Jordyn Glaser y su esposo Brian tenían 24 años y llevaban casados tres años cuando supieron que esperaban su primer hijo. Ella había nacido con múltiples cardiopatías congénitas, pero su cardiólogo le había dicho que no eran un problema para el embarazo.
Así que acudieron con gran ilusión a la ecografía de 13 semanas, deseosos de anunciar la noticia a sus familiares y amigos mostrando la primera fotografía de su bebé.
La propia Jordyn ha contado recientemente lo que sucedió, en un artículo publicado en Oregon Right to Life. Durante la exploración, Brian y ella pudieron ver por fin a su hijo, con sus partes ya identificables: «¡Era real!», comenta. Pasaron esos minutos con preguntas propias de padres primerizos.
«Pero cuando el técnico concluyó el examen, encendió la luz y vi su rostro plenamente… vi que algo iba mal«, recuerda. «Voy a llamar a la doctora para que hable con ustedes», fueron sus únicas palabras.
Efectivamente, algo iba mal. La médico les anunció que el niño padecía gastrosquisis, un defecto congénito caracterizado por la salida de los intestinos y otros órganos a través de una abertura en la pared abdominal del feto, lo que los expone al líquido amniótico, que puede dañarlos. Requiere una intervención quirúrgica inmediata para preservar su funcionalidad.
Aborto inmediato
Pero no fue esto lo que ella les propuso, sino que fríamente, «como quien está en cualquier día de trabajo», añadió: «Ese no es el único problema. Por tu enfermedad, es probable que tu válvula cardiaca no sea lo bastante fuerte y reviente en cualquier momento. Ante ambos problemas, que son importantes, mi consejo es que abortes hoy mismo, antes de irte».
Mientras sus ilusiones se desmoronaban y se quedaba sin habla mirando la ecografía, Jordyn sintió cerca a su marido, apoyándola.
Con un suspiro, ella dijo «No«.
«Y volví a afirmar de nuevo, con firmeza: no», explica Jordyn: «Exasperada, la doctora se volvió hacia Brian: ‘¿Vas a elegir a este feto antes que a tu esposa?’ Escupió esas palabras como una acusación, más que como una pregunta».
«Volví a casa aquel día y puse la ecografía de mi hijo en la nevera, como tantas veces había soñado hacer. Pero, aterrorizada, puse otro imán encima del trozo de papel donde no podía dejar de ver el descorazonador diagnóstico», recuerda.
Durante toda esa semana, Brian y ella conversaron sobre cosas «sobre las que no esperas tener que hablar cuando eres un veinteañero: ¿cómo te preparas para morir?«.
No tenemos ‘derecho a decidir’
Jordyn estaba dispuesta a asumir ese riesgo antes que matar a su hijo, porque «nunca dudó»: «Sabía que el viaje sería duro y potencialmente desgarrador, pero sabía también que no estaba equivocada. Sabía que no era nuestra decisión decidir qué vida era más valiosa. No nos corresponde a nosotros decidir cómo o cuándo dejar este mundo… Tal vez yo no entendía del todo el plan de Dios, pero podía confiar en que Él no se equivoca. A veces la fe consiste precisamente en dar un paso, luego otro, luego otro… aunque el miedo nunca desaparezca».
Los Glaser encontraron un médico dispuesto, como ellos, a luchar por ambas vidas. Tres ecografías a la semana, monitorización fetal, exámenes del corazón…
«En noviembre de 2009 nuestro hijo Davis llegó al mundo», concluye Jordyn: «Tras una intervención quirúrgica inmediata y un tiempo en la unidad de cuidados intensivos neonatales, llegó a casa como un niño de pelo color frambuesa y grandes ojos de color marrón oscuro. Durante meses después del parto, seguí acudiendo a revisión cardiaca. Los médicos concluyeron que mi corazón era lo bastante fuerte para el embarazo. La doctora estaba equivocada».
Más allá del caso concreto
Con su hijo a punto de cumplir los 16 años, ella tiene ahora algo más de lo que tenía cuando le propusieron abortar: «Conservo la ecografía, pero tengo otras fotos. La primera fiesta de cumpleaños vaquera de Davis, su primer día de colegio, el primer diente que se le cayó, su primera jugada de béisbol y la primera vez que condujo un coche… un millón de pequeños momentos que culminan en el álbum de una vida que se ha vivido».
Y no se limita a una evocación personal, sino que extrae conclusiones culturales y sociales: «Lo demencial de esta historia no es el infrecuente diagnóstico, ni el error médico. Lo demencial de esta historia es que la cultura ambiente intentó convencernos de que ese niño de la foto en blanco y negro valía manos que el de las fotos que vinieron después. Y eso es mentira. En cada estadio de su desarrollo, la vida tiene un valor infinito y vale la pena luchar por ella. Preguntadle a mi hijo».
*Publicado en ReL