Hace algunos años, Jack Rigert era un emprendedor de éxito. Se dedicaba profesionalmente a la hostelería, era propietario de varios restaurantes y también trabajaba en el sector de las finanzas, habiéndose acostumbrado a vivir alejado de la Iglesia.
Su primer encuentro con la fe tras un desierto espiritual de años de duración no era como lo había imaginado. Ante él había una cama ocupada por su hermano agonizante cuando tuvo lo más parecido a un reencuentro con Cristo. Este se vio completado en la misa que se celebró como funeral de su hermano. Fueron dos hitos que lo llevaron definitivamente a la Iglesia que le había visto nacer tras dos décadas al margen de ella.
Una vez convertido, Rigert cursaba un posgrado en teología cuando conoció la Teología del cuerpo. Como si de un flechazo se tratase, se decidió a venderlo todo para dedicarse por entero al acompañamiento desde este enfoque doctrinal, viajando por los Estados Unidos al frente del Centro de Renovación Juan Pablo II y del podcast Conviértete en quien eres.
Actualmente, Rigert refleja con su día a día y con sus palabras de acompañamiento lo que supone vivir desde la fe junto a su esposa Jeannie, sus tres hijos y sus siete nietos. Pero también lo hace transmitiendo lo que supone vivir sabiendo que no es el sentimiento lo que lo define. Una convicción que, por su dedicación como ponente católico y contacto con círculos sociales muy variados, sabe que hoy no es la “normativa”.
«Tu lugar en la Iglesia es innegable»
Acababa de terminar una más de sus conferencias cuando un joven, Sean, se acercó sincera pero tímidamente para compartir con él dudas sobre su posible orientación homosexual, pero también por si era o no aceptado en la Iglesia.
A la pregunta que menos importancia dedicó en su relato para Catholic Exchange fue la de su orientación. En resumidas cuentas, la fascinación de Sean por su amigo podría ser “cualquier cosa”, admiración, aprecio, amistad sincera, deseo de ser mejor estando con él… o atracción. Pero por encima de eso, Rigert se detuvo a meditar en torno a si el joven Sean era o no «aceptado» en la Iglesia. Eso era “lo más importante”. La respuesta del experto en Teología del Cuerpo fue sólida de cara a las múltiples dudas identitarias del joven: “Tu lugar en la Iglesia es innegable. Eres un hijo amado de Dios, y nada puede cambiar eso”.
La identidad como hijo de Dios, la piedra angular
La respuesta, para él, es obvia: “Tu identidad como hijo de Dios es la piedra angular de tu ser. Sin importar tus dificultades, tus atracciones o tu pasado, fuiste creado para una comunión íntima con Jesucristo”.
La atracción no te define
Rigert no oculta la doctrina y la ortodoxia católicas. Subraya la enseñanza del Catecismo en torno a la atracción de las personas por el mismo sexo como un “deseo desordenado que no forma parte del diseño original de Dios”. Sin embargo, comenta que “todos somos pecadores, y nuestros deseos, moldeados por un mundo quebrantado, necesitan sanación”, y recuerda que quienes experimentan dicha atracción “deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza”.
“Dedica tiempo a la adoración o a leer las Escrituras, como Mateo 6:33 o el Salmo 139. Cuéntale todo a Jesús: tus dudas, tus miedos, tus esperanzas. Él te escucha”.
3. Busca una comunidad santa
“Rodéate de amigos que compartan tu fe y te animen a crecer en la virtud. Únete a un grupo parroquial o a un ministerio católico para jóvenes adultos». Se propone Claymore o Milites Christi como guías en inglés, pero hay otros recursos en Courage o en Exodus.
4. Explora la enseñanza de la Iglesia
“Escucha el podcast «Conviértete en quién eres» y lee sobre Teología del Cuerpo, el Catecismo, las Escrituras y la vida de los santos. Comprender el plan de Dios, junto con su gracia, te capacita para vivirlo”.
5. Encuentra orientación
“Un sacerdote, un director espiritual o un formador de confianza pueden ofrecerte sus conocimientos personalizados para ti y tu situación mientras abordas tus preguntas sobre la identidad y la atracción”.
6. No estás solo
“La Iglesia necesita tu corazón, tus dones y tu valentía para hacer del amor una experiencia hermosa: humana, cristiana y arraigada en Cristo. Santos como San Agustín, quien luchó con sus deseos, y Santa María Magdalena, quien encontró la libertad en Jesús, nos muestran que la transformación es posible. No estás solo en este camino”.