El movimiento No Kids (Sin Hijos) está ganando adeptos, sobre todo entre las generaciones más jóvenes. ¿Cuáles son las razones que aducen? ¿En qué se basa su decisión? ¿Qué revelan sobre nuestra sociedad? Estas son algunas de las preguntas que le ha planteado Élisabeth Geffroy a Aziliz Le Corre, autora de un importante ensayo sobre el tema El niño es el futuro del hombre, publicado en la Revista La Nef.
-¿Puede hablarnos de los movimientos «No Kids» y «Childfree», y de las diferencias entre ambos?
-La gran familia de los childfree -sin hijos por elección- defiende la emancipación respecto de la maternidad. Agrupa a diversos movimientos, entre ellos el movimiento No Kids. En 2010 se lanzó en Estados Unidos la etiqueta GINKS (Green Inclination, No Kids, «compromiso verde, nada de hijos»), que considera que hay que dejar de tener hijos para salvar el planeta. Sus partidarios resumen así su doctrina: «Si amas a los niños, no los traigas al mundo, es una basura». Este movimiento ha encontrado un eco particular en los últimos años en el continente europeo, a raíz de la publicación de un estudio científico.
»Los investigadores estimaron que tener un hijo menos ahorraría a una persona 58 toneladas de CO2 al año, es decir, entre seis y ocho veces la huella de carbono de un francés. Estas cifras han sido desmentidas desde entonces, pero han proporcionado una justificación «virtuosa» a quienes no desean dar a luz a una nueva vida.

Aziliz Le Corre, ‘El niño es el futuro del hombre. La respuesta de una madre al movimiento No Kids’ (Albin Michel). Aziliz Le Corre es diplomada en Filosofía y madre de dos hijos, y periodista.
-¿Cree que la retórica política y virtuosa (por ejemplo, no tener hijos para salvar el planeta) es el verdadero motor de estos movimientos?
–Ninguno de los No Kids que conocí durante la preparación de este libro me dijo que dejaban de tener hijos porque no querían añadir otro contaminante al mundo. En cambio, a muchos les preocupa el mundo en el que pueda nacer su hijo. Y eso es legítimo.
Sin embargo, una vez que se rasca la superficie, uno se da cuenta de que se trata de un argumento utilizado para enmascarar el miedo a ver transformado su modo de vida por tener otro hijo al que mantener. La prueba está en la dicotomía entre esta «eco-ansiedad» y los patrones de consumo de las generaciones Y y Z.
Según Ifop, el 24% de los franceses se declaran influidos por el calentamiento climático en su decisión de tener hijos (de los que respondieron afirmativamente a la encuesta, el 38% tienen entre 18 y 25 años). Y el 42% de las mujeres menores de 35 años afirma que la crisis climática afecta a su deseo de tener hijos. Sin embargo, según un estudio de Crédoc, en 2020, menos personas de este mismo grupo de edad clasifican sus residuos, comen localmente y de temporada y reducen su consumo de electricidad; además, demuestran tener un gusto definido por las compras, las prácticas digitales e incluso… ¡los viajes en avión! Por tanto, les es más concebible dejar de procrear que cambiar sus hábitos. En otras palabras: «¡Después de mí, el diluvio!»
Te recomendamos: El movimiento “sin hijos por elección”
-¿Existe hoy alguna racionalidad o prueba científica que respalde la retórica neomalthusiana?
-El impacto ecológico de la demografía nunca será completamente nulo. Pero depende esencialmente de los estilos de vida. Situar la demografía en el centro del debate significaría hacer de la población humana un todo homogéneo, sin tener en cuenta las gigantescas diferencias entre las emisiones de gases de efecto invernadero de un estadounidense y las de un nigeriano -sus respectivas huellas de carbono son de 18 toneladas al año frente a 0,65 toneladas-. Plantearse la cuestión de la población permite aplazar el cuestionamiento de nuestra cultura consumista. Además, parece aún más absurdo preconizar semejante retórica en el Viejo Continente, cuando la población envejece y el saldo vegetativo es negativo desde 2012, con la Unión Europea registrando más muertes que nacimientos.
-Las feministas dicen que luchan para que las mujeres puedan «elegir» sus vidas, pero usted señala, con Christopher Lasch, todo lo que está mal con el término «elección». ¿Puede explicarlo?
–El feminismo ha pretendido convertir a las mujeres en hombres como los demás. Ya en 1949, Simone de Beauvoir decía de las mujeres en El segundo sexo: «Su desgracia es haber sido biológicamente destinadas a repetir la Vida». Se rechaza lo que hace especial al cuerpo femenino. A esto se añade una nueva organización del trabajo, en la que las mujeres han sido integradas sin ninguna consideración por la singularidad de su naturaleza. Si alguna vez existió el mandato de procrear, ahora se ha invertido. Ahora se pide a las mujeres que den prioridad a su carrera profesional. Parece inconcebible tomar la decisión de dedicarse plenamente al hogar. Económicamente, porque el coste de la vida ya no permite a una familia vivir con un solo salario; socialmente, porque la madre que se queda en casa está desacreditada, como si no se pudiera ser sin existencia económica.
-¿Acaso el problema fundamental que revela este movimiento no es que nuestra sociedad ya no es capaz de desarrollar un discurso sensato y entusiasta sobre la familia?
-De hecho, la crisis de la familia precedió a la crisis de la natalidad. La familia ha sido una de las estructuras más afectadas por esta voluntad de transformar la realidad según los propios deseos. Su composición, combinada con los avances técnicos, se está reorganizando según los diversos caprichos. Asistimos a la erosión progresiva de los roles dictados por la ley natural. Mientras que la reproducción asistida para mujeres solteras o parejas consagra la invisibilidad del padre, el vientre de alquiler para parejas masculinas reduce a la madre al papel de gestante, negando las múltiples implicaciones del embarazo. El resultado: no más papá, no más mamá… ¡y ahora no más niño!
»Frente a estas agresiones, creo que la alteridad, la diferencia de sexos y el hogar son baluartes contra un mundo en descomposición. La unidad familiar es el primer lugar de apego, donde tiene lugar la transición de la naturaleza a la cultura. Es el lugar donde se forja la primera relación con el Otro, y que hace posibles todas las demás, donde se transmiten los valores necesarios para la convivencia: lealtad, cortesía, sentido del servicio, arraigo…
-Las cifras actuales parecen demostrar que a las personas de círculos religiosos les resulta más fácil embarcarse en la aventura de la paternidad. ¿Es la fe un factor determinante?
-«No hay amor más grande que dar la vida por los que uno ama», dice el Evangelio de San Juan. Nuestra época rechaza la entrega, reduciéndola a un sacrificio doloroso o incluso al martirio. La fe, en cambio, nos ancla en una relación con lo trascendente, invitándonos a salir de nosotros mismos. Yo iría aún más lejos: nos obliga a transmitir lo que hemos recibido, perpetuando la aventura de la vida y difundiendo el amor infinito que nos viene de Dios.
*Publicado en ReL
Te puede interesar: Baja natalidad en Colombia: Registraduría mostró alarmantes cifras