¿Te ha ocurrido que, tras convertirte en madre, te cuesta recordar nombres, se te olvidan cosas con frecuencia, sientes una especie de niebla mental o llegas a la cocina sin recordar para qué ibas? Este fenómeno, conocido como «momnesia», es un proceso natural.
Después de tener un hijo, el cerebro de las madres experimenta una reorganización: su atención se vuelve más selectiva y se enfoca en las innumerables tareas relacionadas con el cuidado del bebé. Estos cambios son reales y forman parte de lo que se conoce como matrescencia. Según Diana Crego Cordón, psicóloga perinatal, “al convertirnos en madres adquirimos capacidades como aprender rápido, ser más empáticas y altruistas, y mejorar en la resolución de problemas. Estos cambios son permanentes”.
Cómo cambia el cerebro con la maternidad
La psicóloga y neurocientífica Susana Carmona lo confirma en su libro Neuromaternal (Ediciones B, 2024). Según Carmona, el 80% de las madres reporta problemas de memoria y concentración. Esto se debe a que el cerebro de la mujer sufre modificaciones anatómicas durante el embarazo para prepararse para los retos de la maternidad. Las hormonas del embarazo alteran regiones clave del cerebro relacionadas con la empatía, el altruismo y la cognición social, permitiendo que las madres respondan eficientemente a las necesidades de su bebé.
Un estudio pionero sobre este tema fue publicado en Nature Neuroscience en 2017 por Susana Carmona, Elseline Hoekzema y Erika Barba. Titulado «El embarazo provoca cambios duraderos en la estructura del cerebro humano», reveló que el embarazo deja huellas imborrables en el cerebro, similares a las que ocurren durante la adolescencia, ambas siendo etapas de intensa maduración. Esta idea llevó a la antropóloga médica Dana Raphael a acuñar el término matrescencia, un concepto que captura la transición física, emocional y social de convertirse en madre.
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“Gestar es un proceso metabólicamente demandante. Durante este tiempo, las madres entrenan sus funciones ejecutivas, mejorando su capacidad para regular emociones y empatizar”, añade Carmona. Estudios que comparan los cerebros de madres y no madres han demostrado que los primeros se mantienen más jóvenes a largo plazo y que su sistema inmune y hormonal permanece en mejor estado. Esta ventaja tiene una base conductual: las madres tienden a llevar un estilo de vida más saludable, hacen excursiones al aire libre con sus hijos y cuidan más su alimentación.
Diana Crego reconoce que puede ser frustrante no sentirse «como antes», algo que muchas madres experimentan después del posparto temprano. La falta de sueño, la carga mental y la ausencia de redes de apoyo influyen, ya que el cerebro prioriza las necesidades del bebé sobre otras tareas. Pero lejos de ser un defecto, este enfoque selectivo convierte a las madres en expertas en el cuidado de sus hijos, aunque a veces se sientan como Dori, el pez de Buscando a Nemo.
De momnesia a matrescencia
Es momento de redefinir términos como momnesia, que solo enfatizan los déficits cognitivos, y adoptar un concepto más integrador como la matrescencia. Este término refleja tanto los desafíos como los avances que acompañan a la maternidad, destacando su impacto positivo en el desarrollo personal.
Aunque la pérdida de memoria puede suceder en algunas madres, lo cierto es que se adquieren otras habilidades como la capacidad para priorizar: una mamá es capaz de cambiar un pañal en segundos mientras su bebé se revuelve, recordar citas médicas importantes y gestionar todo lo necesario para su hijo. Como concluye Carmona en Neuromaternal, el cerebro de una madre es como un navegador con miles de pestañas abiertas: multitarea, enfocado y adaptado a las prioridades de su nueva vida.
Redacción LaFamilia.info con información de ElPais.com
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