Parejas LAT: juntos pero no «revueltos»

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Nuestra sociedad narcisista, egocéntrica y siempre en busca de novedades, está difundiendo un nuevo tipo de relación; llamada, por sus siglas en inglés, parejas LAT (living apart together), parejas que viven juntos pero no «revueltos».

Las parejas LAT (de las cuales unas pocas están unidas en matrimonio) se caracterizan porque mantienen una relación estable, exclusiva e «íntima» pero sin compartir el mismo hogar a fin de mantener su independencia y vivir conforme a sus gustos e intereses.

Aunque dicho término se acuñó en 1970, es a partir del año 2000 que dicho estilo ha ido ganando popularidad. Tanto, que representan ya alrededor de entre un 10% y un 15% de las parejas en Europa y, alrededor de un 7% en los Estados Unidos; en donde el número de parejas que viven separadas está aumentando vertiginosamente (más del 25 % entre el 2000 y el 2019). Esta tendencia, aunque es menos frecuente entre los adultos de mediana edad, es especialmente popular entre los mayores de 50 años, muchos de los cuales son divorciados.

En un mundo en el cual el matrimonio natural disminuye, mientras se multiplican, vertiginosamente, diversas «parejas no convencionales», cabe esperar que este tipo de relaciones continúen aumentando. Máxime, cuando sus promotores aseguran que dichas relaciones permiten contar con una pareja romántica estable sin los conflictos y discusiones relacionados con la convivencia. Por lo que las parejas LAT disfrutan de sus «encuentros placenteros y enriquecedores» al tiempo que conservan y fomentan sus propios intereses y gustos al no tener que tomar decisiones compartidas en aspectos tales como: vivienda, carrera profesional, horarios, relaciones sociales, dinero, pasatiempos y entretenimiento. De ahí que varios medios sostengan que estas relaciones ofrecen lo mejor de ambos mundos; una relación larga, feliz y saludable sin necesidad de sacrificar, prácticamente, nada.

Lo que muchos omiten es que la gran mayoría de dichas relaciones funcionan mientras la situación es buena y conveniente para ambos, pues si una pareja, de antemano, no está dispuesta a realizar ciertas concesiones y sacrificios, a fin de que la relación funcione, es de esperar que cuando haya problemas graves, como una larga e incapacitante enfermedad o una mala situación económica, la otra parte simplemente desaparecerá. Pues, si con la cohabitación la puerta de salida permanece abierta, en este tipo de relación ni siquiera es necesario cruzar el umbral, basta con quedarse en casa para dar por terminada la relación.

Desde hace décadas el liberalismo imperante, que promueve las más bajas pasiones y enaltece el egoísmo al que denomina con pomposos nombres (autoestima, autodeterminación, autonomía, etc.), ha ido mermando a la familia natural a la que califica de institución opresiva, pues «impide» a sus miembros desarrollar sus propios deseos, intereses y ambiciones. Desafortunadamente, estas ideas han ido deformando la moral en nuestra sociedad al grado que, actualmente, la gran mayoría ve como normales y lícitas todo tipo de relaciones íntimas fuera del matrimonio, las cuales tienen una única regla, el consentimiento de los implicados. Esto ha provocado que se menoscabe el matrimonio convirtiéndolo en algo totalmente prescindible, al grado que, socialmente, ya no se requiere estar casados ni siquiera para tener hijos. De hecho, muchos matrimonios los evitan a toda costa, mientras otro tipo de parejas los obtienen a cualquier precio. Así, el hombre y la mujer se utilizan a su antojo en nombre de unas relaciones «amorosas» en las cuales lo que falta es precisamente el amor.

Las relaciones LAT, al igual que todas las relaciones llamadas no convencionales, son una peligrosa distorsión del amor, pues al centrarse en los propios anhelos, apetitos y gustos; dependen, en alto grado, de lo que se obtiene (placer, entretenimiento, estatus, satisfacción, diversión) y no de lo que se otorga. Somos una sociedad tan narcisista e infantil que cada vez nos cuesta más compartir y ceder, aun en una relación con quien decimos amar; pues en las relaciones personales ya no buscamos el bien del otro, sino pasarla bien. Tanto, que van siendo comunes las parejitas maduras cuya convivencia se limita al placer y el entretenimiento de los fines de semana, de las vacaciones o de eventos especiales; para escándalo de hijos y hasta nietos, al tiempo que disminuye el número de los matrimonios que llevan unidos varias décadas.

Que nuestra sociedad vea con buenos ojos los diferentes tipos de relaciones utilitarias e inmorales que carecen de las cualidades del matrimonio natural (unidad, permanencia, ayuda mutua, procreación y educación de los hijos) muestra lo poco que somos conscientes del abismo al que nos encaminamos al destruir la institución del matrimonio, esencial para el buen funcionamiento de toda sociedad.

Debemos, antes de que sea demasiado tarde, rechazar todo tipo de malos y peligrosos remedos del matrimonio, que no puede ser ni transformado ni reemplazado, ya que es una institución natural que beneficia a toda la sociedad.

Además, el matrimonio cristiano elevado a sacramento cuenta con la gracia de Cristo que nos alcanza la virtud de la caridad; ese amor del que nos dice San Pablo que es paciente y benigno, que no es envidioso, que no aparenta ni se hincha. El amor que no actúa con bajeza ni busca su propio interés. El amor que no se irrita y no toma en cuenta el mal, que no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; ese amor que todo lo excusa, que todo lo cree, que todo lo espera, que todo lo tolera. El amor que no pasa ni termina. El amor constante e incondicional, al que todos aspiramos.

Por Angélica Barragán


 

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