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Lo que no sabías sobre tu suegra y te hará quererla

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Imagen de Drazen Zigic en Freepik

La palabra suegra suele venir acompañada de clichés: entrometidas, dominantes, conflictivas… Y sí, hay muchas formas de ejercer mal ese papel; pero lo cierto es que la mayoría de las suegras son una parte fundamental de las familias, queridas y valoradas —a pesar de «sus cosas»— por yernos y nueras.

A continuación compartimos un escrito de Antonio Moreno, quien narra con ternura y honestidad su experiencia acompañando a su suegra en sus últimos años de vida. Un testimonio que invita a mirar con gratitud este vínculo tan especial y a descubrir, desde la fe y la experiencia humana, cuánto pueden enseñarnos nuestros mayores sobre el amor, la fragilidad y la vida en familia.

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He tenido la suerte de acompañar a mi suegra en sus últimos años de vida y tengo que decir que, a pesar de que han sido duros porque su progresivo deterioro le hacía sufrir a ella y nos hacía cada vez más cuesta arriba su cuidado a nosotros, los echaré de menos. Y es que, como señala el Papa cuando hace referencia a la «revolución del cuidado», «hay una bienaventuranza en la ancianidad, una alegría auténticamente evangélica, que nos pide derribar los muros de la indiferencia, que con frecuencia aprisionan a los ancianos».

Ciertamente, yo (y toda la familia) nos hemos sentido bienaventurados gracias a mi suegra, hemos aprendido mucho y hemos disfrutado de ella a pesar de que su vida ya no era «útil» en términos meramente humanos.

En su reciente exhortación apostólica «Dilexi te», León XIV lo concreta diciendo, por ejemplo, que «el anciano, con la debilidad de su cuerpo, nos recuerda nuestra vulnerabilidad, aun cuando buscamos esconderla detrás del bienestar o de la apariencia».

Todos, familiares y amigos, que la hemos acompañado en su larga ancianidad hemos estado recibiendo de ella, gratuitamente, la mayor de las lecciones que se pueden aprender en esta vida: ¡Que todos somos vulnerables y que nos morimos! No hay mayor descanso para una persona que saber que no tiene por qué poderlo todo y por qué poder siempre; que hay momentos en los que hay que pedir ayuda; que todos necesitamos de todos, que el dinero, el trabajo o la salud nos dan apariencia de seguridad, pero que esta es fragilísima porque se pierden de un día para otro; que la familia es la mejor seguridad social; que la perspectiva de la muerte nos hace disfrutar más de la vida y abrirnos a la trascendencia donde el hombre y la mujer encuentran respuestas a sus mayores anhelos…

La Biblia nos regala diversas referencias hacia las suegras, comenzando por la historia de Ruth, que manifestó un amor y lealtad sin igual hacia su suegra Noemí, no abandonándola cuando quedaron ambas viudas: «Iré adonde tú vayas –le dijo–, viviré donde tú vivas; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios; moriré donde tú mueras, y allí me enterrarán. Juro ante el Señor que solo la muerte podrá separarnos»; hasta llegar al mismísimo Jesús, que nos hace valorar a las suegras cuando curó con ternura a la de Pedro, su mano derecha: «inclinándose sobre ella –relata Lucas– increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles».

También nos advierte la Escritura de lo peligroso que puede ser no entender bien qué significa ser suegra cuando nos aconseja aquello de: «dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer…». Y es que cada nueva familia que nace debe romper el cordón umbilical que los une a su familia de origen pues, de lo contrario, la natural discrepancia de opiniones hasta en los aspectos más nimios de la vida puede provocar una auténtica guerra civil y no son pocos los divorcios que tienen en las suegras su detonante.

Jesús llega al extremo de recomendar poner tierra de por medio si la fe se ve comprometida por la afectividad cuando dice: «¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra». ¡Cuántos matrimonios se habrían salvado si se hubiera cortado a tiempo con la mamá!

Volviendo a lo bonito de las suegras, hay un dato que repito cuando algún amigo mío que haya sido padre me habla mal de la suya. Le pregunto si quiere a sus hijos y él me responde naturalmente que sí, que son lo mejor que le ha pasado. Entonces, yo le explico que antes de en el vientre de su mujer, sus hijos estuvieron, en cierto sentido, en el vientre de su suegra, pues los óvulos que una mujer tendrá a lo largo de su vida se forman mientras ella se gesta dentro del útero de su propia madre. Así pues, los óvulos que, una vez fecundados, dieron lugar a nuestros hijos se formaron muchos años antes, en el vientre de su abuela materna, tu suegra. ¡Y se quedan planchados!

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Curiosidades científicas aparte, hoy quiero romper una lanza en favor de las suegras, porque me duele mucho haber perdido a la mía. Ella me regaló lo mejor de mi vida: mi mujer, mis hijos, tanto aprendido, llorado y reído. Honrar a la suegra es camino de belleza, vida y alegría, puedo dar fe a quien lo pida. Por eso, mientras investigaba sobre el origen de la palabra, me ha encantado descubrir cómo se dirigen a ellas los franceses en señal de respeto. Nada menos que con el nombre de belle-mère (bella mamá). Así que hoy, y sin que sirva de precedente permítanme que me despida «a la francesa» con un enorme Merci belle-mère !

Por Antonio Moreno en omnesmag.com

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