas herramientas; un porcentaje similar no lo ve ni bueno ni malo, y un 15% opinan que sería un error. Pero más allá de dedicar tiempo específico a aprender sobre IA, algo más de la mitad de los estudiantes consideran que usar herramientas de IA en clase tendría más ventajas que desventajas, un porcentaje similar al de padres, pero bastante por encima del de profesores.

Recomendación: prudencia

A pesar de ser solo una encuesta de “percepciones”, pues la aplicación de la IA en las aulas aún no está muy desarrollada, este informe ofrece algunas conclusiones que deberían tenerse en cuenta antes de poner en marcha cualquier programa basado en esta tecnología. Por ejemplo, que habrá que contar con la opinión –no especialmente favorable, por ahora– de los profesores; que aunque los estudiantes se muestran abiertos a usar estas herramientas en clase, no parecen muy interesados en dedicar tiempo de instrucción a capacitarse técnicamente en ellas, y que el uso que más le están dando a la IA actualmente es el menos recomendado por padres y profesores.

A la vista de estos resultados, convendría que la aplicación de esta tecnología en la educación fuera prudente, y que contara siempre con la supervisión y moderación de los docentes, que son, de los tres colectivos, quienes están en mejor posición de evaluar su impacto.

*Por Fernando Rodríguez – publicado en Aceprensa

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